SAN JUAN CLIMACO
30 de marzo
649 d.C.
Abogado de Antioquía que cuando supo que le llamaban "el
Escolástico" (tenía 16 años) abandonó todo:
a su maestro San Gregorio Nacianceno y su familia y se retiró al
monte Sinaí para purgarse de toda vanidad. Tres años
pasó de noviciado con el santo monje Martirio. Muerto su
maestro, se fue a vivir al extremo del monte, en una pequeña
laura, como un anacoreta. Allí pasó cuarenta años,
dado al estudio y al trabajo, silencio y soledad, largas oraciones y
corto sueño, parco en comer y prolongadas vigilias.
Su deseo era vivir
completamente aislado. Pero pronto corrió la fama de sus
virtudes y su sabiduría y acudieron muchos a pedirle consejo. El
demonio le tentó con fuerza -lo hace en especial con todos los
anacoretas- pero el Señor le ayudó. Cuando murió
el abad de monte Sinaí, los monjes, conocedores de la virtud y
discreción del anacoreta, le rogaron que aceptarla sucederle.
Juan se opuso. Pero fue tal la insistencia que aceptó.
Tenía 75 años cuando fue elegido abad o egúmeno
del Sinaí, pero cuatro años después
renunció al cargo.
Su
vida está vinculada a su libro “Escala santa”, en el que
une la elevación con la sencillez, el rigor a la serenidad, los
impulsos espirituales a la agudeza sicológica y al sentido
común. En treinta escalones hace recorrer todo el camino que
lleva al hombre a Dios, empezando por la renuncia a sí mismo y
concluyendo en el Amor al Absoluto. Ascensión en la que cada
peldaño es un desprendimiento desde el simple ruido ("oponer el
silencio de los labios al tumulto del corazón") y las pasiones
exteriores hasta la última fortaleza del encasillado orgullo:
"Los hombres pueden sanar a los voluptuosos, los ángeles a los
malvados, pero a los soberbios solamente Dios". Uno de sus
célebres apotegmas dice: "En un instante muchos han obtenido el
perdón de sus culpas, pero nadie la tranquilidad de alma, que
reclama mucho tiempo, muchas penas y muchas ayudas de Dios".
El santo abad, tan engolfado en las cosas de Dios, hizo
edificar una hospedería cerca del monasterio, para atender a los
peregrinos. Enterado de ello el papa san Gregorio Magno, le
envió una buena cantidad de dinero para ayudarle en la
construcción y manutención. Juan Climaco, cumplida su
misión, descansó en el Señor.