SAN EUGENIO MAZENOD
21 de mayo
1861 d.C.
Nació en Aix-en-Provence y se llamaba Carlos José
Eugenio; su familia era creyente, noble y burguesa de juristas. Su
padre era el presidente del Tribunal de Cuentas de Aix. Fue testigo de
los estragos que causó la Revolución francesa en la
religión y en su familia, pues tuvo que abandonar su patria y
marchar a Niza, todavía en poder de los Saboya, después
marchó a estudiar al Real Colegio de los Nobles. En 1794, la
familia se trasladó a Venecia, donde Eugenio pasó tres
años y medio de la penuria y además tuvo que ver el
divorcio de sus padres. En 1797 partió con su padre y dos
tíos hacia Nápoles donde pasó un año, y
después se trasladó a Palermo, Sicilia, donde
vivió hasta bien entrado en 1802. La situación de la
familia mejoró gracias a la pensión otorgada por la reina
María Carolina. Eugenio frecuentó los ambientes de la
alta sociedad siciliana, pero permaneció fiel a sus
prácticas religiosas. Su madre le llamó a Aix, para que
se casara con una joven, que pronto murió de tisis. De regreso a
Francia, con 20 años, tomó conciencia de la
desolación de la Iglesia: “La Iglesia, Esposa de Cristo, por la
cual derramó su sangre, se encuentra atrozmente abandonada”.
Esta preocupación fue tan intensa que en 1807 decidió
dedicarse por entero al apostolado. Contra los deseos de su madre,
ingresó en el seminario de San Sulpicio de París y fue
ordenado sacerdote en Amiens en 1811.
De regreso a su ciudad natal trabajó en los
sectores de marginación: analfabetos, mendigos y jóvenes,
pero entendió que esto no podía hacerlo sólo y por
ello reunió en torno así a un grupo de personas con los
mismos ideales, así nació primero la Congregación
de Jóvenes Cristianos de Aix, bajo la advocación de
María y se entregó a las misiones populares en las aldeas
vecinas. En 1814, fue nombrado capellán de los presos y contrajo
el tifus, enfermedad de la que estuvo a punto de morir. En 1816, junto
con un grupo de sacerdotes empezó la Sociedad de los Misioneros
de Provenza y de aquí nació la futura Congregación
de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada (1826), que
sería aprobada en 1836. De 1927 a 1836 se sucedieron pruebas:
divisiones, defecciones, muertes, pérdida temporal de la
ciudadanía francesa e incluso recelos de la Santa Sede. Los
efectos inmediatos, además de una enfermedad personal seria,
momentos de desaliento y depresión. Experimentó el precio
de entregarse al Señor y de servir a la Iglesia. Se
sintió profundamente herido, pero salió de ahí
más humilde, más comprensivo frente a los demás,
más fortalecido en su amor y en su fe.
Fue nombrado obispo de Marsella, que sirvió con
gran celo pastoral durante 25 años hasta su muerte en esta
ciudad, con 80 años de edad. Su nombramiento se debió a
que su tío, Carlos Fortunato de Mazenod, era obispo de Marsella,
y como tenía muchos años, pidió ayuda a su
sobrino, nombrándolo vicario general, después será
ordenado obispo en 1832 y sucederá a su tío en 1837, y
después de vencer la resistencia del gobierno francés,
pudo tomar posesión de su sede, aunque en el intervalo fue
expulsado de Marsella, durante algunos años. Como obispo,
multiplicó las parroquias, las asociaciones, los movimientos,
animó a la fundación de institutos religiosos.
Construyó la nueva catedral de Marsella. A sus oblatos, antes de
morir les dijo: “Practicad entre vosotros la caridad, la caridad, la
caridad; y fuera, el celo por la salvación de las
almas”. Fue canonizado por San Juan Pablo II el 3 de diciembre de
1995.