SAN CAMILO DE LELIS
14 de julio
1614 d.C.
Nació Bucchianico de Chieti, reino de Nápoles, de noble
familia de militares. Murió su madre cuando era muy joven y se
fue a vivir con su padre al cuartel de Pescara, del que el padre era el
jefe militar, y de ahí le vino la vocación militar que le
hizo luchar bajo la bandera del rey de España en Dalmacia y
Túnez. Siguió a su padre en viaje hacia Venecia, donde
pensó poner su espada al servicio de la Serenísima. Pero
al llegar a Loreto, el padre murió, y Camilo se encontró
solo, con la espada heredada y una juventud de soldado aventurero, en
la que llegó a jugarse hasta la camisa. Se enroló en
bandas de mala fama, hasta el punto de tener que venderse como esclavo.
A
los 20 años,
una úlcera en una pierna le hizo ingresar en el hospital de San
Giacomo de Roma; como era pobre, pagaba sirviendo en el mismo hospital
como enfermero; hasta que le echaron de allí por pendenciero y
jugador -los naipes eran su perdición-, y otra vez renqueando se
fue aquel hombre violento ganándose el pan con la guerra. De
nuevo la llaga, "una caricia divina", le hizo interrumpir esta
existencia errante, e ir al convento de los capuchinos en Manfredonia,
en la Puglia, donde se quedó impresionado por una
conversación con un padre capuchino, fray Ángel; se
convirtió y por dos veces quiso hacerse capuchino
(llegó a ser admitido en la Orden y tomo el nombre de fray
Cristóbal), pero nadie se fiaba de él, y hacían
bien, siempre cedía a las tentaciones, la riña y la
baraja; hasta que un día, solo y desnudo ante sí mismo,
decidió cambiar para dedicarse a Dios y al prójimo.
De nuevo en el hospital de San Giacomo, y ante el horripilante mal
servicio prestado por los sirvientes a los enfermos, vio con claridad
que Cristo le quería como fundador de una Orden dedicada al
cuidado de los enfermos. Fundó la Orden de los Clérigos
Regulares de los Ministros de los Enfermos, una compañía
de "hombres piadosos y de bien que sirvieran a los enfermos no por
lucro, sino por puro amor de Dios". Además de los tres votos de
pobreza, cástidad y obediencia, añadieron un cuarto voto
de asistencia a los enfermos, incluso cuando existiere peligro de vida.
Concibió al enfermo como la imagen de Cristo sufriente y
así les decía: "No me pidáis por favor;
mándame, porque vosotros sois mis patrones". Todos los
enfermeros se aprovecharon de su caridad, y los grandes personajes de
Roma, quisieron verle y hablar con él, pero les
respondía: "Decidles que tengan paciencia, estoy ocupado con
Nuestro Señor Jesucristo". San Felipe Neri, que fue su confesor,
y le había indicado su vocación hacia los enfermos, se
opuso, durante muchos años, a la fundación de la nueva
congregación, hasta que un día reconoció que
Camilo había sido inspirado por la Providencia.
Camilo se
trasladó al gran hospital romano de Santo Spirito, y allí
desarrolló aquella nueva experiencia que dio vida a su Orden
(aprobada por Sixto V en 1586), llamada luego en 1591 también de
los "padres de la buena muerte", a la que se impuso un voto especial de
misericordia que obligaba tanto a los sacerdotes en la cura espiritual
de los enfermos, como a los laicos en la asistencia corporal.
Después de dos años decidió ordenarse sacerdote,
pero como no tenía estudios, los comenzó en el Colegio
Romano, como oyente y con un gran esfuerzo se ordenó sacerdote,
con 34 años, en la basílica lateranense en 1584. La nueva
Congregación se estableció en la iglesia de la Magdalena.
Consolidó su fundación, y renunció al cargo de
Superior General, por disensiones internas de la Congregación y
para entregarse por entero a los enfermos contagiosos hasta su muerte.
En la terrible inundación del Tíber de 1598 logró
salvar a los enfermos de modo heroico con sólo seis ayudantes.
No le fue concedida una muerte fácil, a las úlceras de
los pies se le sumaron piedras en la vesícula biliar, a las que
acompañaron cólicos nefríticos. Transcurrieron
treinta y tres meses de sufrimientos soportados con paciencia, hasta su
muerte. Fue
canonizado en 1746. El Papa León XIII le proclamó patrono
de los enfermos junto con san Juan de Dios, y Pío XI le
nombró patrono de los enfermeros y de sus asociaciones.