SAN GERMÁN DE
CONSTANTINOPLA
12 de mayo
733 d.C.
Su padre
fue un prestigioso patricio, llamado Justiniano, muerto alrededor del
669 por orden del suspicaz o envidioso emperador Constantino IV
Pogonato. Eclesiástico de rango senatorial. Por protestar por la
ejecución de su padre, fue mutilado por Constantino IV
Pogonato.
De la vida y actividad de Germán antes de obtener
su primera prelacía apenas sabemos nada. Dos documentos antiguos
(un menologio y un sinaxario) nos ponderan su afición a las
Escrituras y a la contemplación, su viveza de ingenio y
experiencia de los negocios. En todo caso parece que ya antes del 711
era obispo de Cízico, en el Helesponto. Poco después el
monotelismo (herejía defensora de una sola voluntad en Cristo),
aunque ya recibido el golpe de muerte en el VI Concilio
Ecuménico de Constantinopla del 681, revivió por corto
espacio con el emperador Filipo, el cual presionó de tal modo a
Germán, que el anciano prelado tuvo la debilidad de ceder en el
sínodo de Constantinopla, año 712. Pero su
reacción en pro de la ortodoxia fue rápida. Al subir al
trono de Oriente el católico Artemio (Anastasio II) mejora la
situación.
Depuesto Juan VI, patriarca heterodoxo de Constantinopla,
es nombrado sustituto suyo, en 715, Germán, que cuenta ya unos
ochenta años, pero cuyo espíritu joven sabrá
resistir los embates de sus adversarios en la época
subsiguiente. Se suele colocar al comienzo de su patriarcado un
sínodo de 100 obispos, donde habrían sido anatematizados
los fautores del monotelismo, entre otros los antecesores de
Germán en la sede constantinopolitana, Sergio, Pirro y Pablo.
Pero, según Grumel, el documento de las Actas es, por
lo menos, dudoso. Sin embargo, el repudio de aquella herejía se
manifiesta en la carta del santo a los armenios, sobre la doble
naturaleza de Cristo. Trabajó por la unidad de los cristianos, y
por la defensa de la ciudad frente a los árabes.
De todos modos, la gloria más excelsa de
Germán es su actitud indomable ante la herejía
iconoclasta, denominada así por propugnar la destrucción
de las imágenes (de Cristo y de los santos). El furor de este
movimiento, avivado por cierta tendencia oriental, idealista y
antiplástica, data del siglo VIII. Sea por influjo de la actitud
hostil de los árabes (para quienes el culto cristiano de tales
representaciones sensibles equivalía al idolátrico de los
paganos), sea por motivos religiosos de reforma (ante algunos abusos de
la época en lo tocante a este culto), tal vez por razones
políticas de cesaropapismo, o mejor aún por la
educación del emperador León III el Isáurico
(716-741) en un ambiente de paulicianismo maniqueo, lo cierto es que
este príncipe desencadena una violenta lucha contra las
imágenes en 725 con la adhesión de algunos obispos (sobre
todo de Constantino de Nicolia, en Frigia), que quizá
veían en el culto de los iconos un estorbo para la
conversión de los infieles. Germán resiste desde el
principio. Debió de ser bien doloroso para el santo recordar la
escena (a. 717) donde él mismo había coronado a
León, conforme al ceremonial católico, y donde el
príncipe había jurado retener la fe verdadera,
decisión reiterada por él en carta al papa san Gregorio
II. Ahora, en 724-725, León cambia por completo y da comienzo a
su campaña iconoclasta. Germán pone en guardia al
Pontífice y le informa de su resistencia al emperador; el texto
de la carta se ha perdido, pero se conserva la respuesta del Papa,
lleno de admiración ante la actitud vigorosa del patriarca, que
contaba entonces unos noventa años: "cada hora me acuerdo de tu
entrega y considero mi más sagrado deber el saludarte como a
hermano mío y propugnador de la Iglesia".
También se conservan otras tres cartas del santo
referentes a esta misma controversia. Una a Juan, metropolitano de
Synades, a propósito del ya citado Constantino de Nicolia,
hostil al culto de las imágenes; otra a éste,
recordándole las promesas hechas a Germán de cesar en su
actitud iconómaca, y la tercera a Tomás de
Claudiópolis: en esta última principalmente se esfuerza
el patriarca en demostrar por la Escritura y los Padres que la honra
tributada a las imágenes de Cristo, la Virgen y los santos no es
idolatría, sino culto dirigido al prototipo a través de
la representación sensible.
Más emotiva es la admonición al mismo
emperador (17 de enero del 730), donde el casi centenario prelado se
declara dispuesto a morir en defensa del culto de las imágenes:
hermoso es dar la vida por el nombre de Cristo, impreso en su efigie
externa. Tal grandeza de alma, junto con el apoyo que el Papa y san
Juan Damasceno prestaban al patriarca, contiene a León de tomar
decisiones demasiado violentas, pero manifiesta su deseo de que
Germán señale sucesor en la sede constantinopolitana.
Finalmente, en una reunión celebrada por el emperador, el noble
anciano, despojándose de su ropaje episcopal, concluye un largo
discurso con estas palabras: "Si soy como Jonás, que se me
arroje al mar; pero haría falta un concilio ecuménico
para que yo cambiara mis creencias". Después se retira a
Platanión, finca de familia, cercana a la capital, y allí
muere.
Varios de sus escritos todavía existen como "De
vitae termino", "De vera et legitima retribucione", "De haeresibus et
synodis". Defendió la figura de María como Madre de Dios
y su Asunción y tuvo hacia ella una ferviente
devoción.