SAN LEONARDO DE PORTO
MAURIZIO
26 de noviembre
1751 d.C.
Se
llamaba Paolo-Girolamo de Casa-Nuova y había nacido en Porto
Maurizio, Liguria (actualmente Imperia). Formado en Roma, en el Colegio
Romano, ingresó en los franciscanos cuando vio a dos
franciscanos descalzos, humildes y modestos. Se quedó prendado y
los siguió, como atraído por una fuerza misteriosa.
Realizó el noviciado en el convento de Santa María de las
Gracias, en Ponticelli in Sabina, cambiando su nombre por el de
Leonardo; cuando emitió sus votos solemnes fue destinado al
convento de San Bonaventura al Palatino, para prepararse para el
sacerdocio. Quiso ir de misiones, por su deseo de martirio, pero se
dedicó a las misiones populares por toda Italia. Ordenado
sacerdote en 1702, ejerció como profesor de Filosofía,
pero una tuberculosis hizo que lo destinaran a Nápoles y
después a su pueblo natal para su restablecimiento.
Recobró la salud gracias a la intercesión de
María, y le prometió dedicarse por entero a la
conversión de las almas.
Empleó su
tiempo en convertir a los demás. Fue un ejemplo por su
oración y su vida de penitencia. La pasión de Cristo era
el centro de sus homilías y prédicas; y la
práctica de piedad más recomendada el Vía Crucis,
que gracias a él se hizo devoción universal, y
propagó la adoración perpetua del Santísimo
Sacramento. Dejó escritas obras de naturaleza homilética,
ascética y mística.
Nunca
entró en polémicas, como gustaban los religiosos de su
tiempo, contra las nuevas ideas que se acercaban. Su campo de
acción fue principalmente la Toscana y Córcega, donde fue
enviado a restablecer la disciplina en los conventos de la Orden, donde
llegó a ser guardián. San Alfonso María de Ligorio
dijo que "es el más grande misionero de nuestro siglo". Fue
llamado a Roma y allí en el 1750, preparó el clima
espiritual para el Jubileo, plantando una cruz en el Coliseo y
así salvarlo de su destrucción. Fue él quien
propuso la definición del dogma de la Inmaculada
Concepción, mediante una consulta epistolar con los pastores de
la Iglesia. Está enterrado en la iglesia de San Buenaventura de
Roma, donde murió. Fue canonizado en 1867 por Pío
IX. Es patrono de los misioneros en los países
católicos.