SAN JOSÉ
WANG-YUMEI
21 de julio
1900 d.C.
Nació en el
pueblo de Wei-Hsien, China. Era el administrador de los bienes de la
comunidad cristiana de Ma-Kia-Tchuang, en la provincia china de
Hebei.
Cuando
los
bóxers llegaron a la aldea, incendiaron la iglesia. El jefe de
los soldados puso a los cristianos ante la alternativa de apostatar o
la muerte, después se marchó con sus hombres. Entonces
José, se propuso defender la escuela, donde se habían
refugiado algunas mujeres con sus hijos, decididas a no abandonar su
fe. Allí se fue con santa Ana Wang, una muchacha que
había estudiado en aquella escuela, y que estaba convencida de
encontrarse con su maestras, que se había alejado con otras
alumnas. El mayor consuelo que pudieron gozar los refugiados fue la
celebración de la Misa al alba, gracias a un padre misionero.
Cuando llegaron de
nuevo los bóxers, José les propuso refugiarse en el
sótano de la escuela; mientras tanto él intentaría
desviar su atención acogiéndoles en el ingreso principal.
El jefe de la banda le preguntó donde estaban los demás,
pero el anciano no denunció su presencia, después fue
casi estrangulado y arrojado a una esquina. El jefe ordenó
disparar contra las ventanas del edificio: el fragor de los cristales
asustó a los niños, que, llorando, dejaron al descubierto
su escondite. Todos los presentes fueron obligados a subir a un carro y
llevados al pueblo donde estaba el cuartel general de los bóxers.
Al entrar en
Tai-Ning, los bóxers, por la noche los sometieron a un
interrogatorio. Mientras los niños lloraban, Santa Lucía
Wang Wang, una de las madres, intentó presentar la
religión cristiana basada en el amor y por tanto inocua, pero
recibió insultos. Al sentir aquellas palabras injuriosas,
José, se adelantó y dijo: “Aquellos que enseñan a
practicar la religión y la moral católica, merecen los
más altos elogios porque son pioneros de la civilización
y de amor patrio en cuanto nos habitúan al respeto de la patria
y la obediencia de las leyes”. Aunque los soldados le insinuaron que
pensara en salvar su vida, el anciano prosiguió: “Justo porque
estoy con un pie en la fosa debo hablar así para rendir homenaje
a la verdad”. Después, volviéndose a sus
compañeras, les exhortó: “Ninguna de vosotras ceda a las
injustas imposiciones de estos auténticos enemigos del verdadero
Dios y de la verdadera China”.
Al oirle hablar
así, el capitán de los bóxers sentenció que
debía morir al instante y quisieron hacer con él un
escarmiento que lograra aterrorizar a las mujeres, le acometieron con
puñetazos, patadas, golpes, etc., hasta que un soldado con la
lanza le atravesó la garganta y otro le cortó la cabeza.
Había sido un cristiano fiel y fervoroso, que se alegró
con la perspectiva del martirio. Tenía 68 años. Fue
canonizado por Juan Pablo II, junto con los demás
mártires de China, el 1 de octubre de 2000.