Nació
en Siria de padres persas; fue el hijo de una persona llamada Addas. En
su juventud, fue uno de los guardias ecuestres de Todosio el Joven,
pero sus deberes militares, que cumplía con entera fidelidad, no
le impedían hacer del servicio de Dios su principal
interés. Todo su tiempo libre lo pasaba en soledad y
oración, y frecuentemente visitaba a los santos reclusos que
ocupaban ermitas en los alrededores para pedirles albergue y poder
pasar la noche con ellos, haciendo ejercicios penitenciales y cantando
alabanzas a Dios.
Finalmente, el
deseo de una mayor perfección, o el temor de la vanagloria, lo
indujeron a adoptar la vida eremítica. Formó su albergue
en la montaña desierta de Oxia, a sólo doce
kilómetros de Constantinopla, pero al otro lado del Helesponto,
en Bitinia. Allí parece ser que fue muy consultado y que
ejerció considerable influencia, debido a su fama de
santidad.
Cuando
se
reunió en Calcedonia el IVº Concilio Ecuménico para
condenar la herejía eutiquiana, Auxencio fue llamado por el
emperador Marciano, no como algunos de los biógrafos del santo
sugieren, por su gran sabiduría, sino porque se sospechaba de
sus simpatías con la doctrina de Eutiquio. Auxencio se
justificó de la acusación que le hacían. Cuando
estuvo de nuevo en libertad, no regresó a Oxia, sino que
eligió otra celda más cercana a Calcedonia, en la
montaña de Skopas, que luego se llamó monte San Auxencio,
donde fue presbítero y archimandrita. Allí
permaneció, entregado a una vida de gran austeridad, instruyendo
a los discípulos que acudían a él, hasta su muerte.
El historiador
Sozomeno escribió todavía en vida del santo sobre la fe
constante de Auxencio, así como sobre la pureza de su vida y su
intimidad con fervorosos ascetas. Entre los que buscaban dirigirse por
él, en sus últimos años, hubo algunas mujeres.
Estas formaron una comunidad y vivían juntas al pie del Monte
Skopas. Se les conocía como las Trichinarae “las del
hábito de crin”. Fueron ellas las que, después de una
larga contienda, lograron obtener la posesión de sus restos
mortales, que guardaron como reliquia en la iglesia de su convento.