SAN GERMÁN DE
PARÍS
28 de mayo
576 d.C.
Nació cerca de Autun, Borgoña, en el seno de una familia
numerosa, acomodada y complicada de la que estuvo a punto de morir ya
que su madre no lo deseaba. Estudió en Avallon y luego en
Borgoña. Su tío que era ermitaño, se lo
llevó con él, y así vivieron en soledad 15
años.
Durante su largo aprendizaje, se interesó por
él, el obispo de Autun, san Agripino (otros autores dicen que
san Nectario), quién le ordenó sacerdote en el 531, para
luego nombrarle abad de la abadía de Saint-Symphorien, que se
regía por la regla de san Basilio. Su ascesis y austeridad fue
tan grande, que sus monjes, que pasaban hambre, pensaron en deshacerse
de él. La fama de sus virtudes y su lucha continua contra la
esclavitud y el paganismo atrajeron la atención del rey
Childeberto, que le nombró obispo de París en el 554. La
nueva dignidad no fue motivo para que abandonara su vida austera y a su
mesa estaba siempre rodeada de mendigos a los que atendió
personalmente. Tomo parte activa en los concilios III y IV de
París y en el II de Tours. Mandó construir la iglesia de
Sainte Croix y Saint-Vicent (hoy Saint Germain-des-Pres) y puso al
frente del monasterio. que se construyó a su alrededor, a san
Droctoveo que lo había traído de Autun de la
abadía de Saint-Symphorien. Afianzó los derechos de los
eclesiásticos y fomentó el culto de los santos mediante
el traslado de las reliquias.
Consiguió que el rey Clotario I renunciase a alejar a su mujer
santa Radegunda de la vida religiosa, que había iniciado en el
monasterio de la Santa Cruz de Potiers y donde al fin terminó
sus días. Este monasterio lo había fundado Germán
y allí había consagrado abadesa a la hija adoptiva de
santa Radegunda, llamada santa Inés de Poitiers.
Influyó muchísimo sobre el rey Chariberto,
intentando que enmendase su vida disoluta, pero no lo consiguió,
como tampoco logró aplacar las sangrientas disensiones de los
príncipes merovingios, sucesores de Childeberto. En toda esta
calamidad, fue Germán el único sostén de la
justicia y la ley, de la verdad y la moral, no obstante su fragilidad
física, consecuencia de su vida ascética, se afanaba en
la enmienda de los pecadores. Participó en la
consagración de obispos, buscó salvaguardar la libertad
de elección de los obispos, amenazadas por las injerencias
reales, y la integridad de los bienes eclesiásticos.
Murió a los 80 años con fama de santidad y dones
taumatúrgicos.