SAN HUMILDE PIROZZO
26 de noviembre
1637 d.C.



   Lucas Antonio Pirozzo nació en Bisignano, Cosenza (Italia), en el seno de una familia de campesinos. Desde su niñez mostró una profunda piedad e ingresó, en su adolescencia, en la Cofradía de la Inmaculada Concepción. Con 26 años ingresó en el noviciado de los franciscanos del convento de Mosoraca, (Crotona). Emitió sus votos religiosos en 1610, tras superar, por intercesión de María, no pocas dificultades y se cambio el nombre por el de Humilde. Fue hermano converso, y como tal ejerció con toda diligencia los oficios de limosnero, atender al servicio de la mesa de la comunidad, cultivar el huerto.

   Desde el noviciado multiplicó las prácticas ascéticas y su caridad causó admiración a todos los que tuvo contacto: los frailes, el pueblo y los pobres, a quienes ayudó distribuyéndoles cuanto recibía de la Proviencia. Los dones carismáticos que tuvo los empleó para la gloria de Dios. Desde su juventud tuvo el don de continuos éxtasis, hasta el punto de ser llamado “fraile estático”. Estos éxtasis le ocasionaron grandes dificultades y humillaciones, a los que le sometieron sus superiores con el fin de tener la certeza de que realmente eran de origen divino y no diabólicos. Con gran paciencia salió airoso de todas ellas y acrecentó su fama de santidad. Tuvo también los dones de discernimiento de espíritus, de profecía, taumatúrgicos y, sobre todo, la ciencia infusa, aunque era analfabeto. Varias veces tuvo que soportar procesos inquisitoriales y fray Humilde respondió siempre con tanta sabiduría que sorprendió a sus examinadores.

   Fray Benigno de Génova, Ministro General de la Orden, lo llevó de acompañante en su visita canónica de los franciscanos de Calabria y Sicilia. Gozó de la confianza de los papas Gregorio XV y Urbano VIII, que lo quisieron en Roma, por su virtud; se sirvieron de su oración y consejo. Permaneció bastantes años en Roma, en el convento de San Francisco a Ripa, y algunos meses, en el de San Isidoro. Luego vivió algún tiempo en el convento de la Santa Cruz de Nápoles, donde se prodigo difundiendo el culto al beato Juan Duns Scoto. Su vida fue una “oración incesante por todo el género humano”. Su confesor narró que un día le preguntó qué era lo que le pedía al Señor durante la oración y él respondió: “Lo único que hago es decir: ¡Señor, perdóname mis pecados y haz que te ame como estoy obligado a amarte! y perdona los pecados a todo el género humano, y haz que todos te amen como están obligados a amarte”.

   Soportó los últimos años de su vida una dolorosa enfermedad con gran sencillez y entereza, que le llevó a la muerte en Bisignano. Fue beatificado por SS León XIII, y canonizado por SS Juan Pablo II en 2002.

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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)