SAN ISIDORO DE
ANTIOQUÍA
466 d.C.
2 de enero
San Isidoro, de
quien en este día hace conmemoración el Martirologio
Romano, según varios escritores, fue natural de Sevilla e hijo
de ilustres padres los que le educaron en las máximas de la
religión cristiana. Aplicado a las ciencias profanas y sagradas,
como se hallaba dotado de ingenio excelente, hizo en ellas maravillosos
progresos, de modo que ya en su juventud fue reputado por gran sabio.
Por su extraordinario mérito fue elevado a la dignidad de
cónsul, o de magistrado (honor introducido por los romanos en
las colonias de España), en cuyo empleo se portó con tan
universal reputación, que el desempeño de todas sus
obligaciones y cargas fue el mayor elogio, y el mayor crédito
del acierto de su elección. Procedía en todo con tal
prudencia, justicia y celo, que en él se admiraban todas las
virtudes de los más santos prelados eclesiásticos.
Íbale disponiendo la divina Providencia para esta alta dignidad,
a fin de que despu´s de haber hecho de él un modelo de
ministros perfectos en la república, fuese asimismo ejemplar de
Obispos en la Iglesia. Sucedió así en efecto, pues siendo
notoria la fama de su rectitud, y celo ardiente por la religión
católica por toda España, congregados los Obispos
comprovinciales, clero y pueblo (según costumbre de aquellas
edades) en la ciudad de Zaragoza, para elegir sucesor de Valerio III en
aquella cátedra, lo hicieron en Isidoro con general aplauso.
Colocado en esta silla, mostróse desde luego como
padre y vigilante pastor en el cumplimiento de su ministerio episcopal.
Dio saludables pastos a su rebaño, atendió a la reforma
de sus costumbres, y no omitió diligencia alguna en la
conservación exacta de la disciplina eclesiástica. Basta
en comprobación de su celo el especial elogio que mereció
del Sumo Pontífice Hilario en la decisión de la consulta
hecha por Ascanio, primado de Tarragona, y demás Obispos
comprovinciales, sobre los rectos procedimientos de NUestro Santo
contra Silvano, Obispo de Clahorra, en la injusta consagración
que hizo éste de cierto prelado sin aprobación ni
consentimiento del metropolitano y contra las reglas prescritas en los
sagrados Cánones, a quien no pudiendo separar del atentado con
sus nerviosas cartas, como diestro en el manejo de negocios de esta
gravedad, recurrió a los remedios más fuertes y eficaces.
No satisfecho con sus incesantes fatigas
apostólicas dentro de los límites de su obispado,
pasó a otras provincias infectas con los errores de la
herejía a ilustrarlas con la luz del vangelio. Supo que Ayax,
apóstata gálata, inficionado con la peste arriana,
pervirtió a los suevos de Galicia, auxiliado del Rey Remismundo,
manchado con el mismo contagio: y encendido de aquel celo santo que
constituye el carácter de los varones apostólicos, se
presentó a defender la fe católica en Orense (llamada
Anfiloquia en la antiguedad, cuya semejanza de denominación con
la de Antioquía ha dado motivo a algunos escritores que,
arreglados al Martirologio Romano, donde con facilidad se pudo cometer
igual equivocación, atribuían a aquella ciudad de Grecia
este héroe español). En este pueblo predicó contra
la impiedad de los herejes arrianos, que negaban la consustancialidad
de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad con el eterno
Padre, instruyendo a los oyentes en el dogma católico, conforme
lo cree y confiesa nuestra santa fe, con las sentencias de la Santa
Esritura.
Como la herejía cuando no puede engañar a
los hombres intenta perderles, y en defecto de razones recurre a los
acostumbrados artificios de la malicia, vencidos los herejes por la
predicación de Isidoro, reconociendo la impresión de
hacía su verdadera doctrina en el corazón de los fieles
desengañados, no siendo suficientes a intimidar la
valentía de su espíritu las varias molestias e injurias
que le causaron, tomaron el partido de darle muerte, como lo hicieron
clandestinamente el 2 de enero del año 466, rigiendo el Papa San
Hilario la cátedra apostólica, el reino de España
Eurico godo, y Remismundo arriano el de Galicia.
Arrojado el curpo del santo prelado al río
Miño, contiguo a dicho pueblo, extraido de él por los
católicos, le dieron primeramente sepultura a sus orillas,
trasladándole de allí después de 8 años a
la ciudad de Ibiza, donde se venera de tiempo inmemorial con el
correspondiente culto, cuya tradición sobre lo dicho confirma la
opinión de los escritores nacionales que estiman a nuestro Santo
originario de España.