SAN ENRIQUE DE
OSSÓ Y CERVELLÓ
27 de enero
1896 d.C.
Natural de Vinebre, Tortosa, (Tarragona), en el seno de una familia de
labradores acomodados. Movido por la lectura de Santa Teresa,
sintió la vocación sacerdotal pero su padre lo
envió a Quinto de Ebro con su hermano Juan, dueño de un
comercio, de donde pasaría a Reus como dependiente de un
comercio. Su madre murió en la epidemia de cólera de
1854, y dejó un escrito en la que solicitaba que se dejase
seguir su vocación sacerdotal a su hijo. Enrique se
escapó de su casa y se marchó al monasterio de
Montserrat, donde confirmó su vocación sacerdotal, pero
mientras tanto se hizo ermitaño. Fue a buscarlo su hermano
Jaime, pero regresó a su casa a condición de que se le
dejase seguir su vocación. Ingresó en el seminario de
Tortosa, del que pasaría al de Barcelona donde fue ordenado
sacerdote en 1867; en Montserrat celebró su primera misa. Viendo
el peligro que corría la fe de los jóvenes, a ellos
dedicó sus primeros afanes apostólicos. Se
consagró a las catequesis y misiones populares, a la vez que era
profesor del seminario diocesano.
Otras de sus
prioridades fue el apostolado de la prensa. Conocía el influjo
de la palabra escrita, veía con dolor los ataques que
sufría la Iglesia y para defenderla trabajó con
ahínco en escribir libros y folletos para fortalecer la fe.
Promovió la piedad, para lo que escribió “El cuarto de
hora de oración”. Creó la "Revista Teresiana"
y el "Amigo del Pueblo".
Fundó varias
asociaciones para hombres, jóvenes y niños. Se
ocupó de nuevos métodos de pedagogía. Fue un
verdadero maestro. Escribió “Guía del catequista” y un “Catecismo” para obreros. Ideo un
Instituto de Hermanos Josefinos y otro de Misioneros Teresianos. Pero
su obra magna fue la Compañía de Santa Teresa dedicadas a
la formación de la mujer: "El mundo será lo que sean las
mujeres". Tuvo que sufrir la división de su
Compañía y de un convento de carmelitas descalzas que
él mismo había levantado; para ello se retiró al
convento franciscano de Sancti Spiritus de Gilet, en Valencia donde
murió mientras realizaba unos ejercicios espirituales.
Soportó las dos adversidades con gran fortaleza. Jamás se
le oyó ningún lamento. Lo que hizo fue entregarse
denodadamente a las obras del apostolado. Su ejemplar actitud
sorprendió y convenció a sus mismos enemigos. Desde 1879
se vio envuelto en un delicado y doloroso pleito que, involuntariamente
por su parte, lo enfrentó a las autoridades
eclesiásticas. Lo que algunos juzgaron como obstinación
no fue sino defensa de la verdad, la justicia y los derechos de los
otros. Varias décadas más tarde, ya después de su
muerte, salió a la luz la verdad de tan complicado proceso y se
puso de manifiesto su fidelidad inquebrantable a la Iglesia, su
honradez, caridad, espíritu de fe. Fue canonizado por SS Juan
pablo II en Madrid, el 16 de junio de 1996.