Las noticias que
tenemos sobre su vida son pocas. Es el décimo sucesor de San
Pedro; fue Papa entre San Pío I y San Sotero; rigió a la
Iglesia por el tiempo que duran once años- desde el 155 al 166-
y era originario de Emesa, en Siria.
Las circunstancias en las que trabajó vienen dadas por la
situación social, política, económica y cultural
de la época. En el siglo II se utilizaba el griego como lengua
cultual; los Papas suelen ser provenientes de familias humildes del
pueblo; ser elegido para ese servicio era elección para el
martirio (hasta el siglo IV todos los Papas dieron su vida por la fe).
El cuidado o servicio a los hermanos tenía que ser intenso,
sacrificado, valiente, generoso y muy exigente pero lleno de bondad.
Los discípulos de Jesús que aumentaban cada día
llevaban aún una existencia precaria aún en los
períodos de paz. Incluso con los Antoninos, la muerte para el
cristiano podía estar detrás de cualquier
acusación o acontecimiento; hasta el estoico Marco Aurelio
pensó que la paciencia de los mártires cristianos era
fanatismo.
Había que esforzarse en llevar a los paganos el misterio, porque
el Reino era también para darlo a ellos. Fué preciso
contrarrestar a los pensantes paganos listos que, con sarcasmo,
ironía y calumnia, ridiculizaban el espíritu y vida de
los cristianos. Por eso la fe se hizo, además, apología.
A los cuidados hacia fuera hay que añadir la atención
primaria de la grey con los problemas que surgen desde dentro. Ya
pululaban por doquier versiones cristianas de fe que no
coincidían con el genuino modelo y era preciso mantener a
cualquier precio la pureza de la fe recibida. Esa era la
situación del complejo sistema que luego se llamó
gnosticismo -se tienen por cristianos y enseñan el secreto
conocimiento de lo divino, reciben influencias platónicas y de
religiones dualistas persas, forman grupos cerrados, niegan la muerte
expiatoria de Jesús y rechazan la resurrección del cuerpo
terrenal-.
Marción era gnóstico, vivió en Roma y en tiempo
del Papa Aniceto; decía que había dos principios: el
bueno era Dios y el espíritu maléfico creó el
mundo, la materia y el cuerpo; se hizo rico con negocios navieros;
hacía estrago entre los cristianos sembrando confusión y
negando el valor del cuerpo con su rigorismo extremo.
En estos cuidados discurrió la vida de Aniceto.
Hubo un asunto peculiar que merece comentario. Policarpo viene a Roma
para tratar con el Papa un tema serio. Él fue en su tiempo
discípulo directo de San Juan, el apóstol joven, y ahora
es el obispo de Esmirna. Con sus ochenta y cinco años quiere
dejar acordada la fecha de la principal fiesta cristiana. Los de
Oriente siguen la tradición joánica, mientras que los de
Occidente siguen la tradición de Pedro. No llegaron a ponerse de
acuerdo. Es una cuestión -la de la Pascua- que tardará en
resolverse hasta el concilio de Nicea. Pero se despiden en
comunión sin romper la unidad ni quebrantar la caridad
¡Todo un ejemplo!
No hay datos explícitos y concluyentes sobre el lugar y modo de
su tránsito. El Liber Pontificalis -aunque empleando una
expresión extraña por lo inusual- lo coloca entre los
mártires; luego, la tradición constante de los
martirologios habla de martirio y señala la fecha del 17 de
abril, aunque no es unánime. En lo referente al lugar de su
enterramiento, se señala en cementerio de san Calixto, donde con
frecuencia se enterró a los Papas.
La reliquia de su cabeza fue entregada al arzobispo de Munich, Minucio,
en el año 1590, y se venera en la iglesia que rigen los jesuitas
en la ciudad. Los restos reposan en el sarcófago que soporta el
altar Mayor -el que consagró el cardenal Merry del Val en 1910-
de la capilla del Pontificio Colegio Español de Roma; fueron
traslados al que entonces era palacio renacentista de los duques de
Altemps, en el año 1604. Por eso, en la bóveda
está pintada, entre guirnaldas barrocas y múltiples
amorcillos, la apoteosis de San Aniceto, con capa desplegada y
ascendiendo al cielo.