BEATO PEDRO WRONG
SI-JANG
28 de enero
1793 d.C.
Nació en Hongju, en la antigua provincia de Chungcheong (Corea
del Sur) en el seno de una humilde familia. Hacia el 1789, junto con su
primo el beato Jacobo Won Si-bo, se sintieron atraídos por una
nueva religión, la católica. En aquella época,
Pedro tenía 57 años. “Si-jang” era su nombre de adulto,
ya que según los usos confucionistas, todos los jóvenes
que llegaban a la mayoría de edad, recibían un nombre
nuevo... era tanta la mortandad, que llegar al estado adulto era ya un
logro tal que merecían un nombre nuevo.
Para poder profundizar
más en la doctrina católica, dejó su casa durante
un año. En este periodo maduró su fe: “La fe
católica es una medicina que mantiene la vida humana durante
centenares de años”. Cuando regresó a su casa,
evangelizó a sus parientes, amigos y a todos los que le
escuchaban, aunque era todavía catecúmeno. Evidentemente
la gracia moraba en él.
Por su fuerte
temperamento fue denominado “el tigre”, pero, al practicar las virtudes
cristianas, se amansó. Distribuyó lo poco que
tenía entre los pobres y se dedicó a la enseñanza
del catecismo entre sus vecinos. Fue por esta labor, por lo que las
autoridades civiles supieron de su existencia.
En 1791, cuando
arreció la persecución Sinhae, la policía
arrestó a Pedro y Jacob: su primo consiguió escapar
gracias al aviso de algunos amigos, pero Pedro fue encerrado en el
edificio gubernamental de Hongju. Fue interrogado y se le
conminó a que renunciara a su fe, delatara a otros
católica y entregara los libros sagrados, a lo que, con firmeza
se negó.
El magistrado que lo
interrogaba, ordenó que lo azotasen en las nalgas 70 veces. A
pesar de todo ello, Pedro confesaba su fe y fidelidad a Dios, a sus
padres y a las enseñanzas cristianas.
Durante su
prisión, fue requerido varias veces por los jueces, para que
apostatara, pero él les enseñaba las verdades de la fe.
Durante este tiempo recibió la visita de otro cristiano, que lo
bautizó.
El juez de Hongju
comunicó al gobernador de la provincia, de la situación
de los prisioneros cristianos, y recibió la orden de golpear a
Pedro hasta que muriera. Después de varios tormentos, el juez
intentó de convencerlo de nuevo, apelando a su amor paterno.
Cuando oyó hablar de sus hijos, Pedro replicó: “Mi
corazón se ha conmovido con las noticias de mis hijos, pero,
como el Señor me llama, ¿cómo puedo rechazar su
llamada?”.
El magistrado,
queriendo terminar con el caso lo antes posible, ordenó que se
le diera, según la costumbre, su última comida, antes de
que fuera azotado hasta la muerte. A pesar de las palizas, Pedro,
todavía seguía vivo... con lo que fue rematado
echándole agua conjelada en l cabeza. Pedro pasó sus
últimos momentos meditando sobre la Pasión de Cristo,
ofreciendo su vida a Dios y dándole gracias. Fue beatificado por el Papa
Francisco en Corea, el 16 de agosto de 2014, junto al grupo de
mártires capitaneados por el beato Pablo Yun Ji-chung.