BEATA ROSELINA DE VILLENEUVE
17 de enero
1329 d.C.



   Su historia se confunde con la de santa Casilda de Toledo. Se llamaba Juana y era catalana, aunque le pusieron el nombre de Roselina el día en que los trozos de pan que de escondidas daba a los pobres se le convirtieron en rosas, pero esto es leyenda.

   Pertenecía a una ilustre familia provenzal. Su padre era barón de Arcs, y su madre descendía de la familia de Sabrán. Roselina tuvo que vencer la tenaz oposición de sus padres para poder consagrarse a Dios. Había sido educada por las clarisas, pero ingresó en la Orden cartuja a los veinticinco años, en el monasterio de Bertrand. Doce años más tarde, fue nombrada priora de la gran cartuja de Nuestra Señora de La Celle-Roubaud, en Var, al sur de Francia; desde los 37 años, hasta su muerte ocupó este cargo.

   Algunas veces pasó hasta una semana sin probar alimento. Se castigaba con rudísimas disciplinas, y jamás dormía más de tres o cuatro horas. Acostumbraba repetir a sus religiosas las terribles palabras del Señor: «No os conozco» ... para que un día fuesen recibidas en el cielo con las palabras: «Venid, benditas de mi Padre». Cuando se preguntaba a Roselina cuál era el medio más seguro para ganar el cielo, replicaba: «El conocimiento de sí mismo». La santa tenía frecuentes visiones y éxtasis, y poseía un don extraordinario para leer en los corazones.

   Su madre, al quedar viuda, ingresó al monasterio, junto a ella; su hermano mandó construir una cartuja para que residiera en ella. Durante el transcurso de su vida experimentó visiones, éxtasis frecuentes y otros fenómenos místicos. Se dice que era prima del beato Eleazaro Sabrán. Una leyenda cuenta que su hermano Hélian fue capturado durante un combate en una cruzada y que Rosalina fue a la prisión en medio de una nube de rosas, lo liberó de sus cadenas y lo condujo a la casa parterna.

   Su cuerpo fue enterrado en Celle-Roubaud, Provenza, Francia, y en 1607 trasladado a una capilla dedicada a ella, donde permanece incorrupto. Se dice que su cuerpo resplandecía con extraordinaria belleza después de su muerte y no presentaba señal alguna de corrupción. Cinco años después, se encontraba todavía en perfecto estado de conservación, y el clérigo que presidió la exhumación, al ver el brillo de los ojos, ordenó que los depositasen en un relicario separado. Cien años más tarde, el cuerpo de la beata seguía incorrupto, y, en 1644, los ojos no habían perdido nada de su brillo. Su culto fue confirmado en 1851 por el beato Pío IX. Patrona de Draguignan, Francia.

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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)