BEATO ROQUE CATALÁN DOMINGO
22 de julio
1936 d.C.
La vida y la muerte de este
Hermano Paúl son excepcionales. Perdió a su madre enseguida
de nacer, pero encontró una excelente familia con su padre y los abuelos
maternos. La decisión de consagrarse a Dios la tomó Roque a
los 24 años, a raíz de unas misiones en Aldehuela. Su padre
que era un hombre justo y muy piadoso solicitó también el ingreso
como hermano Paúl, pero no le admitieron por la edad. Aconsejado por
el señor obispo de Teruel, se hizo Hermano cisterciense del monasterio
de Dueñas (Palencia) y llevó de religioso una vida tan edificante
como la había llevado de seglar. El H. Catalán estuvo siempre
destinado en la casa provincial de Madrid. Los últimos 26 años
como enfermero. De él se ha dicho que reproducía sin darse
cuenta las escenas más delicadas de las vidas de los santos. Destaca
por su devoción a la Eucaristía y a la pasión del Señor.
Consiguió llevar a su pueblo una imagen de la Virgen Milagrosa y que
le dedicaran un altar. Convencido de que Dios lo quería mártir,
cuando en España no había ni asomo de persecución religiosa,
pidió destino a la Misión de Cuttack (India). Al no conseguirlo
no perdió la esperanza. Decía a sus compañeros. ¡Yo
seré mártir! ¡Dios se las arreglará! El domingo
19 de julio de 1936, fiesta del santo fundador, fue andando al Cerro de los
Ángeles y pasó el día en oración y ayuno. Solía
hacerlo todos los años.
El martes 22 de julio llegó a la casa central de Madrid
una vaga noticia de que los padres y hermanos de la comunidad de Hortaleza
habían sido apresados por los rojos, y que dos habían sido
asesinados a tiros, como efectivamente sucedió. Ante esa incertidumbre
el H. Catalán pidió permiso al superior para ir a Hortaleza
y ver si podía hacer algo en su favor. Al despedirse dijo: “Voy con
la bendición de Dios a enterarme de nuestros hermanos de Hortaleza,
y determinado a confesar altamente mi fe si sale el caso, que con seguridad
me saldrá. Si no vuelvo, no se preocupen de mí, sino canten
un Tedeum al Señor en acción de gracias, porque me habrán
martirizado y estaré en el Cielo”.
A la entrada de Hortaleza, junto a lo que entonces era el convento
de la Sagrada Familia, arrebatado a las religiosas y convertido en centro
marxista, le dieron el alto, le preguntaron a dónde iba, él
dijo la verdad, le reconocieron como fraile y sin más delito lo mataron
por la espalda, con un tiro certero en el cráneo. Tenía 62
años.