Alfonso nació
en Zamora en 1598. Hijo de Gonzalo Rodríguez y María de
Olmedo, formaban una familia acomodada. Con 16 años
pidió, en Salamanca, el ingreso en la Compañía de
Jesús. Hizo su noviciado en Simancas y Villagarcía de
Campos (Valladolid), aquí conoció a Juan Eusebio
Nierenberg, que luego escribiría su vida y su martirio. Tras sus
primeros votos religiosos en 1616, se dispuso a realizar humanidades en
Pamplona, el ejemplo y los relatos sobre la vida de los jesuitas en
Paraguay, por un compañero que había estado allí,
despertaron su vocación misionera.
Salió de Lisboa en 1616 con un grupo de 35 misioneros para el
Brasil. Allí le acompañó san Juan del Castillo.
Después de una larga travesía, siguieron su
navegación hacia Buenos Aires y luego hacia la ciudad de
Córdoba en Argentina donde realizó sus estudios
filosóficos y teológicos y enseñaron en
Córdoba y Concepción; los últimos
años antes de la ordenación (1624), y pensando en
sus destinos futuros, estudiaron la lengua guaraní. En 1627, ya
sacerdotes, son destinados por sus superiores a trabajar en la
misión del Paraguay. Alfonso fue destinado primero a
Asunción, entonces capital de la gobernación del
Río de la Plata, extensa zona que incluía, junto al
Paraguay de hoy, varios territorios de las actuales Argentina, Bolivia,
Brasil y Uruguay. Su primer apostolado lo tuvo entre las tribus
guaycurúes, cuya lengua aprendió. Luego marchó con
los guaraníes en la reducción de San Ignacio, primera de
las jesuíticas. Poco después, fue a Concepción de
Itapúa, junto al río Paraná, (reducción
fundada por Roque González) que era la más central, donde
volvió a coincidir con san Juan del Castillo. Luego junto con
san Roque González, fundó la reducción de Todos
los Santos en Caaró donde murió mártir.
Seis meses después, se redactó un relato de todo lo
sucedido para introducir la causa de beatificación. Pero los
documentos se perdieron en el viaje a Roma. La causa se
interrumpió durante dos siglos y parecía destinada al
fracaso. Felizmente, en Argentina se descubrió una copia de los
documentos, y Roque González, Alonso Rodríguez y Juan de
Castillo, fueron solemnemente beatificados en 1934. Entre los
documentos figuraba la siguiente declaración de un jefe indio,
llamado Guarecupí: «Todos los indios cristianos amaban al
padre (Roque) y sintieron su muerte; era un padre para nosotros y
así le llamaban los indios del Paraná.» El papa
Juan Pablo II llevó a término la canonización de
los tres misioneros, celebrándola en Paraguay, el 16 de mayo de
1988.