SAN LORENZO GIUSTINIANI
8 de enero
1456 d.C.
De una ilustre familia
veneciana,
renunció todo su patrimonio para consagrarse a Dios en la vida
religiosa,
en los canónigos regulares de San Giorgo in Alga. En medio de
dificultades
e insidias familiares, recorrió la ciudad pidiendo y repartiendo
limosnas.
Al llegar un día al palacio de su madre, se quedó en el
umbral
y aceptó tan sólo pan. Su austeridad no admitía
concesiones:
"Dar satisfacción a los sentidos y querer mantenerse puro es
igual
que pretender apagar un incendio arrojando leña en él".
Todo
lo dejó por la sabiduría de Dios, que para él era
la
oración, la penitencia y la humildad. Siendo aún
diácono,
en 1404, ayudó a la fundación la Congregación de
Canónigos
Regulares de Letrán, y en 1407, fue ordenado sacerdote. Dos
años
más tarde fue elegido superior general de la
Congregación,
cargo que desempeñó hasta 1424.
A principios del siglo XV, el papa veneciano Gregorio XII
-cuando
Benedicto XIII y Juan XXIII le disputaban la tiara- encargó a
Lorenzo
el priorato de San Agustín de Vicenza. Pronto volvió al
convento
de San Jorge. En la peste del 1423, se portó heroicamente.
Volvió
a pasar otros tres años en Vicenza, ahora de retiro y soledad.
Escribió
libros ascéticos, muy distintos de los esquemas fríos de
la
escolástica, dominada entonces por los últimos
nominalistas.
Escribió tratados como: "Desprecio del mundo"; "Árbol de
la
vida"; "Humildad"; "Vida solitaria"; "Desposorios del alma con el verbo
divino";
"La Eucaristía"; "Los grados de perfección".
Otro Papa veneciano, Eugenio IV -el papa unionista del
Concilio
de Florencia- le nombró obispo de Castelo de Grado, isla
adriática,
cercana a Venecia en 1433, muy a pesar suyo. Convocó un
sínodo
de donde salieron sabias constituciones sobre la reforma de la Iglesia.
Algunos
se molestaron, cuando promulgó un decreto para reprimir el lujo
de
las mujeres, pero él siguió adelante.
En contra de lo que pudiera parecer, grande fue su ecuanimidad.
"Siempre
era igual, dice un biógrafo: nadie le vio, ni conmovido por la
ira,
ni disipado por la prosperidad, ni turbado por el placer, ni encogido
por
el miedo, ni acobardado por el dolor". Otro autor asegura: "Tuvo un don
maravilloso,
y es que todos los que habían estado con él se
despedían
con el alma llena de gozo y de paz. Todo en él inspiraba amor".
Cuando
en 1447, la peste asoló Venecia, se desveló por los
apestados,
sin importarle su salud.
En 1451, fue elevado por Nicolás V, a la sede de
Venecia.
Será el primer patriarca de Venecia. Su vida privada de monje y
asceta
continuó como en su monasterio de San Jorge. En un lustro
realizó
una obra ingente. Años de buen gobierno, de acertadas y
valientes
reformas, que prepararían el camino para Trento. Se
desveló
especialmente por los pobres a los que entregaba alimentos, ropas y
enseres,
pero nunca dinero, porque consideraba que éste tenía la
facultad
de evaporarse en cosas erróneas. A los sacerdotes que no
celebraban
la Eucaristía, les decía: "Aquellos que no utilizan a su
Señor
cuando más pueden, demuestran que no le aprecian"; a los
religiosos:
"La humildad es como un torrente, casi seco en verano y abundante en el
invierno
y la primavera. También dijo: "Los pobres no me dejan mucho y la
única
ganancia de un obispo es la virtud. En la prosperidad, basta poca, pero
en
la adversidad, es necesaria mucha y debe ser magnánima".
Se cuenta que un pariente le pidió ayuda para la
dote
de su hija, él le respondió: "Si te doy poco, no te
bastará;
si te doy mucho, otros muchos habran de recibir menos. Los ingresos de
la
Iglesia pertenecen a los pobres; por eso no me lo tomes a mal si no
complazco
tus deseos". Fue canonizado en 1690 por Alejandro VIII. Desde 1969 su
culto
se ha limitado a los calendarios locales. Patrón de Baviera.