Nació en
Tarento, en el seno de una familia muy humilde y se llamaba Franciso
Antonio Pontillo. Fue, como sus padres, cordelero de profesión.
Anhelando "pensar y trabajar sólo para el Señor",
ingresó en 1754, en los franciscanos alcantarinos de la
provincia franciscana de Lecce en el convento de Galatone (Lecce). En
1755 realizó su profesión religiosa y fue destinado como
cocinero al convento de Squinzano (Lecce) donde permaneció hasta
1759.
Tras residir unos
días en el convento de Capurso (Bari), fue destinado a
Nápoles, al hospicio de San Pascual en Chiaia, donde pasó
el resto de su vida como portero de su convento, limosnero y cocinero.
Con solicitud franciscana y caridad activa, consagró todas sus
energías al servicio de los pobres en Nápoles, que en
aquellos difíciles años sufría escandalosas formas
de pobreza, principalmente por las vicisitudes políticas.
Hizo de la entrega
a los pobres la razón de su religiosidad. Su presencia era muy
deseada junto al lecho de los enfermos y moribundos. Innumerables
fueron los prodigios que le acompañaron, hasta el punto de
merecerle, en vida, el apelativo popular de "consolador de
Nápoles".
"Amad a Dios; amad
a Dios", solía repetir a cuantos encontraba en su diario
peregrinar por las calles de la ciudad. Los nobles y doctos gustaban
conversar con este franciscano de palabra sencilla e impregnada de fe.
Los enfermos encontraban en él consuelo y fuerza para
sobrellevar sus sufrimientos. Los pobres, los marginados y los
explotados descubrían en el humilde limosnero el rostro
misericordioso del amor de Dios.
Su vida fue, con
todo, esencialmente contemplativa. Pasaba noches enteras en
oración ante el Santísimo Sacramento; sentía un
gran amor a la Natividad del Redentor; y profesaba una tierna
devoción a la Virgen María, y a los santos. Su
"contemplación en la acción" fue justamente lo que le
hizo ver el sufrimiento y la miseria de los hermanos y lo que le
convirtió en llama de ternura y caridad. Con fama de santidad,
murió en Nápoles. León XIII lo beatificó el
día 5 de febrero de 1888, y Juan Pablo II lo canonizó el
día 2 de junio de 1996.