Alejo U Se-yong,
nació en 1845, en Seoheung (Corea), en el seno de una familia
acomodada. Cuando un catequista le habló del cristianismo, quiso
hablar con el obispo san Simeón Berneux, y este le
encaminó con el catequista Marcos Chong Ui-bae para que lo
adoctrinase y recibiera el bautismo.
Cuando
regresó a la casa paterna, tuvo que sufrir el desacuerdo
familiar: cada día habría de sufrir violencia -incluso
física- y reproches por parte de los suyos, hasta que
enfrentó a su padre y le dijo: «Yo no puedo negar la
religión del Señor del cielo. Usted dice que yo soy su
deshonra, que le lleno de amargura cada momento de su vida; deme
entonces permiso para irme». Contra lo esperado, el padre lo deja
libre de abandonar la casa, y vuelve a Seúl, donde Marcos lo
acoge.
Allí
vivió con su catequista, dedicándose a la
tradución del Catecismo y de otros textos para
ganarse el sustento, y orando permanentemente por la conversión
de su familia.
Sus
plegarias
fueron al fin escuchadas. Se entera por dos cristianos de su provincia
que su padre está dispuesto a recibirlo. Vuelve con su familia,
y una vez allí su padre le dice: «...hazme conocer los
secretos de esta religión, sin ocultarme nada.» Alejo,
eufórico, inició de inmediato la explicación de
las grandes verdades del cristianismo, y con la ayuda de la gracia,
después de unas pocas semanas, su padre, su familia y muchos de
su casa, veinte personas en total, recibieron el bautismo.
La familia de Alejo
no pudo ya permanecer en su provincia, emigraron al distrito de Non-sai
a fin de poder practicar libremente la religión. El padre de
Alejo murió pocos meses después, con admirables
sentimientos de fe.
Cuando todos los
católicos del pueblo fueron arrestados, Alejo, por miedo,
abjuró de su fe y fue liberado. Pero pronto se arrepintió
y marchó al encuentro de su obispo, que estaba preso, le
confesó lo sucedido, añadiendo que había delatado
a un catequista. Fue de nuevo capturado y entonces dio la medida de su
valor ante las torturas. Era un joven de 19 años. Murió
decapitado en Sai-Nam-The (Corea). Fueron canonizados por san Juan
Pablo II el 6 de mayo de 1984.