BEATO PRUDENCIO DE LA
CRUZ
31 de julio
1936 d.C.
Prudencio Gueréquiz Guezuraga (1883-1936)
nació en Rigoitia (Vizcaya). Sintiendo
la vocación trinitaria, fue aceptado en la comunidad de Algorta;
allí realizó su noviciado, iniciado en 1898, emitiendo su
profesión simple en 1899, y la solemne en La Rambla
(Córdoba) en 1903. Enfermó siendo joven, y la enfermedad
fue su compañera constante de por vida, sobrellevándola
con alegría y aceptación de la voluntad divina; esta
enfermedad (cuyo diagnóstico desconocemos) se manifestaba en
forma de frecuentes y abundantes hemoptisis (hemorragia de origen
pulmonar), que lo dejaban muy debilitado. Recibió la
ordenación sacerdotal en Córdoba, en 1905.
En el convento de La
Rambla se dedicó a la enseñanza de los niños.
Durante tres años fue conventual de Madrid. Después fue
enviado a Córdoba, como profesor de teología de los
jóvenes coristas trinitarios, de donde pasó al Santuario
de la Cabeza, su definitiva conventualidad.
Se
señaló por su devoción a Jesús
Sacramentado, pasando largas horas de oración ante el sagrario,
incluso de noche, hasta tal punto que, cuando alguien le buscaba, era
cosa corriente que los frailes respondieran: «Estará en el
coro». Y es que pasaba la mayor parte del tiempo en la iglesia,
en el coro, en el confesonario.
El 26 de julio de
1936, los milicianos conminaron a los religiosos a abandonar el
Santuario hasta que se acabara la Guerra. El superior replicó:
«No podemos abandonarlo si antes no se hace un inventario de todo
lo que posee el Santuario, ya que es propiedad del Obispado». Se
oyó oír por respuesta: «Esto ya no es del Obispado,
esto es nuestro; y ahora mismo se cierra el Santuario y se depositan
las llaves en el Ayuntamiento».
Sin embargo, el
abandono del Santuario no tuvo lugar hasta el 28 de julio. Ese
día se presentaron tres camiones cargados de escopeteros, que
rodearon el Santuario, mandando llamar al superior. El jefe le
preguntó: «¿Qué han pensado ustedes?
¿Están dispuestos a abandonar el Santuario y bajar a
Andújar?». «Si ustedes se empeñan y nos
obligan, lo dejamos». Al oír estas palabras, el jefe hizo
una señal, y los escopeteros dejaron de apuntarle; según
supo después, había dado orden de disparar si se negaba.
Antes de salir del
Santuario, los frailes consumieron las especies eucarísticas, y
pidieron permiso para despedirse de Jesús y de la Virgen de la
Cabeza. Se rezó la estación y se cantó la Salve
Regina... ¡sorprendente escena! Los mismos milicianos
respondían, a coro, a los rezos y cantos de los religiosos.
Viniendo al martirio,
quedan ya explicadas las circunstancias de la disolución de la
comunidad trinitaria del Santuario de la Virgen de la Cabeza. Los
milicianos, al disponerse a acompañar a los frailes hacia
Andújar, les dijeron que se quitaran los hábitos y fueran
vestidos de seglares. El único que se negó fue el Padre
Prudencio, y de hecho bajó a Andújar con su hábito
trinitario. Uno de los milicianos le insistió,
diciéndole: «Póngase el traje de paisano, pues si
lo ven así en el pueblo verá lo que le va a pasar».
Él le contestó con tranquilidad: «No importa, si
por eso nos matan, estamos muy conformes de morir como
religiosos». Iba silencioso, rezando por lo bajo en el
camión.
El P. Prudencio fue
acogido, junto con el beato P. Segundo de Santa Teresa, en casa de un
abogado de Andújar. No dejaba de rezar el rosario y el
breviario. El 31 de julio un piquete de milicianos se presentó
en la casa donde estaban alojados, procediendo a la detención,
«con pretexto de que iban a prestar declaración».
Eran las 11,30 de la mañana. Al pasar por la calle del Hoyo, a
la altura de la fábrica de gaseosas, los milicianos gritaron al
vecindario que se metieran en sus casas y cerraran puertas y ventanas.
Sin mediar más palabras ni contemplaciones, a una orden del jefe
los milicianos hicieron una descarga con las escopetas, disparando por
la espalda a los dos religiosos y otros tres detenidos. «Cayeron
muertos instantáneamente», afirma un testigo presencial,
«permanecieron varias horas los cadáveres en el suelo, su
sangre quedó en la calle mucho tiempo. Obligado, trasladé
los cadáveres al Hospital Municipal, en un camión».
Al cadáver del P. Prudencio le fueron encontrados un rosario y
un breviario que llevaba en la mano en el momento del martirio.
Del Hospital Municipal, donde se simuló una práctica de
autopsia, los cadáveres de ambos religiosos fueron colocados en
una caja ordinaria y sin pintar, y fueron enterrados en una fosa
común del cementerio municipal de Andújar. Diez
años después de la muerte los restos mortales del los
padres Prudencio y Segundo fueron sacados con los demás de la
fosa, perdiéndose definitivamente sus trazas.