Se trata de una prohibición que se encuentra en el Antiguo Testamento. Se consideraba la sangre como la «vida» o «alma» del ser humano. Por lo tanto, ningún ser humano tenía derecho a comerse la vida de otro.
Pero también reclamaré la sangre de ustedes como si fuera su alma. Pediré cuenta de ella a cualquier animal o a cualquier hombre: quienquiera que sea, deberá responder de la sangre del hombre, hermano suyo (Gen 9,5).
Porque la vida del ser mortal está en su sangre, y yo les di la sangre como un medio para rescatar su propia vida, cuando la ofrecen en el altar; pues la sangre ofrecida vale por la vida del que ofrece. Por eso he dicho a los hijos de Israel: «Ninguno de ustedes comerá sangre, ni tampoco el forastero que viva entre ustedes» (Lev 17,11-12).
Tengan cuidado de no comer carne, en la que aún haya sangre, porque en la sangre está la vida (Dt 12,23).
Evidentemente, se trata de una «creencia» del Antiguo
Pueblo de Dios. También los demás pueblos pensaban lo
mismo. Sin embargo, esta creencia no corresponde a la realidad, puesto
que la «vida» del hombre en este mundo o «alma»
no se encuentra solamente en la sangre, sino en todo el ser humano
(huesos, músculos, carne, etc.).
Por lo tanto, el cuerpo y la sangre tienen la misma importancia. Lo que es totalmente diferente es el «espíritu» que a veces se llama también alma.
Mientras lo apedreaban, Esteban
oraba así:
«Señor Jesús, recibe mi
espíritu» (Hech 7,59).
No teman a los
que pueden matar el cuerpo,
pero no el alma (Mt 10,28).
Por eso en el Nuevo Testamento no encontramos la prohibición de comer la sangre. Por lo que se refiere a la prohibición que encontramos en Hech 15,29, se debe entender como medida disciplinaria en la caridad para evitar la confrontación entre los cristianos de origen judio y griego, pero no es una norma general.