SAN ERO DE ARMENTEIRA
1176 d.C.
30 de agosto
Se dice
que nació en la comarca de Salnés, Galicia. En 1151
fundó la abadía cisterciense de Armenteira del que fue su
primer abad durante 26 años, primero bajo la observancia
benedictina y después del cister. Tuvo fama de taumaturgo.
El abad don Ero era muy devoto de la Virgen Santa
María y acostumbraba a pedirle en sus rezos que le mostrase el
bien que el Paraíso tiene para aquellos que por su piedad y
devoción, así como por su rectitud en la vida, son
merecedores de él. Acostumbraba a salir el piadoso y buen abad
algunos días para solazarse un poco caminando por el bosque que
había en el declive del monte Castrove, próximo al
monasterio por él fundado. Ero entró un día en una
huerta a la cual iba muchas veces, y en ella encontró una fuente
de agua clara y murmurante que parecía ofrecerle un apacible
reposo a la sombra de un frondoso árbol. Cerró los ojos
beatíficamente el anciano abad, pues había recorrido ya
muchos años después de ser elegido; y como es costumbre,
rogó a Nuestra Señora: “¡Oh, Virgen!
¿Qué será el Paraíso? ¿Y no
podría verlo antes de salir de aquí, yo que te lo he
rogado?”. Entonces, en el árbol bajo cuyas ramas frondosas
descansaba el santo Ero comenzó a cantar un pajarillo. Y el
canto del pajarillo era de sonido tan agradable y armonioso, que el
anciano monje se olvidó del tiempo que pasaba y se quedó
allí sentado sobre la blanda hierba, al pie de la fuente que
susurraba, escuchando embelesado aquel canto y aquella armonía.
Y así pasó sin darse cuenta trescientos años,
pareciéndole que no había estado sino muy poco tiempo.
Los monjes fueron a buscarle, y pensaron que
había muerto. Después de levantarse el anciano abad, se
encaminó hacia el monasterio; pero, al llegar, se
encontró con un gran pórtico que nunca había
visto, y dijo: “¡Ay, santa María me valga!
¡Éste no es mi monasterio!”. Con todo, entró en
él y los monjes al verle sintieron gran pavor; y el prior le
preguntó: “Amigo, ¿Quién sois vos?
¿Qué buscáis aquí?”. Cuando supieron lo que
a don Ero le había acontecido, el abad y los monjes todos,
exclamaron asombrados: “¡Nunca tan gran maravilla/ como Deus por
este fez/ polo rogo de sa madre/ Virgen santa de gran prez!”. Nuestro
santo murió en aquel instante.