El rezo del
Santo Rosario surgió alrededor del año 800 a la sombra de
los monasterios, como «Salterio de los laicos». Mientras
los monjes rezaban los salmos (150), a los laicos, que en su
mayoría no sabían leer, se les enseñó a
rezar 150 Padres nuestros. Con el tiempo se formaron otros tres
salterios con 150 Ave Marías, 150 alabanzas en honor de
Jesús y 150 alabanzas en honor de María.
El 1365 se dio
inicio a uña combinación de los cuatro salterios,
dividiendo las 150 Ave Marías en grupos de diez y poniendo un
Padre Nuestro al inicio de cada uno de ellos. El 1500 se
estableció para cada grupo de diez Ave Marías la
meditación de un hecho de la vida de Jesús o
María, y así surgió el actual Rosario de quince
misterios. La palabra Rosario quiere decir «ramillete de
rosas».
Aparte de ser una de las más grandes expresiones de religiosidad
popular, desde un principio el rezo del Santo Rosario representó
para la cristiandad una arma de defensa en contra de la herejía.
«Considero, dice el papa León XIII, que no hay nada mejor
ni más oportuno que recomendar y promover esta forma de
oración, para que mediante el Rosario, gracias a la
consideración frecuente de los misterios de la salvación,
la fe despierte más viva en el corazón de los hombres y
el fuego sagrado de la oración se reanime y resplandezca como
prenda de paz, de elevación moral y de prosperidad.
«Esta maravillosa devoción mariana, como toda
devoción auténtica, está impregnada de la
más sólida doctrina. Los quince misterios del Rosario son
una admirable y fuerte síntesis, en forma de meditación,
de todo el dogma de la Redención.
«Y en cuanto a la forma externa de su
recitación, ya sea privada, ya pública, es obra maestra
de sencillez evangélica, cuyo tono es deliciosamente filial y
graciosamente infantil, como sienta a pequeñitos que balbucean
su cariño a una tierna madre».
«Entre las distintas oraciones públicas
que dirigimos útilmente a la Virgen Madre de Dios -añade
el papa Pío Xl-, el santo Rosario ocupa un lugar excepcional...Y
así como en el tiempo de las Cruzadas se levantaba en toda
Europa, de todos los pueblos, una sola voz, una plegaria única,
que hoy también, en el mundo entero, en las metrópolis y
en las ciudades, en los pueblos y en las aldeas, todos unidos de
corazón y de esfuerzo, se afanen con porfiadas súplicas
por alcanzar de la poderosa Madre de Dios que sean desbaratados los
destructores de la civilización cristiana y humana, y que sobre
los hombres fatigados e inquietos, resplandezca la paz verdadera».