SAN GILBERTO DE SEMPRINGHAM
4 de febrero
1189 d.C.



   Nació en Sempringham de Lincolnshire. Era hijo de Jocelino, señor de Sempringham; su padre quiso que su hijo hiciera la carrera militar, pero él prefirió la del estudio, porque su salud física le impedía ser militar. Estudió en París, y a su regreso a Inglaterra, abrió una escuela; su padre fundó dos iglesias, y Gilberto fue nombrado para dirigirlas; con este cargo se aprovechó para hacer obras de caridad; gracias a las tierras que le dejó su padre en Sempringham y West Torrington. El santo distribuía las rentas a los pobres y sólo reservaba una mínima parte para cubrir sus necesidades.

   Fue ordenado sacerdote. Nombrado párroco de Sempringham, cerca de Lincoln, redactó las reglas para siete jóvenes que vivían en estricta clausura en una casa anexa desarrolló rápidamente y, san Gilberto se vio obligado a emplear hermanas y hermanos legos en las tierras de la fundación. En 1147, fue a Citeaux a pedir al abad que tomase la dirección de la comunidad; pero como los cistercienses no pudieran hacerlo el papa san Eugenio III animó a san Gilberto a dirigirla por sí mismo. San Gilberto completó la obra, añadiendo un grupo de canónigos regulares que ejercían las funciones de capellanes de las religiosas. Tales fueron los orígenes de las Gilbertinas, la única orden religiosa medieval que produjo Inglaterra. Sin embargo, excepto una casa en Escocia, la fundación no se extendió nunca más allá de las fronteras de Inglaterra, y se extinguió en la época de la disolución de los monasterios, cuando contaba con veintiséis conventos. Las religiosas tenían las reglas de san Benito, y los canónigos las de san Agustín. Los conventos eran dobles, pero la orden era principalmente femenina, aunque el superior general era un canónigo. La disciplina era muy severa, con cierta influencia cisterciense. El deseo de simplicidad en el ornato de las iglesias y en el culto en general llegó hasta imponer que el oficio se recitase en tono simple, como muestra de humildad. A lo largo de su dilatada vida, Gilberto fundó otros trece monasterios que en el momento de su muerte contaban con 1500 ocupantes.

   San Gilberto desempeñó por algún tiempo el cargo de superior general, pero renunció a él, poco antes de su muerte, pues la pérdida de la vista le impedía cumplir perfectamente sus obligaciones. Era tan abstinente, que sus contemporáneos se maravillaban que pudiese mantenerse en vida, comiendo tan poco. En su mesa había siempre lo que él llamaba "el plato del Señor Jesús", en el que apartaba para los pobres lo mejor de la comida. Vestía una camisa de cerdas, dormía sentado, y pasaba gran parte de la noche en oración.

   Al morir su padre fue el nombrado señor de Sempringham, pero renunció a ello. Durante el destierro de santo Tomás Beckett, fue acusado, junto con otros superiores de su orden, de haberle prestado ayuda. La acusación era falsa; pero san Gilberto prefirió la prisión y exponerse a la supresión de su orden, antes que defenderse, para evitar la impresión de que condenaba una cosa buena y justa. Cuando era ya nonagenario, fue calumniado ante el Papa por los hermanos seglares de su Orden que estaban muy enojados por tener que trabajar tan duramente bajo un régimen alimenticio sumamente frugal. Aunque el Papa no le retiró el apoyo, suavizó un tanto la severidad del régimen de vida. Era tan obediente que se sometió a la dirección de un joven discípulo. Murió ciego a los 106 años, y sobre su tumba se produjeron muchos milagros. Fue canonizado en 1202 por Inocencio III.

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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)