Nació
en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) en el seno de una familia
muy religiosa. Tuvo contactos con los carmelitas descalzos en su
pueblo. Santa Teresa de Jesús viéndole de
niño profetizó: "será santo, conquistador de
muchas almas y reformador de una grande cosa que se verá". Desde
su infancia se dedicó a hacer grandes penitencias
físicas, y por ello fue recriminado por su familia, pero
curó milagrosamente de una parálisis que le habían
dejado tantas mortificaciones. Tuvo una gran devoción
mariana.
Ingresó en
los trinitarios de Toledo interpretando la voluntad de María en
1580. Durante su noviciado convivió con religiosos de santa vida
como San Simón de Rojas y los futuros mártires Bernardo
Monroy y Juan de Palacios. Tenía una gran formación
intelectual, adquirida en las universidades de Baeza, Toledo y
Alcalá de Henares; en la Orden le conocían como “el
teólogo”, por su elocuencia y capacidad persuasiva. Fue un gran
predicador. Se dedicó al cuidado de pobres y enfermos y
continuó con sus severas penitencias que le dejaron secuelas
físicas. Fue traslado a Sevilla, donde continuó con su
predicación y atendiendo a los apestados de la epidemia de 1560.
Este período
no estuvo exento de sombras, ya que se dejó influir por “la
tiranía de los cumplimientos del mundo”. Entre tales sombras
incluye algunas flaquezas naturales debidos a su naturaleza
colérica: reacciones bruscas y palabras de impaciencia, juicios
severos con poca advertencia. Después de 17 años de vida
religiosa, en Sevilla, tuvo una impresión religiosa que
debía cambiar de vida y se entregó: “Señor, me
haré reformador en Valdepeñas”. Llegó a
Valdepeñas descalzo, abandonó amistades y su mundanidad:
“más quiero la honra y la gloria de Dios que todos los tesoros
del mundo”. Como superior del monasterio de Valdepeñas introdujo
la reforma en el 1597. Cambió su nombre por el de Juan Bautista
de la Concepción.
La reforma llamada
"de los Trinitarios descalzos" fue aprobada por Roma, donde fue en
1598, y por esta causa, Juan Bautista tuvo que soportar la fuerte
oposición de los "no reformados", de manera que le acosaron
fortísimas tentaciones de los propios pecados pasados, dudas de
fe. Tuvo contactos con santa María Magdalena de Pazzi que le
animó. Abandonado por sus colaboradores y perseguido por los “no
reformados”, tuvo momentos de vacilación vocacional. Le
salvó su rendida sumisión a la voluntad de Dios. Se le
ofreció la posibilidad de ingresar en los carmelitas descalzos y
decidió seguir con su obra reformadora. Su opción fue
radical, y por ello fue apaleado y encarcelado por los calzados,
injuriado y traicionado por sus propios hijos; cuando murió en
Córdoba, 34 conventos había adoptado la nueva regla o
modo de vida. Tuvo dones taumatúrgicos reconocidos en vida.
Escribió: "La llaga de amor". "El conocimiento
interior sobrenatural". "Diálogos entre Dios y un alma
afligida". "El reconocimiento interior". "Algunas penas
que afligen al justo en el camino de la perfección". "La
presencia de Dios". Fue canonizado por Pablo VI el 25 de mayo
de 1975.