BEATA ROSARIO QUINTANA
ARGOS
1936 d.C.
23 de agosto
En el
pueblo de Puzol siempre junto a Valencia en España, beata
Rosario (María Victoria) Quintana Argos y Serafina (Manuela)
Fernández Ibero, vírgenes de la Tercera Orden de las
Capuchinas de la Sagrada Familia y mártires, que consiguieron la
gracia del martirio en la misma persecución.
Rosario de Soano nació en Soano (Santander), en
1866, hija de Antonio Quintana y Luisa Argos, de familia piadosa,
creció ayudando a la familia en los trabajos del hogar y del
campo. A los 14 años murió su madre y ella hubo de
hacerse cargo de la casa, educar a sus hermanos y hermanas menores y
ayudar a su padre. Se hizo Terciaria franciscana y frecuentaba el
convento capuchino de Montehano, donde, escuchando un sermón del
P. Luis Amigó, decidió hacerse religiosa. El 8 de mayo de
1889, venciendo la oposición de su familia, ingresó en la
Congregación de las Hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada
Familia en el Santuario de Montiel (España). Hizo su primera
profesión en 1891. Adquirió los conocimientos que no
había podido adquirir en su pueblo. Fue maestra de novicias,
consejera y de 1914 a 1926, Superiora General. Jovial, afable, de
fácil relación, austera en su vida, muy sensible a las
necesidades de los pobres, a quienes acogía y servía
siempre con simplicidad y humildad. Se preocupó grandemente por
la formación y el progreso espiritual de las religiosas.
Como Vicaria general acompañó a las hermanas
durante la guerra civil española, les buscó refugio y las
animó a la perseverancia. Se distinguió en la
práctica de la caridad, la fidelidad a Dios y al prójimo
y su profunda devoción a la Eucaristía.
Al estallar la guerra civil española el 18 de julio
de 1936, las hermanas fueron obligadas a abandonar el convento y
refugiarse en casas particulares. Detenidas el 21 de agosto de 1936,
fueron sometidas a trabajos forzados, malos tratos y vejaciones. Al
día siguiente fue fusilada junto con la hermana Manuela
Fernández Ibero en la carretera de Puzol (Valencia). Le
entregó al asesino el anillo de su profesión
diciéndole: "Tómalo, te lo doy como señal de mi
perdón". Luego éste, impresionado, decía:
"¡Matamos a una santa! ¡Matamos a una santa!".