SAN JOSÉ
MARÍA GAMBARO
7 de julio
1900 d.C.
José María nació en
Galliate, provincia de Novara. A los trece años entró en
el colegio seráfico y el 20 de septiembre de 1886 recibió
el hábito religioso de los Hermanos Menores con el nombre de
José María. Activo y circunspecto, entusiasta y prudente,
fue estimado y apreciado por los superiores, que lo escogieron desde
clérigo teólogo como asistente de los hermanos
jóvenes de Ornavasso. La elección fue sabia, pues su
natural perspicacia, unida a una ejemplaridad y afabilidad que
conquistaba, produjo frutos copiosos en aquellos jóvenes que se
preparaban al sacerdocio y a la vida religiosa franciscana. Apenas
ordenado sacerdote (marzo 13 de 1892) José fue nombrado rector
del colegio de Ornavasso. Pero un año después,
según su deseo, se le permitió ir como misionero:
abandonó a Italia en 1896 y al llegar a China fue destinado a
Hu-nan meridional.
Esta nueva experiencia
se le manifestó de inmediato en su áspera dificultad: los
usos y costumbres tan diversas no fueron tan difíciles de
asimilar como la lengua. El Vicario apostólico san Antonio
Fantosati, considerando las óptimas cualidades de Gambaro, lo
destinó al seminario de Schen-fan-tan; los tres jóvenes
seminaristas estaban entusiasmados con él, lo admiraban y lo
seguían: por tres años fue rector y profesor. Luego, al
faltar el misionero en la importante cristiandad de Yent-chou,
José María fue encargado de sustituirlo. Supo hacer
frente a la vida misionera activa, y sus inevitables pruebas, con
serena fortaleza y con absoluto abandono en las manos del Señor.
En Pentecostés de 1900 fue llamado a Lei-yang por Mons.
Fantosati; terminado el trabajo, después de pocos días,
ambos se dirigieron a San-mu-tchao para reconstruir la capilla
destruida por los paganos: en esta localidad se abatió sobre
ellos la persecución. Estalló de improviso el 4 de julio
de 1900 en la ciudad de Heng-tche-fu, residencia del Vicario
Apostólico. Apenas llegaron las primeras tristes noticias, ambos
se apresuraron a regresar a la sede; en vano los cristianos insistieron
para que buscaran un refugio seguro; ambos declararon abiertamente que,
a cualquier costo, su puesto era junto a las ovejas en peligro. Se
embarcaron hacia Heng-tche-fu: el viaje duró tres días,
pero su presencia ya había sido advertida y fueron esperados por
una turba fanática y enfurecida. Al bajar a la orilla fueron
inmediatamente rodeados y asesinados a golpes de bastón y de
lanzas. Alguien refirió que el P. José María, ya
agonizante, tuvo la fuerza de pronunciar sus últimas palabras
sobre la tierra: “Jesús, ten piedad y sálvanos”.