SAN JUAN DE RIBERA
6 de enero
1611 d.C.
Nació en Sevilla y era hijo bastardo del duque de Alcalá,
virrey de Nápoles, don Perafán de Ribera; se llamaba Juan
Evangelista. Sus primeros años los pasó en casa de su
madre, y al morir su madre, su padre se hizo cargo de su
educación. Estudió en la universidad de Salamanca, con el
fin de ser sacerdote, pues así le estaba destinado; y
allí escuchó las clases de Francisco de Vitoria y Domingo
de Soto y otros profesores que brillaban en el concilio de Trento. En
esta ciudad su padre le puso casa, un ayo, cuatro pajes a su servicio y
20.000 escudos anuales para su sustento. A pesar de ello vivió
austeramente, y era extremadamente pródigo con los pobres y gran
devoto de la Eucaristía. Su generosidad y penitencia, hizo que
avisaran a su padre porque el joven parecía enfermo. El padre lo
mandó regresar a Sevilla.
Fue ordenado sacerdote
en el 1557 en Sevilla. Todo su tiempo de estudiante tuvo consigo las
normas de vida que le había enviado san Juan de Ávila.
Regresó a Salamanca y se quedó en la universidad como
profesor de Teología y estuvo en contacto con todos los
reformadores de su tiempo; sus dotes fueron conocidas y le procuraron
la estima del papa san Pío V y de Felipe II que le nombró
canciller de la universidad. Cuando aún no tenía 30
años fue elegido obispo de Badajoz, a pesar de no tener la edad
canónica. No quiso aceptar pero por las insistencias de su padre
tuvo que hacerlo, y fue consagrado obispo en la catedral de Sevilla en
1562. Envió misioneros por todos los pueblos de su
diócesis. Aplicó las decisiones del concilio de Trento,
especialmente con las visitas pastorales por las parroquias de su
diócesis. San Juan de Ávila que le tenía en gran
estima alabó sus decisiones. Vivió sin ningún tipo
de pompa y entregó muchas rentas del obispado a obras de
caridad. En su vida ascética influyó mucho en san Pedro
de Alcántara con
quien mantuvo elevadas conversaciones espirituales y su relación
epistolar con san Carlos Borromeo. Mandó al concilio provincial
de Santiago de Compostela de 1565 algunos consejos prácticos
para reformar a los Obispos.
A los 36 años,
teniendo ya el título de patriarca de Antioquía, por
nombramiento de san Pío V, que le envío personalmente el
palio, Felipe II lo presentó como arzobispo y virrey de
Valencia, se resistió a ese nuevo nombramiento, y tuvo que salir
de noche de Badajoz por la pena que tenía al dejar a sus fieles.
Y allí se propuso llevar a cabo la reforma del concilio de
Trento. Gran madrugador, dedicaba desde el amanecer varias horas a la
meditación y la oración. Recorrió varias veces la
diócesis; hizo más de 2.700 visitas pastorales,
celebró siete sínodos y atendió especialmente a
los sacerdotes, porque, a través de ellos, intentaba lograr la
reforma en el pueblo. Catequizó a los niños en su retiro
de Burjasot, cerca de Valencia; abrió una escuela para los
jóvenes de la nobleza en su propio palacio, porque creía
que si se les formaba bien podían hacer mucho bien. De este
semillero salieron dos cardenales y diez obispos y numerosos
magistrados que sirvieron con dignidad los intereses de la
nación; fundó el colegio del Corpus Christi para la
formación del clero. Algunos le consideraron un estadista
iluminado en su oficio de Virrey, pero se debe admirar su concienzuda
dedicación al deber y su heroica paciencia con la que
soportó la responsabilidad de su oficio.
Muy polémica fue su decisiva intervención en la
expulsión de los moriscos, a los que en vano trató de
convertir en sinceros cristianos y cuyos manejos políticos
quedaron al descubierto, por sus relaciones con los turcos, a quienes
habían pedido ayuda para una nueva reconquista de España.
Vivió, como en Badajoz, en total pobreza, sin tener ninguna
ostentación de aquellas que comportaba su condición
eclesiástica y política. Fundó las Agustinas
Descalzas. Tuvo amistad con santos Pascual Bailón, Teresa de
Jesús, Roberto Belarmino y Lorenzo de Brindisi. Murió en
Valencia. Fue canonizado por S.S. Juan XXIII el 12 de junio de
1960.