SAN FELIPE DE NERI
26 de mayo
1595 d.C.
Nació
en Florencia, y se llamaba Felipe Rómulo. Su padre, Francisco
Neri era notario. Fue educado en los dominicos de San Marcos donde se
entusiasmó por Savonarola. Durante su adolescencia fue un amante
de la poesía y de la música. A los 18 años fue
enviado por un tío mercader a San Germano en Campania para que
se dedicara al comercio, y allí se enamoró de la vida
claustral, pero la orden benedictina no era para él (en
Montecasino tuvo como maestro al ilustre monje Eusebio de
Éboli). A sus 21 años, en 1536, llegó a Roma.
Después de asistir a los cursos de Teología de la
Sapienza (conoció a san Ignacio de Loyola), se consagró a
la asistencia de los peregrinos en el barrio de la Regola, deseaba
remediar toda miseria y de hacer que todos amasen a Cristo. Su gran
ilusión fue ser misionero como san Francisco Javier, pero una
voz le avisó: "Tus Indias están en Roma".
Fundó
la fraternidad de la Santísima Trinidad de Convalecientes y
luego la de Peregrinos, en la iglesia de San Salvador del Campo, la
cual cumplió en 1550 una gran obra de atención a los
peregrinos del Años Santo, así como a los extranjeros
pobres y a los convalecientes que carecían de asilo. Durante la
carestía de 1538-1539 visitó a los enfermos. Ordenado
sacerdote a los 36 años (1551), vivió en la iglesia de
San Girolamo della Carità, donde fundó la obra, que
más tarde (1554) se denominó Congregación del
Oratorio, en la que chicos y jóvenes se reunían para
ejercitarse en obras espirituales, caritativas y culturales. La
Congregación del Oratorio se compone de sacerdotes seculares que
sin votos religiosos viven en comunidad unidos por el vínculo de
la caridad y dedicados a la predicación y el confesionario. En
1575, la Congregación del Oratorio se trasladó
definitivamente a la iglesia de Santa María de la Vallicella.
En
su apostolado entre la juventud, marchó de grupo en grupo,
siempre bien recibido, infundiendo pureza y virginidad, como
expresión del más encendido amor de Dios, con su
amabilidad y alegría contagiosas. En su oración personal
repetía: "Señor no te fíes de mi". Se
dedicó a la reforma católica y decía: "Es posible
restaurar las instituciones humanas con la santidad, pero no restaurar
la santidad con las instituciones". "No busquéis huir de la cruz
que Dios os manda, porque seguro que os enviará otra mayor".
“Nadie quiera ser santo en un día, que no se es bien pegarse
tanto a los medios que se olvide el fin”. “La humildad es la
salvaguarda de la pureza, no hay mayor peligro que no temer al
peligro”. Se dice que un día pidiendo limosna, un señor,
fastidiado por su insistencia, le propino un guantazo, y él
repuso "Esto es para mí, y te lo agradezco, ahora dame algo para
mis muchachos".
Llamado "el
apóstol de Roma". Mantuvo contacto con las grandes figuras de
su época, tanto santos (Ignacio, Carlos Borromeo, Camilo de
Lelis, Francisco de Sales, Félix de Cantalicio), como papas
(Pablo IV, san Pío V; Gregorio XIII, Gregorio XIV, Clemente
VIII); pero sufrió también la humillación de ver
que Pablo IV le retiraba el permiso de confesar, mal informado sobre su
actividad de organización de las mismas peregrinaciones. Fue
rector de la iglesia de San Juan de los Florentinos. Aquí
reunió a los primeros sacerdotes del Oratorio que
constituyó, durante sus 33 años, el centro de la vida
religiosa de Roma. Aquí se educó Baronio (el futuro
historiador y cardenal), Francisco María Tarugi, Francisco
Bordino, Alejandro Fedeli y Ángel Velli, que fueron el primer
núcleo de la nueva fundación.
Los Papas quisieron hacerle obispo y cardenal; el pueblo
le honró en
vida como santo, y él intentó escabullirse con chanzas y
burlas. Fue hasta que murió el hombre más alegre de la
ciudad (se le conoció como "Pipo el Bueno") y se sirvió
del humor como medio para vencer el orgullo y también para poner
penitencias a sus penitentes. Aunque nos dirá: "En el servicio
de Dios no es suficiente reír". Cuando celebraba Misa con el
pueblo tenía que leer alguna historieta de humor, para que le
"distrajese" un poco, y no caer en un éxtasis de varias horas.
Si la celebraba solo, el monaguillo se iba y volvía dos horas
después. Un éxtasis le produjo la dilatación del
corazón y la deformación de dos costillas. Fue uno de los
primeros teólogos en interceder por la protección de los
animales contra la crueldad y la tortura.
En
los últimos años de su vida, se retiró a una
actividad privada de confesiones y dirección espiritual.
Recibió la unción de los enfermos y el viático de
manos de Baronio y del cardenal Federico Borromeo y murió entre
vómitos de sangre. Fue
canonizado por Gregorio XV el 12 de marzo de 1622.