SAN ALEJO
17 de julio
417 d.C.
Asceta
oriental originario de Edessa, en Siria, que había sido anexada
por Roma. Se cuenta que a principios del siglo V, vivía en Edesa
de Siria un mendigo a quien el pueblo veneraba como a un santo.
Después de su muerte, un autor anónimo escribió su
biografía. Como ignoraba el nombre del mendigo, le llamó
simplemente «el hombre de Dios». Según ese
documento, el hombre de Dios vivió en la época del obispo
Rábula, quien murió el año 436. El mendigo
compartía con otros miserables las limosnas que recogía a
las puertas de las iglesias y se contentaba con lo que sus
compañeros le dejaban. A su muerte, fue sepultado en la fosa
común. Pero antes de morir, reveló a un enfermero del
hospital, que él era el único hijo de un noble romano.
Cuando el obispo se enteró del caso, mandó exhumar el
cadáver, pero no se encontraron más que los andrajos del
hombre de Dios y ningún cadáver. La fama del suceso se
extendió rápidamente.
Antes del siglo IX, se había dado en Grecia el
nombre de Alejo al hombre de Dios, y san José el
Himnógrafo dejó escrita en un «kanon» la
leyenda, adornada, naturalmente, con numerosos detalles. Aunque se
tributaba ya cierto culto al santo en España, la devoción
a san Alejo se popularizó en Occidente gracias a la actividad de
un obispo de Damasco, Sergio, desterrado a Roma a fines del siglo X.
Dicho obispo estableció en la iglesia de San Bonifacio del
Aventino un monasterio de monjes griegos, y nombró a san Alejo
copatrono de la iglesia. Como se decía que san Alejo era romano,
el pueblo adoptó pronto la leyenda y, desde entonces, el santo
ha sido muy popular.
La leyenda dice que nació en Roma. Era hijo
único de Eufemiano, senador de Roma. Estaba adornado, dicen, de
todas las gracias y virtudes, y el mismo día en que se
casó abandonó a su esposa, porque no quería
casarse porque había prometido ser célibe; vagó
como peregrino hasta Edessa, cerca del Eufrates, donde vivió a
la manera de un piadoso mendigo junto a la basílica del
apóstol Tomás, pidiendo limosna y repartiéndola
entre los pobres. Diversos prodigios señalaron su presencia y le
sacaron del anonimato, y de este modo tuvo que regresar a Roma, donde
su padre, que no lo reconoció, le dio albergue, como a un
pordiosero más, en el hueco de la escalera principal de su casa,
donde vivió durante 17 años; ayunando y rezando entre las
burlas de la servidumbre dando ejemplo de paciencia y humildad, hasta
que al morir, se le encontró en la mano una carta dirigida a sus
padres y esposa relatando su vida.
Leyendas posteriores dicen que el papa san Bonifacio I o
san Inocencio I, advertido por una visión, fue a casa de Alejo,
y al encontrar el cadáver, fue el único que pudo abrir su
mano y recoger la carta. Se piensa que se equivoca con un santo de
Edessa llamado Mar Riscia. El episodio del retorno a la casa paterna se
copió de la vida de San Juan Calibita.
Aunque en 1217 se encontraron unas reliquias en la iglesia
de San Bonifacio, en Roma, lo único cierto que sabemos sobre San
Alejo es que vivió (si es que existió), murió y
fue sepultado en Edesa. Ningún martirologio antiguo y
ningún libro litúrgico romano menciona el nombre de San
Alejo, el cual, según parece, era desconocido en la Ciudad
Eterna hasta el año 972. No hubo nunca ninguna aprobación
oficial del culto, sin embargo, la inclusión en la última
edición del Martirologio Romano puede tomarse como un cierto
aval.