Nació en Cesena, en los Estados Papales, el 14 de agosto de 1740. Fue electo en Venecia, el 14 de marzo de 1800, y murió el 20 de agosto de 1823. Su padre fue el Conde Scipione Chiaramonti, y su madre, de la noble casa de Ghini, fue una dama de una rara piedad, quien en 1763 entró al convento de las Carmelitas en Fano. Aquí ella tuvo la impresión de que su hijo llegaría al papado y que sufriría. Barnaba recibió su primera educación en el colegio de los nobles de Ravenna.
El nombramiento no satisfizo a todos y fueron entregadas varias quejas ante el papa, en contra del nuevo abad. La investigación probó, no obstante, que los cargos eran infundados, y Pio VI rápidamente le otorgó las dignidades estaban tratando de estar en entredicho. Luego de habérsele otorgado sucesivamente los obispados de Tívoli e Imola, fue elevado al rango de cardenal el 14 de febrero de 1785.
Cuando en 1797 los franceses invadieron el norte de Italia, Chiaramonti como Obispo de Imola le dijo a su congregación, sabiamente, que se abstuvieran de participar en ninguna forma de resistencia inútil, frente a las fuerzas abrumadoramente mayores del enemigo. El pueblo de Lugo rechazó el someterse a los invasores y fue objeto de pillaje, hasta que el prelado, quien les había aconsejado no enfrentarse, se colocó de rodillas ante el general Augereau.
Que Charamonti se podía adaptar a nuevas situaciones, es algo que se evidencia de su homilía de Navidad de 1797. En ella se avoca a tener sumisión con la República Cisalpina, como si no existiera ninguna oposición entre la forma democrática de gobierno y la constitución de la Iglesia Católica. A pesar de esta actitud, fue repetidamente acusado de traición en los procedimientos hacia la república, pero siempre tuvo éxito en reivindicar su conducta.
De conformidad con una ordenanza, dada por Pío VI, el 13 de noviembre de 1798, la ciudad que a su muerte tuviese el mayor número de cardenales, sería el escenario de la elección siguiente. Actuando de acuerdo con ello, los cardenales se reunieron en un cónclave luego de su muerte (29 de agosto de 1799), en el monasterio benedictino de San Giorgio de Venice. El lugar fue del agrado del emperador, quien pago por los gastos de la elección.
Treinta y cuatro cardenales asistieron a la apertura del evento el 30 de noviembre de 1799. A ellos se unió unos días más tarde el Cardenal Herzan, quien actuaba también como un comisionado imperial. No más tarde de la inauguración, se aseguraba la elección del Cardenal Bellisomi, quién fue, sin embargo, inaceptable para el partido austriaco. Este último favoreció al Cardenal Mattei. Como ninguno de los candidatos se pudo asegurar un número suficiente de votos, un tercer nombre emergió, el del Cardenal Gerdil, pero su elección fue vetada por Austria.
Al final y luego de que el cónclave había durado tres meses, algunos de los cardenales neutrales, incluyendo Maury, sugirieron a Chiaramonti como un candidato apropiado y, con el cuidadoso apoyo del secretario de la reunión, Ercole Consalvi, fue electo. El nuevo papa fue coronado como Pío VII el 21 de marzo de 1800 en Venecia. Luego él dejó esta ciudad por Roma, donde hizo su entrada solemne el 3 de julio, en medio del gozo universal de la población.
Una de consecuencias importantes de su reino, fue la elevación, el 11 de agosto de 1800, de Ercole Consalvi, uno de los más grandes estadistas del Siglo XIX, al colegio de cardenales y a la oficina del secretariado de estado. Consalvi retuvo hasta el final, la confianza del papa, aunque el conflicto con Napoleón le forzó a mantenerse fuera de la oficina durante años.
Con ningún país estuvo Pío VII más preocupado, que con Francia, donde la revolución había destruido el viejo orden religioso no menos que lo ocurrido con la esfera política. Bonaparte, como primer cónsul, manifestó su deseo de entrar en nuevas negociaciones en búsqueda de establecer arreglos sobre la situación religiosa. Estos avances se dirigieron a la conclusión del histórico Concordato de 1801, el cual por más de cien años determinó el carácter de las relaciones entre la Iglesia Francesa y Roma (en esto se ubica el viaje de Pío VII a París, para la coronación imperial, su cautiverio y restauración.
Después de la caída de Napoleón, un nuevo concordato fue negociado entre Pío VII y Luis XVIII. El mismo permitió un número adicional de obispos franceses y abrogó los Artículos Orgánicos. No obstante, la oposición liberal y galicana fue tan fuerte que nunca llegó a establecerse. Uno de los objetivos fue más tarde realizado cuando en 1822 la circunscripción de la Bula “Paternae Caritatis” erigió treinta nuevas sedes espiscopales.
Con base en la Paz de Lunéville en 1801, algunos príncipes alemanes perdieron sus derechos de herencia y dominios a través de la cesión de la franja izquierda del Rin a Francia. Cuando llegó a ser conocido que tales príncipes tendrían compensaciones, por medo de la secularización de tierras eclesiásticas, Pío VII instruyó a Dalberg, elector de Mainz, el 2 de octubre de 1802, a que utilizara toda su influencia para la protección de los derechos de la Iglesia. Dalberg, sin embargo, demostró más ardor por sus intereses que por la defensa de los derechos de la Iglesia, y la toma de las propiedades eclesiásticas fue permitida en 1803 por la Diputación Imperial de Ratisbon.
Esta situación resultó en una enorme pérdida para la Iglesia, pero el papa tenía una posición sin poder para resistirse a la misma. La reorganización eclesiástica en Alemania se fue transformando en una creciente necesidad. Bavaria rápidamente se abrió a negociaciones en vista del concordato y fue seguida por Würtemburg. Pero Roma desea tratar más bien con la autoridad imperial, que con estados individuales, y luego de la supresión del Santo Imperio Romano en 1806, la finalidad de Napoleón fue la de obtener un concordato uniforme para toda la Confederación del Rin.
Eventos subsecuentes previnieron algún acuerdo antes de la caída de Napoleón. En el Congreso de Viena (1814-1815) Consalvi en vano trató de restaurar la organización eclesiástica anterior. Rápidamente, luego de este evento, los estados alemanes se separaron y abordaron nuevas negociaciones con Roma y el primer Concordato fue concluido con Bavaria en 1817.
En 1821 Pío VII promulgó en la Bula “De salute animarum” el acuerdo concluido con Prusia, y el mismo año, la Bula “Provida Solersque”, estableció una nueva distribución de Diócesis en la provincia eclesiástica del Alto Rin. Un acuerdo con Roma, basado en concesiones mutuas fue también contemplado en Inglaterra respecto a los asuntos eclesiásticos irlandeses, notablemente las nominaciones episcopales (el veto).
La administración papal favoreció el proyecto en función de una común resistencia a Napoleón. Esto hizo que la Santa Sede y el gobierno británico acercaran posiciones; ello también requirió asistencia diplomática inglesa. Pero se tenía también la oposición irlandesa. Ella se opuso y nada pudo ser hecho, de tal manera que los clérigos irlandeses se mantuvieron libres de cualquier control por parte del estado.
Libertad similar prevaleció en la creciente iglesia de Estados Unidos, país en el cual Pío VII erigió en 1808, la Diócesis de Boston, Nueva Cork, Filadelfia, y Bardstown, con Baltimore como la sede metropolitana. A estas diócesis se agregaron las de Charleston y Richmond en 1820, y la de Cincinnati en 1821.
Uno de los éxitos más notables del pontificado de Pío VII fue la restauración de los Estados Pontificios, lo que se aseguró en el Congreso de Viena por el representante papal Consalvi. Solamente una pequeña franja de tierra quedó en poder de Austria, y esta usurpación, fue protestada. En la administración temporal de estos estados, varias características respecto a la uniformidad y eficiencia, introducidas por los franceses, fueron juiciosamente conservadas. Los derechos feudales de la nobleza fueron abolidos, y se suprimieron los viejos privilegios de las municipalidades.
Considerable oposición se desarrolló contra estas medidas, y en Carbonari, incluso hubo amenaza de rebelión, pero Consalvi persiguió a los líderes y el 13 de septiembre, 1821, Pío VII condenó sus principios. De una naturaleza más seria, fue la revolución que en 1820 estalló en España, y la cual, debido a su carácter anticlerical, fue motivo de gran preocupación para el papado.
Se restringió la autoridad de las cortes eclesiásticas (26 de septiembre de 1830), se decretó (23 de octubre) la supresión de un gran número de monasterios, y se prohibió (14 de abril de 1821), el dar las contribuciones fiscales a Roma. Se nombró al Canon Villanueva, como un procurador público respecto a la abolición del papado. Este personaje en su calidad de embajador ante Roma y ante el rechazo que de él hiciera Pío VII, logró la ruptura de relaciones diplomáticas con la Santa Sede en 1823. Ese mismo año, no obstante, la intervención de Francia suprimió la revolución del Rey Fernando VII y se repelieron las leyes anti-católicas.
Durante la última parte de su reinado, Pío VII vio aumentar el prestigio del papado, por la presencia en Roma de varios líderes europeos. El Emperador y la Emperatriz de Austria, acompañado de su hija, hicieron una visita oficial al papa en 1819. El Rey de Nápoles visitó Roma en 1821 y fue seguido en 1822 por el Rey de Prusia. El ciego Carlos Emmanuel IV de Savoy, y el Rey Carlos IV de España y su reina, permanentemente residieron en la Ciudad Eterna.
Un hecho también glorioso para la personalidad de Pío VII, fue que luego de la caída de su perseguidor Napoleón, él gustosamente ofreció refugio en su capital a los miembros de la familia Bonaparte. La Princesa Leticia, madre del depuesto emperador, vivió allí, al igual que sus hermanos Lucien y Luis, y su tío el Cardenal Fesch. Tanto perdón mostró Pío VII, que al escuchar de la severidad con la que el prisionero imperial era tratado en Santa Helena, requirió por medio del Cardenal Consalvi, alivio ante el Príncipe Regente de Inglaterra.
Cuando escuchó de los deseos de Napoleón en cuanto a que se suministraran los oficios de un sacerdote católico, envió al Abad Vignali, como su capellán. Bajo el reinado de Pius, en Roma, fue también el favorito por sobre los artistas. En ello está la relación de ilustres nombres como el del veneciano Canova, el danés Thorwaldsen, el austríaco Führich, y de los alemanes Overbeck, Pforr, Schados y Cornelius.
Pío VII agregó numerosos manuscritos e imprimió volúmenes para la Biblioteca del Vaticano, reabrió los colegios ingleses, escoceses, y alemanes en Roma, y estableció nuevas posiciones en el Colegio Romano. Reorganizó la Congregación de la Propaganda, y condenó las Sociedades Bíblicas (q.v.).
En 1805 recibió en Florencia la sumisión incondicional de Scipione Ricci, el ex Obispo de Pistoia-Prato, quien había rechazado obedecer a Pío VI en su condena del Sínodo de Pistoia. La suprimida Compañía de Jesús fue reestablecida para Rusia en 1801, por el Reino de las Dos Sicilias en 1804, para Estados Unidos, Inglaterra e Irlanda en 1813, y para la Iglesia Universal el 7 de agosto de 1814.
El 6 de julio de 1823, Pio VII se cayó en su apartamento. Producto de ello se fracturó una pierna. Fue obligado a guardar cama, sin que haya podido levantarse de nuevo. Durante su enfermedad, las paredes de la magnifica basílica de San Pablo fueron destruidas por el fuego. Una calamidad que nunca le fue revelada. El gentil y valiente pontífice expiró en presencia de su devoto Consalvi, quien rápidamente le siguió en su camino a la tumba.