SAN FEDERICO DE UTRECHT
18 de julio
838 d.C.
Nació en el seno de una noble familia de Frisia, había
sido confiado para su educación al clero de la iglesia de
Utrecht, primero, y más tarde al mismo obispo, que se
aplicó con ardor a formar el alma de aquel joven piadoso y
trabajador, hasta que, suficientemente preparado, le confirió el
sacerdocio.
Obispo de Utrecht en
el 820. No es extraño que ante una misión tan sublime y a
la vez tan cargada de responsabilidad, Federico, varón justo y
lleno de humildad, se declarase incapaz de aceptar el cargo de obispo
de Utrecht, para el que había sido elegido por el clero y el
pueblo de aquella diócesis. Fue necesaria toda la autoridad del
emperador Ludovico Pío, para que aquel sacerdote, conocido de
todos por su ardor pastoral y su predicación, aceptase la
Cátedra episcopal que había quedado vacante a la muerte
del obispo Ricfredo. Y la verdad es que nadie mejor que él
podía encargarse de la diócesis: por una parte, sus
virtudes y su ciencia le daban la autoridad necesaria para ocupar la
silla episcopal, y por otra, el haber vivido en íntima
comunicación con Ricfredo le hacían el más
conocedor de la situación.
Ahora, consagrado ya obispo,
en presencia del mismo emperador, Federico se entrega generosamente a
su misión, que cumplirá fielmente hasta las
últimas consecuencias. Su humildad había hecho cuanto
estaba de su mano para no aceptar aquel cargo que sus solas fuerzas no
podían soportar, pero ahora que había recibido ya la
plenitud del sacerdocio, su fe confía en que el único
Sacerdote -Jesucristo-, realizará en él la tarea que le
ha querido confiar. Los primeros tiempos de su episcopado los dedica a
la villa de Utrecht, esforzándose en devolver la paz a su
pueblo, y en hacer desaparecer los últimos restos de paganismo.
Siempre acogedor, es generoso para con los pobres, hospitalario para
los viajeros, y sacrificado en sus visitas a los enfermos. Entregado a
la vida de oración y sacrificio, no ahorra vigilias ni ayunos,
en favor de sus diocesanos. Más adelante, su celo le lanza a
recorrer todo el territorio que le ha sido confiado. En todas partes
trabaja incansablemente en la reforma de las costumbres de sus
diocesanos, y de una manera especial lo hace en la isla de Walcheren,
donde reinaba la más burda inmoralidad. Fue enviado por san
Odulfo a evangelizar a los frisones donde desplegó una gran
actividad en la conversión de los arrianos de Frisia. Para
asegurar la duración de este retorno a la verdad, Federico
compone una profesión de fe, que resume la enseñanza
católica sobre la Santísima Trinidad, y ordena que se
recite tres veces cada día una oración en honor de las
tres divinas Personas. Fue muy alabado por el beato Rábano Mauro
como estudioso de las Escrituras.
Tuvo que enfrentarse a una situación de inmoralidad, promovida
en la corte imperial por la misma emperatriz, la alemana Judith;
luchó contra los matrimonios incestuosos. Cuando ya casi
había recorrido toda la diócesis, un día, mientras
estaba dando gracias de la Misa, es atacado por dos criminales que le
atraviesan las entrañas, muriendo a los pocos minutos. ¿A
qué móviles respondía aquel asesinato? Algunos dan
como causa cierta, el odio que Judith, segunda esposa de Ludovico
Pío, alimentaba contra Federico, por haberla reprendido con
santa libertad, a causa de su conducta inmoral. No obstante, aun cuando
parece que esta persuasión ya existía en Utrecht, muy
próximamente a la fecha del martirio, hay quien lo pone en duda,
por el testimonio del famoso escritor el beato Rábano Mauro, que
ensalza las virtudes de la emperatriz... Quizá los
hagiógrafos no lleguen nunca a un acuerdo sobre este punto, pero
a pesar de ello continuará siendo cierto que en aquel día
del año 838, un obispo moría mártir.