Tenía sólo 28
años, pero sus superiores le tenían gran estima y
confianza, tanta que le pusieron a la cabeza de la pequeña
expedición, encargada de llegar a la corte del Gran Mogol,
Akbar, el cual había pedido insistentemente el envío de
algunos misioneros. Fue recibido por el soberano en 1580 y supo
conquistarse la simpatía y confianza de Akbar, hombre deseoso de
formarse una cultura.
Pero a pesar de todos sus esfuerzos, el soberano musulmán, de
temperamento ecléctico, no se convenció de cambiar el
tenor de su disoluta vida y las esperanzas de una gradual
conversión se desvanecieron; así el padre Acquaviva fue
llamado a Goa y nombrado superior de las misiones de la
península de Salsette.
Allí los misioneros sufrieron los insultos de
algunos paganos y brahamanes, que consideraban la península como
un territorio casi sagrado, y sus ataques habían producido la
intervención armada de los portugueses y esto aumentó la
intolerancia y un creciente peligro para los misioneros. Los jesuitas,
reunidos con su superior Rodolfo Acquaviva, decidieron emprender un
trabajo de persuasión a partir de Coculin, centro del paganismo
intolerante; allí colocaron una cruz, cuando la población
sublevada por el brujo Pondú, les agredió y fueron
bárbaramente martirizados. Eran los misioneros: Alfonso
Pacheco, Antonio Francisco, Francisco
Aranha yPedro Berno.Junto con los
misioneros, murieron Gonzalo Rodríguez y catorce cristianos
indígenas, entre los que se contaban dos niños. No
sabemos por qué razón Mons. Menezes, arzobispo de Goa,
omitió los nombres de estos mártires en la lista de
causas de beatificación que presentó en 1600. Su martirio
dio un gran fruto apostólico en conversiones. Sus cuerpos fueron
recuperados por los portugueses y se les trasladó a Goa.
La causa de los cinco jesuitas se dilató más
de lo normal, pues el promotor de la fe arguyó que la
destrucción de las pagodas hindúes había provocado
un estado de guerra, de suerte que la causa del asesinato había
sido la cólera de los nativos y no la fe de los misioneros. En
1741, el Papa Benedicto XIV declaró que se trataba de un
martirio auténtico, pero la beatificación formal no tuvo
lugar sino hasta 1893.