BEATO RAIMUNDO PALMERIO
27 de julio
1200 d.C.
Su
madre murió regresando con él de Tierrasanta; Raimundo,
quinceañero, llegó sólo a Piacenza y retomó
su trabajo de zapatero remendón. Más tarde se
casó: nacieron cinco hijos, y todos murieron en poco tiempo.
Llegó otro, Gerardo, sano y vital. Pero perdió a su
esposa; entonces sus parientes ayudaron a Raimundo a cuidar del
pequeño. De nuevo se fue en peregrinación a Santiago de
Compostela, a la tumba de san Agustín en Pavía.
Después a Roma, con dirección a Palestina. Pero
sucedió algo que le hizo regresar a Piacenza: un “aviso” de
Dios, una orden en la que debía pensar sobre todo en los pobres
de la ciudad.
En aquellos momentos
la ciudad había sufrido un importante crecimiento en su
prestigio, en el 1095 fue sede de un concilio con el Papa Urbano II. En
el 1154 y 1158 se reunieron dos Dietas imperiales con Federico
Barbarroja. La ciudad se desarrolló, había riqueza. Pero
también había pobres. Raimundo comprendió que
pensar en ellos era más importante que la peregrinación.
Se volcó en este nuevo empeño jugándose la vida.
De las urgencias pasó a las obras estables, a las casas para los
indigentes, a los hospitales para los enfermos. Pidió,
oró, insistió, molestó, buscando los medios para
mantenerlos. Afrontaba resuelto todas las contradicciones y
pedía: "Ayudadme, cristianos duros y crueles". Estuvo en los
tribunales para defender a los pobres diablos de los acreedores; obtuvo
excarcelamientos bajo su palabra, se ocupó de los niños
abandonados, buscó un refugio o un marido a mujeres en
dificultades.
A todos
enseñó la doctrina cristiana en las casas, en los puestos
de trabajo, en la calle. No en la iglesia porque era un simple laico, y
además analfabeto. En la iglesia oraba y eso bastaba.
Después regresó para molestar a los gobernantes, que al
final lo entendieron y ayudaron. Después se dirigió al
obispo, porque no criticaba bastante las luchas de las facciones de la
ciudad. Intentó impedir un conflicto entre Piacenza y Cremona, y
terminó en la cárcel de los cremonense: los cuales le
liberaron después con disculpas después de que escucharan
de todos: "¡Habéis aprisionado a un santo!".
Como santo lo trataron, cuando murió entre los pobres. Fue
sepultado en una capilla junto a la iglesia de los Doce
Apóstoles y se confió la custodia de la tumba a su hijo
Gerardo. Pronto sucedieron hechos milagrosos. Sus restos se conservan
en la iglesia de las cistercienses de Nazareth.