SAN JOSÉ
MARÍA RUBIO PERALTA
2 de mayo
1929 d.C.
Nació en Dalías (Almería), en el seno de una
familia de clase media. Estudió en los seminarios de
Almería, Granada, Madrid y Toledo (aquí se graduó
en Derecho canónico). Fue ordenado sacerdote en 1887. El Padre
Rubio fue un torbellino que se centró en la oración, y
luego se lanzaba imparable a contagiar a las almas. Su personalidad
ascética y apostólica presenta dos aspectos muy
distintos:
La primera etapa está centrada en su vida de
sacerdote diocesano en la que ocupó varios cargos y
desarrolló una gran actividad como párroco y confesor.
Fue coadjutor de Chinchón (Madrid) y párroco de Estremera
(Madrid); profesor del seminario y notario de la curia. En todos estos
campos, José María fue ejemplo de responsabilidad y buen
trato. Tuvo siempre un amor inconmensurable por la Eucaristía y
hacia los pobres. Fue capellán de las religiosas Bernardas, y
allí empezó su amor al confesionario.
La segunda etapa se desarrolló en la
Compañía de Jesús en la cual ingresó en
1906 en Granada, después de haberlos conocido en Granada en su
época de estudiante y desde entonces quiso ser jesuita, pero que
no pudo seguir esta vocación por deferencia a su protector, el
canónigo don Joaquín Torres, hasta la muerte de
éste; después de una peregrinación a Tierra Santa
y Roma, pasó por Manresa y allí se decidió
definitivamente. Desde esta nueva perspectiva el púlpito y el
confesionario serán sus armas. Aunque no estaba muy dotado para
la elocuencia. Estuvo en Granada un año predicando y
profundizando en los estudios teológicos, luego fue trasladado a
Sevilla, donde desarrolló una gran labor en la
Congregación Mariana de jóvenes, la comunión
reparadora de militantes, el apostolado de la oración, las
conferencias de San Vicente de Paúl y la escuela vespertina para
los obreros. Después marchó a Manresa para su tercer
año de noviciado.
A propósito de sus múltiples apostolados,
dijo de él el obispo de Madrid, Leopoldo Eijo y Garay: "No
parece sino que quiso Dios que fuese un poco de todo, para que todos,
coadjutores y párrocos, profesores y capellanes y curiales, se
pudiesen mirar en él como en dechado y modelo del clero secular.
Hasta el obispado conserva el recuerdo de su virtud".
Se le llamó "El apóstol de Madrid". Fue el
primero que lanzó a los seglares sobre Madrid y sus alrededores;
iba en busca de los pobres y marginados armado únicamente de su
bondad y de una vida sintetizada en una frase suya: “Hacer lo que Dios
quiere y querer lo que Dios hace”. Fundó y promovió
muchas obras: Damas Apostólicas del Sagrado Corazón,
Marías de los Sagrarios, La Guardia de Honor, los Juanes.
Promocionó el monumento del Cerro de los Ángeles. Fue
director espiritual de la mártir la carmelita beata María
del Sagrario de San Luis Gonzaga. Todo ello en un Madrid de años
difíciles, y vio como se perseguía a los religiosos y
sacerdotes, dejó escrito: “De poco tiempo a esta parte, noto que
se aumenta en mi, cada vez más, el deseo de padecer, de amar…,
es como una necesidad de mi naturaleza, como el centro de mi vida, como
una cosa natural que me acompaña. No me turba, es tranquilo y me
da mucha paz”. Sufrió la incomprensión de sus superiores,
que en un principio no aprobaron sus fundaciones, e incluso le quitaron
la dirección de las Marías de los Sagrarios y de director
de un boletín del "Sagrado Corazón". “Debo ser tonto. No
me cuesta obedecer”, añadió. Había dicho: “al
morir, sólo nos queda la santidad”. Murió sentado en una
butaca en Aranjuez a causa de una enfermedad cardíaca.
Está enterrado en el templo del Sagrado Corazón y San
Francisco de Borja de Madrid. Fue canonizado por Juan Pablo II el
4 de mayo de 2003.