SAN ANTONIO
MARÍA GIANELLI
7 de junio
1846 d.C.
Nació en Cerreto (Chiavari-Liguria), en el seno de una familia
de agricultores; su padre se llamaba Gianelli Tosso. Desde muy joven
sintió vocación sacerdotal, y fue ayudado para realizarla
por una rica dama genovesa que le pagó los estudios en el
seminario de Génova. Esta señora era Nicolasa Asseretto
de Rebisso, que era dueña de la mayor parte de las tierras que
cultivaban la familia de Antonio María.
Cuando todavía era archidiácono se le
encargó la misión de predicar. Sus superiores solicitaron
la dispensa para que pudiera ordenarse antes de la edad establecida en
1812. Todo lo que hizo lo confió a María. Su primer
destino fue el de coadjutor de la abadía de San Mateo donde ya
ejerció su carisma de predicador con general aplauso. Animado
por este deseo misionero se inscribió en la Congregación
de los Misioneros Suburbanos, comenzando a tomar parte en varias tandas
de ejercicios espirituales y en misiones en pueblos de la ribera. Dos
años después fue enviado como profesor de literatura en
el colegio de los escolapios. Fue maestro de retórica en el
seminario de Génova, prefecto y director de estudios durante
diez años. Al tiempo que desempeñaba sus deberes docentes
se ocupaba en la predicación y en obras de caridad, como la
ayuda que prestó a los genoveses durante la carestía de
1816.
En 1826 fue nombrado arcipreste del pueblo de Chiavari,
donde estuvo 12 años. Y allí fundó un seminario
local que acogió numerosas vocaciones, y para fomento de las
misiones populares y de los ejercicios espirituales al clero
fundó una sociedad sacerdotal bajo el patrocinio de san Alfonso
María de Ligorio (Los Ligorianos, que se disolvió en
1856), y en 1829 fundo otra femenina llamada Hijas de María
Santísima del Huerto (o Gianelinas), dedicadas a la asistencia
de los hospicios, hospitales, cárceles, manicomios y a la
educación de la juventud femenina. Su carisma se basa en estas
palabras del santo fundador; "Hacerse todo a todos, en espíritu
de caridad perfecta, sacrificarse para todos, evangelizar e instruir,
ganar a todos para su Dios". Fue un párroco lleno de celo,
conocedor de su feligresía, en la que fomentó la
frecuencia de los sacramentos y la devoción a María.
Previendo los tiempos, fue precursor de la Acción
Católica, logró despertar en los laicos una llama de
fuego apostólico y un movimiento religioso colectivo.
Reformó las benedictinas de Varese.
Los últimos años de su vida los pasó
como obispo de Bobbio (1838-1846), a propuesta del rey de
Cerdeña. Su diócesis, suprimida y vuelta a restaurar y
vacante una temporada, estaba muy necesitada de un alma
apostólica que insuflase nuevo espíritu en la comunidad
cristiana. Quiso ante todo, con la ayuda de sus ligorianos, reanimar el
espíritu religioso mediante las misiones populares. Llamó
al clero a ejercicios espirituales donde se replanteó todo el
deber de los sacerdotes, que a muchos animó decididamente a un
ministerio más intenso y pelear, y tuvo que apartar de su
ministerio sacerdotal a algunos recalcitrantes e indignos. Como
ayudantes de su obra apostólica creó la Asociación
de Oblatos de San Alfonso, que hoy tampoco existen. Hizo renacer el
seminario y reflorecer el culto a san Columbano. Difundió los
escritos del venerable Frassinetti, que había sido alumno suyo y
que cooperó con él en la difusión de la moral y de
la ascética de san Alfonso María. Celebró un
sínodo diocesano, revelándose como hombre de gobierno,
que se opuso a las primeras invasiones laicistas en el terreno de la
Iglesia. De su ardiente amor a María Inmaculada, nació el
deseo de que en las letanías lauretanas se incluyera la
advocación: Reina sin pecado concebida...; que en el prefacio de
la misa se mencionara a María Inmaculada y además
pidió que en breve se definiera el dogma de la Inmaculada.
Murió en Piacenza, buscando una cura de reposo para mejorar su
salud. Fue canonizado el 21 de octubre de 1951 por SS Pío
XII.