SAN ANDRÉS WANG
TIANQING
22 de julio
1900 d.C.
En la localidad de
Majiazhuang vecina a Daining en la provincia de Hebei en China, las
santas mártires Ana Wang, virgen, Lucia Wang-Wang y su hijo
Andrés Wang
Tianqing, ejecutados por el nombre de Cristo en la persecución
de los
boxers.
Lucía nació en
el poblado de Wei-Hsien,
China. También es conocida como Lucía Wang Wangzhi,
porque el sufijo
“-zhi” indica su apellido de nacimiento. Vivía en la aldea de
Ma-Kia-Tchoang, en la provincia de Hebei, cuando comenzó la
revuelta de
los bóxers. Madre de Andrés Wang
Tianqing, que tenía 9 años y de una niña de
cinco, cuyo nombre no nos ha llegado. Tenía 31 años.
Cuando la persecución de los bóxers,
en 1900, una parte de la
población huyó del pueblo, y los soldados entraron en la
aldea e
incendiaron la iglesia. El jefe de la banda puso a los cristianos del
lugar ante la disyuntiva de apostatar o morir. Ana se encontraba en la
escuela con sor Lucía. Mientras la maestra animaba a las
niñas a
confiarse a María, ella estaba serena y con la conciencia
tranquila. Su
padre pensé en ponerla a salvo, pero ella no quiso
comprometerlo. Ana
se quedó con algunos vecinos animándoles a permanecer
firmes en la fe.
Sor Lucía, había huído con las alumnas.
Allí estaba el anciano san José
Wang Yumei, que hacía guardia en la escuela y otras mujeres y
sus
hijos. Cuando llegó el alba, también llegó un
misionero que celebró una
misa.
Cuando los soldados llegaron, José les dijo
a los presentes,
que se refugiaran en los sótanos de la escuela y que él
intentaría
desviar la atención de los bandidos, acogiéndoles en el
ingreso del
edificio, pero como José se negara a decir dónde estaban
los
cristianos, el jefe ordenó disparar contra las ventanas del
edificio:
ante el fragor de los cristales, los niños se asustaron y
comenzaron a
gritar y llorar descubriendo así, su escondite. Lucía
intentó razonar
con los bandidos, haciéndoles ver que ninguno de ellos
habían hecho
nada malo, pero desistió, para no agravar más la
situación, ya crítica
por sí misma.
Todos los presentes fueron llevados en carros al
pueblo donde
tenían el cuartel general los bóxers de la zona en
Tai-Ning. Todos
fueron interrogados y el primero en morir fue José Wang de un
lanzazo
en la garganta y después decapitado, dejando un testimonio de su
fe y
un último intento en defender a los prisioneros.
Como los cristianos no renegaban de su fe, los
bóxers
adoptaron un sistema para hacerlos ceder: separaron a los hijos de las
madres, después les condujeron a una salita con dos estancias.
En una
había un cartel que ponía: “Liberación” y los
soldados habían colocado
juedos y diversas mercancías apetecibles, en la otra,
había otro cartel
que ponía: “Muerte”. Algunas mujeres renegaron de su fe, entre
ellas la
madrasta de Ana, lo que Ana sintió mucho. Las mujeres que no
habían
apostatado se les dijo que si no lo hacían morirían
sepultadas vivas
con sus hijos; les dejaron una noche de reflexión, lo mismo que
a las
muchachas y adolescentes que allí se encontraban.
Ana, aquella noche, les dirigió la
oración para prepararse
para la muerte. En la mañana del 22 de julio, mujeres y
niños fueron
conducidos donde estaban preparadas las fosas. Antes habían
sufrido un
nuevo interrogatorio, al que no respondieron, animadas por la mirada de
Ana. Los soldados les dijeron que si seguían obstinadas,
debían entrar
en las fosas junto a sus hijos. Las mujeres avanzaron, pero la muchacha
les dijo en voz baja, que se arrodillaran mirando la iglesia de su
aldea. El jefe, ordenó que todas fueran decapitadas con la
espada,
comenzando por las más ancianas.
Una de las últimas en caer fue santa
Lucía Wang Wangzhi, que
llegada la hora, junto a la boca de la fosa en Tai-Ning, el jefe de los
bóxers intentó convencerla para que renegara de su fe y
pensara en sus
hijos. Ella respondió: “Yo soy católica, y
católicos son también mis
hijos. Si vosotros me mataís por mi fe, matadles también
a ellos”.
Después de estas palabras, Andrés
comenzó a llorar porque
tenía sed. Un soldado, partió una sandía y le
refrescó los labios. Al
ver esta escena, es soldado se compadeció de su hijo de nueve
años y
propuso al capitán que le diera permiso para adoptarlo. Pero la
madre,
viendo el peligro espiritual que corría el muchacho, lo atrajo a
sí y
dijo: “Yo soy cristiana”, repitió “y también mi hio.
Matadnos a los
dos, pero a él primero y yo la última”.
El niño comprendió, tiró la
sandía, se puso de rodillas y
comenzó a orar en voz alta, y se preparó para morir. Con
una sonrisa,
saludó a Lucía por última vez, después
inclinó la cabeza para ser
decapitado; inmediatamente después, fue el turno de su madre y
de su
hermana. Los tres fueron sepultados en la misma fosa.
Cuando llegó el turno de los más
jóvenes, Ana se preparó
intensificando su oración. La última de todos fue Ana que
hasta el
final siguió animándoles en la perseverancia;
tenía 14 años. El jefe de
los bóxers, de nombre Song, ordenó a la muchacha, de
abandonar su
religión. Ella, inmersa en la oración, no le
respondió. Luego, el la
tocó y ella le respondió: “Soy católica. No
renegaré jamás de Dios.
Prefiero morir”. El soldado le dijo que podría ser mujer de un
hombre
muy rico, a lo que Ana, no escuchó y siguió defendiendo
con coraje su
fe. Foribundo, Song le cortó un trozo de carne del hombro
izquierdo y
siguió con sus propuestas, pero recibió el mismo
rechazo... y le cortó
el brazo izquierdo. Ana permaneció de rodillas, dijo sonriendo:
“La
puerta del Paraíso está abierta para todos”. Despues,
susurrando tres
veces el nombre de Jesús, ofreció el cuello al verdugo.
Después de
decapitarla, su cuerpo no cayó al suelo.
Después de su muerte, sus vecinos comenzaron
a invocar su
intercesión. Los primeros beneficiados fueron sus familiares: la
abuela
de Ana murió santamente, mientras su madrastra volvió al
catolicismo.
Su padre también volvió a la fe, aunque se quedó
ciego, aceptó esta
condición para expiar sus culpas. Ana Wang es patrona de las
adolescentes.