PÍO XII
1939-1958 d.C.
Eugenio María Giovanni Pacelli nació en Roma el 2 de
marzo de 1876. Hijo de una familia dedicada al servicio papal, tuvo
como padre a un hombre profundamente piadoso y disciplinado. Fue
él mismo quien, por la temprana pérdida de su esposa,
atendió y educó a conciencia a sus cuatro hijos.
Eugenio realizó sus primeros estudios en Roma, y desde joven
manifestó una admirable dedicación a los estudios, que
junto con una extraordinaria memoria y una vida muy disciplinada,
hicieron de él un estudiante ejemplar. Dotado de un
espíritu sumamente fino y profundo, y ayudado sin duda por la
educación recibida en casa, Eugenio manifestó ya por
aquel entonces una madurez poco común. Sus ideales, marcados por
la nobleza y el servicio, confluyeron con el llamado del Señor a
seguirle en el camino sacerdotal. Luego de su formación y
preparación en el Seminario de Capranica, en el Seminario de San
Apolinario y en la Universidad Gregoriana, fue ordenado sacerdote el
año 1899.
Dos años después pasó a
trabajar en la Secretaría de Estado del Vaticano. Habiendo
culminado con éxito sus estudios en derecho eclesiástico
y civil el año 1902, fue contado, dos años más
tarde, entre los colaboradores de la comisión a la que el Papa
Pío X confió la revisión y nueva
codificación de las leyes canónicas, con el objeto de
promulgar un Código de Derecho Canónico actualizado.
Mientras Pacelli dedicaba tiempo y esfuerzo a esta delicada y ardua
tarea, pudo desempeñarse también como profesor de
Diplomacia Eclesiástica en la Pontificia Accademia dei Nobili
Ecclesiastici (1909-14).
En 1911 fue nombrado Subsecretario de la Congregación de los
Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios y luego, Secretario de la
misma en 1914.
En abril de 1917 fue elegido como Nuncio en Baviera, siendo consagrado
por el Papa Benedicto XV —un mes después— arzobispo titular de
Sardes. Una
vez en Munich (capital de Baviera), el Nuncio Pacelli fue de gran ayuda
al Papa Benedicto XV en sus esfuerzos por aliviar a las víctimas
de la primera guerra mundial. Por aquellos tiempos difíciles,
signados por los terribles efectos y secuelas de la gran guerra, el
Nuncio Pacelli dio muestras de ser un verdadero Pastor. A despecho de
las serias amenazas contra su vida, supo permanecer valientemente al
lado del pueblo que el Santo Padre le había confiado. Sumamente
comprensivo y pródigo en palabras de aliento y de esperanza
cristiana para con quienes se sentía solidario en su dolor y
padecimientos, se distinguió en todo momento por hacer concreta
su caridad. Su extraordinaria bondad llegó a ser prontamente
conocida por muchos alemanes que, por ese entonces, se beneficiaron de
diversos modos de su caridad y celo pastoral.
En 1920 fue nombrado primer Nuncio ante la nueva República
Alemana (conocida como la República Weimar), mientras
seguía siendo Nuncio en Baviera. Aunque la nueva nunciatura
tenía su sede en Berlín, no se trasladaría
allí sino hasta el año 1925.
En 1924 firmó el Concordato de la Santa Sede
con Baviera. Una
vez trasladado a Berlín, y aunque ésta era la
metrópoli del protestantismo, Monseñor Pacelli supo
ganarse rápidamente la estima y el respeto de la
población entera, como lo hiciera anteriormente en Munich.
Mostraba un vivo interés por la vida eclesial y social de
Alemania, y con su presencia paternal y sus extraordinarias alocuciones
llenas de vitales enseñanzas, fomentaba la vida católica
por donde podía. Se preocupaba de visitar hospitales, orfanatos,
seminarios, escuelas, fábricas y talleres de todo tipo en
diversas ciudades.
Tres largos años de esfuerzos denodados dieron fruto en
1929, cuando el parlamento alemán aceptó y firmó
el Concordato con la Santa Sede.
Luego de 13 años de fructífera labor,
en los que dio muestras de un inquebrantable sentido de
responsabilidad, de una constante actitud paternal para educar, para
perdonar y acoger, y para enseñar, Monseñor Pacelli
dejó su cargo en la Nunciatura –y con ello Alemania— al ser
nombrado cardenal en 1929. Al
despedirse de Alemania, una grave preocupación oprimía a
quien durante tanto tiempo había compartido la suerte del pueblo
alemán: el paulatino auge del nacionalsocialismo. Por entonces
nadie quiso escuchar sus muchas y clarividentes advertencias contra el
peligro que se avecinaba.
Al llegar a Roma, y ya como Cardenal Pacelli, sería
inmediatamente nombrado como nuevo Secretario de Estado. Su sentido de
responsabilidad, su férrea voluntad y disciplina personal y su
enorme amor a la Iglesia, hicieron que entregara sus mejores
energías para ponerse a la altura de tan excepcional
responsabilidad. Sin duda ello le valió el singularísimo
aprecio del Papa Pío XI, quien encontró en él un
extraordinario colaborador y servidor. La confianza depositada en
él por el Santo Padre fue un fuerte estímulo para
realizar, en su puesto de servicio a la Iglesia, un trabajo incansable,
tan efectivo como humilde en el cumplimiento abnegado de sus
obligaciones.
Famoso sería también el Concordato
que, como enviado del Pontífice, firmó con Austria y con
la Alemania nazi en 1933. Muestra
también de la gran confianza y estima que le tenía S.S.
Pío XI fue su nombramiento como Legado Pontificio en visita a
varios países del mundo: En 1934
asistió al Congreso Eucarístico Internacional celebrado
en Buenos Aires.
En 1935, en su primer viaje a Francia, asistió a Lourdes. mEn 1936 fue
enviado por Pío XI a realizar una visita pastoral por las
tierras norteamericanas. En 1937, en
su segundo viaje a Francia, asistió a la consagración de
la basílica de Lisieux (Pío XI era un ferviente devoto de
Santa Teresita).
En 1938 asistió al Congreso Eucarístico
Internacional celebrado en Budapest. El
testimonio de su ejemplar servicio y adhesión al Santo Padre
quedaría grabado en los corazones de algunos cardenales alemanes
cuando, en una importante reunión con ellos, pocos meses antes
de ser llamado a la presencia del Padre Eterno, S.S. Pío XI les
hacía partícipes de esta confidencia: «Sé
como nadie lo que Su Eminencia —refiriéndose al Cardenal
Pacelli— hace por mí y por la Iglesia, y ustedes deben saber lo
que Nos debemos a nuestro Secretario de Estado. Piénsenlo cuando
yo no esté aquí».
Sucede que no sólo aquellos cardenales alemanes, sino
también todos los demás cardenales presentes en el
cónclave pensaron en el hasta entonces Secretario de Estado como
el siguiente sucesor de Pedro. En efecto, no habían transcurrido
24 horas desde el inicio del cónclave cuando los hijos de la
Iglesia escuchaban jubilosos la expresión "habemus Papam": el 2
de marzo de 1939, exactamente cuando cumplía 63 años de
edad, el Cardenal Eugenio Pacelli fue elegido como sucesor de S.S.
Pío XI en la Cátedra de Pedro. Sin duda sus lazos de
amistad y de profunda admiración y devoción
—«Pío XI es un gran Papa y un santo», había
dicho alguna vez— le hicieron tomar su mismo nombre: Pío, en su
caso, XII.
Desde su primer discurso, pronunciado el 4 de marzo
de 1939, asombraría al mundo entero por su sabiduría
llena de Dios, y por su lucidez en los terrenos de la vida religiosa y
social. Su deseo era el de iluminar con la luz de Cristo a toda clase
de profesionales: hombres de ciencia, del mundo de la economía y
de la política, trabajadores, artesanos y agricultores...
Como Pastor sensible a la situación del
hombre moderno, el Papa Pío XII sintió S.S. Pío
XII (1939-1958) la necesidad de poner medios adecuados para que el
hombre del mundo del trabajo pudiera acceder con más facilidad
al sustento espiritual. Para ello adecuó los horarios de las
misas, y redujo el tiempo hasta entonces observado para la abstinencia
antes de recibir la Sagrada Comunión.
El Papa Pacelli se caracterizó asimismo por tener
una profunda piedad mariana. No había día en que dejara
de rezar la oración del Rosario, siempre a la misma hora.
Asimismo es él quien, recogiendo el sentir de la Iglesia,
promulgó el Dogma de la Asunción de María a los
cielos, el 1 de noviembre de 1950. Durante su
Pontificado canonizó a 33 personas, incluyendo a su predecesor
el Papa Pío X. Creó también numerosos cardenales
(32 en 1946 y 24 en el 53), muchos de ellos no italianos, iniciando por
lo mismo un proceso de internacionalización del Colegio
Cardenalicio. Fue
el primer Papa en ser conocido ampliamente por medio de la radio, e
incluso por la televisión.
En el campo moral precisó, entre otras cosas, el concepto de
culpa colectiva y se pronunció sobre el problema de la
inseminación artificial.
En el campo social renovó de manera vigorosa la enseñanza
social de la Iglesia, extendiéndola a nuevos temas surgidos con
el avance del mundo. De manera muy especial destaca en su Magisterio su
clara preocupación por la persona humana, a tal punto que
ésta ha sido considerada el núcleo de sus
enseñanzas sociales, en torno a la cual se pueden articular
temas tan diversos como la comunidad social, la nación, el orden
internacional, la propiedad, el trabajo y la economía. Con
énfasis enseñaba que la persona humana es tanto el origen
como el fundamento y la meta de la vida social.
Su Santidad Pío XII era considerado como el Papa de la paz. Como
tal procuró por todos los medios posibles evitar la nueva guerra
en Europa: realizó por ello, en un último intento
diplomático, un llamado a todos para buscar resolver las
diferencias pacíficamente, por la vía del diálogo.
En un mensaje radial, difundido el 24 de agosto de 1938, habló
al mundo entero para invitarle a abstenerse del recurso a la guerra, a
la vez que le proponía un sensato programa de paz de cinco
puntos, entre los cuales estaban: el desarme general, el reconocimiento
de los derechos de las minorías, y el derecho de las naciones a
la independencia.
Durante el conflicto, Roma permaneció estrictamente
neutral e imparcial. Llamó incesantemente a la paz duradera en
base a la ley natural. Si bien
ninguno de sus esfuerzos pacificadores logró evitar la guerra,
el Papa Pío XII logró salvar a Roma —durante la
ocupación alemana— de la destrucción. Asimismo, gracias a
sus decididos esfuerzos, muchos —sean quienes fueran— pudieron hallar
refugio en el minúsculo Estado Papal del Vaticano. A lo largo de
la guerra, una comisión pontificia desarrolló un vasto
programa de ayuda para las víctimas, especialmente para los
prisioneros de guerra.
Pequeño de estatura, delgado y ascético de apariencia, su
personalidad irradiaba nobleza, servicio, bondad... y santidad. Siempre
se le veía cordial con todos, preocupado más en las
necesidades de los demás que en las propias, dando abundantes
muestras de caridad concreta especialmente para con quienes sufrieron
por la guerra... Su testimonio de caridad y de santidad, sin duda, fue
el origen de numerosas conversiones, de las cuales la más famosa
sería la del Gran Rabino de Roma, quien al bautizarse
tomaría su nombre: Eugenio Zolli. Él, impresionado por
esa caridad y cuando todavía era el Gran Rabino de Roma,
recibió de Pío XII cuanto oro faltaba para reunir los
cincuenta kilogramos que la comunidad israelita había de
entregar a las fuerzas alemanas de ocupación en un lapso de
veinticuatro horas, so pena de ser deportados sus principales miembros;
asimismo fue testigo de como, una vez desencadenada la
persecución en Roma, Su Santidad suspendía de modo
extraordinario las severas prescripciones del Derecho Canónico,
de modo que se albergasen a las familias judías en la más
estrecha clausura. Muchos y magníficos ejemplos de esta
extraordinaria caridad cristiana fueron recogidos por Zolli en su obra
Antisemitismo.
Por su grandeza de espíritu, y su gran
sencillez y humildad, entregó su vida al servicio de la Iglesia,
mostrando una gran capacidad de trabajo y sacrificio, como un verdadero
"siervo de los siervos de Dios". «Pío XII ha entrado en la
historia de la Iglesia sobre todo como hombre que se consumió en
holocausto, en aras del servicio de Dios, a la Iglesia, a todos los
hombres... Sacrificarse hasta el fin era para Pío XII
lógico y natural. "Dios me ha encomendado este ministerio y debo
corresponderle con todas mis energías. Un Papa no tiene derecho
a pensar en sí". Ésa fue su convicción
íntima, y obraba en consecuencia». (Sor Pascalina Lehnert:
Al servicio de Pío XII, BAC, p. 104). Su capacidad
de trabajo, de sacrificio y de entrega por los demás sin duda
fue enorme, llegando al grado de la heroicidad. S.S.
Pío XII fue llamado a la presencia del Padre el 9 de octubre de
1958.
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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)