SAN FRANCISCO
CARACCIOLO
4 de junio
1608 d.C.
Se llamaba
Ascanio y había nació en Villa Santa María, cerca
de Chieti en el reino de Nápoles en el seno de una familia
cristiana y aristocrática. Tuvo cinco hermanos de los cuales,
cuatro, se hicieron religiosos. Su padre le encauzó en la
carrera militar pero, a los 20 años, una grave enfermedad
parecida a la lepra, le movió hacer voto de abrazar la vida
religiosa si sanaba, y al producirse la curación, marchó
a Nápoles para hacerse sacerdote. Renunció a su herencia
para estar más libre de las ataduras del mundo. Fue ordenado
sacerdote en 1587. En Nápoles, participó activamente con
obras de caridad en una Congregación que llamaban de "los
Blancos" que se encargaba de la asistencia religiosa a los condenados a
muerte y a la consolación de prisioneros y galeotes.
Por una carta que le llegó equivocadamente,
conoció el proyecto fundacional de una nueva congregación
de Clérigos Regulares Menores, que unía a la vida activa
en la caridad aquella contemplativa de la adoración. Su
programa, más allá de la asistencia a los condenados,
comprendía la educación de la juventud y la
institución de eremitorios para los que deseaban dedicarse a una
vida contemplativa y solitaria; otra característica principal
era la adoración perpetua al Santísimo Sacramento. A los
tres votos habituales añadían un cuarto, el de no admitir
dignidades eclesiásticas. Lo hace suyo y fue uno de los
fundadores, junto con Juan Agustín Adorno y Fabricio Caracciolo.
Cambió su nombre por el de su admirado san Francisco de
Asís.
Francisco contrajo una grave enfermedad y, apenas se
había restablecido, cuando sufrió la pena de perder a su
amigo Adorno, que era el superior del Instituto. Enteramente contra su
voluntad, Francisco fue elegido para ocupar el puesto vacante; se
creía indigno de tomar el cargo y, desde entonces, firmaba a
menudo sus cartas como «Franciscus Peccator». Asimismo,
insistió en conservar su turno para barrer los cuartos, tender
las camas y lavar la loza en la cocina, lo mismo que los demás.
Las pocas horas que concedía al sueño, las pasaba sobre
una mesa o en las gradas del altar. Sus amados pobres sabían que
todas las mañanas podían encontrar a su benefactor en el
confesionario. Para socorrerlos, Francisco pedía limosna por las
calles, con ellos compartía buena parte de su frugal comida y,
algunas veces, en el invierno, se despojaba de sus ropas de abrigo para
dárselas. Tres veces pasó a España para impulsar
las casas de la Congregación, muy apoyadas por los reyes Felipe
II y Felipe III.
Francisco se vio obligado a desempeñar el cargo de
superior general durante siete años, a pesar de que sus
actividades le resultaban extremadamente fatigosas, no sólo por
su salud delicada, sino, sobre todo, porque al establecer y extender la
orden, tuvo que hacer frente a oposiciones, desprecios y, a veces,
maliciosas calumnias. Cuando al fin obtuvo el permiso del Papa Clemente
VIII para renunciar, se constituyó en prior y maestro de
novicios en Santa María la Mayor. El trabajo apostólico
lo desarrollaba en el confesionario y desde el púlpito; sus
sermones, ardientes y conmovedores, versaban tan a menudo sobre la
inmensidad de la misericordia divina hacia los hombres, que
llegó a llamársele el «Predicador del Amor de
Dios». También se afirma que, con el signo de la cruz,
devolvió la salud a innumerables enfermos. Su amor a Dios y al
prójimo los alimentaba con una fidelidad honda a la
oración, al sacrificio y una devoción plena a la
Eucaristía y a María; así vivió hasta su
muerte.
Francisco en sus últimos meses de vida se vio
apartado por un capítulo que atribuyó toda la
responsabilidad y el carisma al difunto Adorno. Entonces se
dirigió al papa Pablo V, quien reconoció
públicamente su papel. Sin embargo no por ello deseó
dedicarse a las actividades del gobierno. Realizó una
peregrinación a Loreto, donde en una aparición del propio
Adorno, le predijo su muerte, que sucedió al poco tiempo en
Agnone, a poca distancia del castillo donde nació. Se le
atribuye un texto de meditaciones sobre la Pasión para cada
día de la semana, “Las Siete Estaciones”. Su cuerpo fue
sepultado en Nápoles en la iglesia de Santa María la
Mayor.
Su orden de Clérigos Regulares Menores llegó a ser una
institución floreciente, pero en la actualidad es casi
desconocida fuera de Italia, donde se los llama
«Caracciolini». Fue canonizado el 24 de mayo de 1807
por Pío VII.