Rafaela Ybarra
Arámbarri nació en Bilbao, en el seno de una de las
familias más poderosas de Vizcaya. Su padre había creado
las primeras empresas mineras que luego darían lugar a los Altos
Hornos de Vizcaya. En este ambiente vivió Rafaela toda su vida.
Era la mayor de cinco hermanos. A los 18 años se casó con
un catalán de Figueras llamado José Villalonga y
Gipuló, que le llevaba 20 años de diferencia. Tuvieron
siete hijos, de los cuales dos murieron pronto. Al fallecimiento de su
hermana Rosario, Rafaela se hizo cargo de sus cinco sobrinos. Y en esta
familia de diez niños se desarrolló el trabajo familiar
de esta mujer. La influencia de su trato exquisito se extendió a
su numerosa familia, especialmente a los enfermos, a los que
atendió colmándoles de paz y consuelo. Hizo realidad su
deseo: “Que sea cada día mejor esposa, mejor madre, mejor hija”.
Hubo algunos hechos
que le hicieron darse del todo a los demás: la muerte de su
hermana y de su madre, una enfermedad que pasó en París y
la lectura de "La vida devota" de san Francisco de Sales. Como
resultado de todo ello, cuando cumplió 42 años,
abrió una casa para acoger a chicas sin hogar. El auge economico
que experimentó Bilbao, le hizo darse cuenta de las injusticias
sociales, y con el apoyo de su marido y su fortuna se dedicó a
la atención de los desfavorecidos. Después de esto, todo
son nuevas fundaciones en defensa de los obreros y de las mujeres ante
la explotación de los poderosos que más de una vez la
amenazaron. Hasta que, por fin, creó el colegio de los
Ángeles Custodios con una Congregación de religiosas, las
Religiosas de los Ángeles Custodios que ella misma fundó
en 1894 y que llenaran los hospitales bilbaínos durante muchos
años. Toda la obra será en beneficio de las chicas
abandonas.
Compaginó
la
vida de familia con el trabajo diario, tanto en la dirección de
un colegio por ella fundado para niñas sin recursos y de la
comunidad como a la atención a tantas gentes necesitadas que
acudían a ella en busca de consejo, apoyo, trabajo o limosna.
Murió su marido, pero nunca profesó como religiosa,
porque murió su nuera y tuvo que hacerse cargo de sus seis
nietos. Rafaela murió en Bilbao dos años después
de la muerte de su marido. Fue beatificada el 30 de septiembre de
1984 por San Juan Pablo II.