SAN CESIDIO
GIACOMANTONIO
4 de julio
1900 d.C.
Nació en Fossa, en los Abruzzos. Se llamaba Angelo. Sus padres,
eran campesinos y profundamente religiosos. A los 16 años
decidió ser franciscano e ingresó en el convento de
Sant’Angelo. Fue admitido como postulante en 1889 y recibió el
hábito de novicio dos años más tarde, adoptando el
nombre de Cesidio. Su programa de noviciado lo resumió en tres
palabras: obediencia, estudio y oración. En 1892 hizo los votos
perpetuos y recibió la ordenación sacerdotal cinco
años después en 1897.
Notando su gran aptitud para el apostolado, los superiores
lo encaminaron al convento de Capistrano, muy dedicado al ministerio de
la predicación, y poco después al de San Martino dei
Marsi. En este último se sintió tan fuertemente llamado
por Dios a ser misionero que escribió de inmediato una carta
pidiendo su traslado a alguna tierra de misión. Sin embargo, sus
superiores tenían otros planes y lo enviaron a Roma para
profundizar sus conocimientos de Teología. Obedeció como
buen religioso, pero no dejó de rezar a la Reina de los
Apóstoles para que removiera los obstáculos.
Su oración fue atendida muy pronto: se
encontró providencialmente con fray Luigi Sondini, que
después de 32 años de trabajos en China llegaba a Italia
para reclutar sacerdotes jóvenes y dispuestos a las arduas
labores del misionero. En seguida se presentaron tres, entre ellos fray
Cesidio, que le explicó la necesidad de obtener el
consentimiento de sus superiores. Fray Luigi la consiguió pero
con dificultad, ya que el superior inmediato de fray Cesidio, nada
contento con perder a un valioso subordinado, llegó a negarle la
bendición al momento de partir: “Que Dios te bendiga, yo no lo
haré”.
La amargura de esa inusitada despedida no quitó
bríos al nuevo misionero, que embarcó hacia China en
1889. En 1900 llegó con sus compañeros a Heng-Tciou-Fu,
donde fueron recibidos festivamente por el obispo Mons. san Antonio
Fantosanti y una pequeña multitud de fieles.
Fray Cesidio sólo se quedó dos meses en
dicho lugar. Era tanta la necesidad de misioneros, que incluso sin
hablar bien la lengua china fue enviado por el obispo a Tong-Siong,
pequeña comunidad de 500 cristianos. Su primera
preocupación fue preparar los catecúmenos para la Pascua;
a los pocos días, treinta adultos pidieron el Bautismo. Su ardor
misionero lo reflejan estas palabras: “Poder ser una antorcha que
comunica luz a los demás, luz de doctrina, luz de buenos
ejemplos, luz de santidad… ¡Pobre de mí si no doy buen uso
a los talentos recibidos de Dios!” Manifestaba solamente un deseo:
evangelizar, conquistar almas para la Iglesia.
Ante la inminencia de un sangriento estallido de persecución,
fray Cesidio decidió ir a pedir orientación al obispo.
Cuando llegó a la sede episcopal, Mons. Fantosanti se hallaba
ausente. Buscó entonces al vicario, Pbro. Quirino Hifling.
Fueron interrumpidos por gritos furiosos procedentes de la calle:
“¡Muerte! ¡Muerte a los europeos!” Algunos malhechores
prendieron fuego a la iglesia e invadieron la casa de la misión.
En un primer momento se detuvieron atemorizados ante los dos
sacerdotes, y éstos aprovecharon para refugiarse en el
presbiterio. Algunos cristianos chinos, en un golpe audaz, lograron
salvar al P. Quirino. Pero fray Cesidio había desaparecido…
Lleno de celo por la Sagrada Eucaristía, no
podía tolerar su profanación. Así, utilizó
los preciosos minutos en que podría haber huido para consumir
todas las partículas consagradas. Ante el mismo altar fue
atacado con golpes, piedras y palos. Los asesinos lo arrastraron
afuera, le enrollaron una tela húmeda en petróleo y lo
quemaron vivo. Del mártir sólo quedaron restos de hueso,
recogidos a toda prisa por los cristianos. Fue canonizado, con un
numeroso grupo de mártires en China, el 1 de octubre del 2000
por Juan Pablo II.