BEATO PEDRO ROMERO ESPEJO
4 de julio
1936 d.C.
El 28 de abril de 1871 a las
16,30 hs. en Pancorbo, a Cirilo Romero y a Paula Espejo les había
nacido un hijo varón. Al día siguiente, en el que el Martirologio
señalaba la memoria de San Pedro Mártir y Papa, fue llevado
a la Iglesia y bautizado, dándole por nombre los de Pedro y Prudencio.
Cirilo era de un pueblecito cercano a Briviesca (Burgos) llamado Vileña;
tenía por oficio tratante de cerdos. Paula era del mismo Pancorbo
(Burgos) y se dedicaba a las tareas domésticas. El hogar tenía
en el pueblo de ser extremadamente caritativo, pues tanto Cirilo como Paula
eran muy caritativos con los pobres y necesitados: si algún mendigo
pasaba por el pueblo lo enviaban a la casa de Cirilo a pasar la noche. Otra
de las características del hogar fue la piedad; los padres inculcaron
a Pedro, desde muy niño, el respeto a las cosas de Dios.
Pedro fue creciendo en ese hogar, en el que tuvo que superar
numerosas pruebas. La primera de éstas fue la enfermedad, pues durante
la infancia fue muy enfermizo, no creyendo nadie que llegaría a la
edad adulta. Otra dificultad que tuvieron que sortear la familia fue el destierro:
cuando Pedro contaba con 4 años, la familia fue expulsada de Pancorbo
por tener un tío paterno carlista; durante unos 7 meses tuvieron que
refugiarse en el País Vasco, en pleno frente de batalla.
A partir de los 6 años comenzó a ir a la escuela,
teniendo facilidad para el aprendizaje. Aunque era algo pícaro y travieso,
se aplicó al estudio. A esa edad recibió el Sacramento de la
Confirmación en la Iglesia Parroquial de San Nicolás de Bari
de Pancorbo el día 9 ó 10 de septiembre de 1877 de manos del
Arzobispo de Burgos D. Anastasio Rodrigo Justo. Comenzó a sentirse
muy inclinado a la piedad: “Tenía gusto en ir a la iglesia para aprender
las cosas que había el párroco u otro sacerdote determinado
enseñarnos a los niños”.
Comulgó por primera vez a los 9 u 10 años; a partir
de esa fecha, se confesaba unas 4 u 5 veces al año y ayudaba a misa
todos los días. Por aquellos días los Redentoristas, recién
instalados en El Espino, dieron una misión en Pancorbo, y esto infundió
en el corazón de Pedro el deseo de ser algún día otro
misionero como aquellos. Y aunque desde pequeño albergó un
deseo por la vida eclesiástica, poco a poco, este se fue incrementando
y orientando hacia la vida religiosa. Pero las cosas no iban a ser fáciles;
dos obstáculos se interpondría entre los deseos y la consecución
de estos: su excesiva timidez y la pobreza familiar. Y así fue como
después de escuchar la llamada al sacerdocio y ayudado por el párroco,
anduvo su padre viendo donde podía estudiar. Para prepararse a para
su ingreso en el seminario, cuando cumplió los 13 años fue
a aprender la gramática latina con un profesor durante un año
y medio.
Pero la pobreza era un obstáculo; por eso decidieron
que hiciera la carrera corta o que entrara en un convento. Parece que Pedro
se inclinaba por esto último, así que el Sr. Cirilo se puso
mano a la obra para buscar qué religiosos lo acogían: Sagrados
Corazones de Miranda, Jesuitas de Oña, otros religiosos… pero todo
eran obstáculos. Así que casi desistió. Pero Pedro,
sintiéndose llamado a la vida religiosa y empujado por el mal carácter
que de vez en cuando aparecía en su padre, resolvió irse de
casa. El Sr. Cirilo, viendo el estado de las cosas y la testarudez de su
hijo por ser religioso, hizo el último intento; y esta vez consiguió
que se resolvieran todas las dificultades yendo personalmente a El Espino,
un Colegio Seminario que los Redentoristas habían iniciado en el cercano
pueblo de Santa Gadea del Cid (Burgos) el 16 de julio de 1882 y donde había
algunos otros jóvenes de Pancorvo; convenció al R.P. Charrot,
Director del Espino, para que acogiese a su hijo a mitad del curso.
Su testarudez por ser religioso motivó para que su padre
resolviera todas las dificultades. Tenía 14 años y 10 meses
cuando ingresó a mitad de curso, el domingo 21 de febrero de 1886,
después de haber confesado y comulgado en su pueblo. En el Espino,
como ya tenía nociones de latín, fue incorporado al 2º
curso; terminó los años preparatorios en 3 años y medio.
Durante este tiempo fue un seminarista normal, que cumplía el reglamento.?
Vida como misionero
Tenía 18 años y 4 meses cuando salió del
Espino y fue a Nava del Rey (Valladolid) para hacer el Noviciado, donde llegó
el 22 de agosto de 1889. Después de un tiempo de preparación
para el año de probación, vistió el hábito redentorista
el 22 de septiembre de 1889,. Con el cual comenzó el Noviciado bajo
la dirección del P. José Chavatte. Profesó como Redentorista
el 24 de septiembre de 1890. Continuó su preparación para el
presbiterado en Astorga (León), donde después terminados estos
estudios sacerdotales, se ordenó de sacerdote el 29 de febrero de
1896.?
Para estrenar su ministerio sacerdotal es destinado a Nava del
Rey, de donde a las pocas semanas sale en dirección al Perpetuo Socorro
de Madrid. El 9 de mayo de 1997 comienza el 2º Noviciado en en la madrileña
casa Pontificia de San Miguel, dirigido por el P. Otmaro Allet. Terminado
éste, en noviembre del mismo año es destinado a San Juan de
los Reyes de Granada, en el Albaicín. En 1899 pasó a Astorga
(León) como Misionero; esta época será la de más
actividad misionera, participando en un centenar de misiones. En 1911 deja
Astorga y va a San Miguel de Madrid; en 1913 a El Espino y al año
siguiente a lo encontramos en Granada en la recién bendecida Iglesia-Santuario
del Perpetuo Socorro. Allí disfrutará de la nueva residencia
comunitaria aneja al Santuario. Además del culto de la Iglesia, muy
floreciente, de las misiones, aquí va a ser consultor del Superior,
el P. Yañez y del P. Ruiz Abad. Y con este cargo de Consultor pasa
a Cuenca en 1921, manteniéndose en el cargo hasta el final de su vida.
Por su carácter tímido y severo, no le fue bien
en su tarea de misionero, y se dedicó a predicaciones esporádicas
en fiestas, en la confesión, retiros a religiosas, a cuidar el culto
en la iglesia de los redentoristas y al cultivo de la vida interior, como
si de un monje se tratara. No le fue fácil asumir sus limitaciones,
pero su espíritu sobrenatural y ascético le ayudo para ello.??
Un condiscípulo y compañero, el P. Lorenzo González,
nos deja de él este retrato: “Del P. Pedro Romero, ¿qué
le diré? Convivimos juntos como jovenistas, como estudiantes y dos
o tres años como Padres y misioneros. El mejor elogio que se puede
hacer de él es decir que el P. Pedro Romero fue siempre el P. Pedro
Romero. Serio de jovenista, serio de novicio, serio de estudiante, serio
de Padre y misionero... Religioso observantísimo de la Regla, amantísimo
de la pobreza, vigilantísimo en el trato con las mujeres. Jamás
se le oyó hablar mal de un cohermano…. Consigo fue siempre muy austero”.
El P. José Machiñena, que fue su Provincial algún tiempo
nos lo describe así: “muy buen Religioso, muy rezador, muy serio en
su porte y muy rígido (esclavo de la letra de la Regla) en el trato
con las personas.” Destacó en “su amor a la oración y en su
amor a la santa pobreza (siempre quería lo más pobre), muy
amigo del recogimiento”.
Su tarea como misionero en Cuenca, “se dedicaba al culto de
la iglesia y a dar ejercicios a Religiosas, desempañando estos ministerios
bien. Su carácter era tímido; y resultaba escrupuloso en su
proceder… Tenía mucho confesionario” donde solía repetir a
los que acudían a él “no somos ángeles, no somos ángeles”.
Misionero en medio de la persecución religiosa
El P. Pedro Romero abandonó el convento el 19 de julio
de 1936 a la fuerza y por mandato del superior. Se refugió en el Asilo
de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, con el P. Pedrosa, superior
de la Comunidad y el H. Clemente. En el Asilo era un anciano más y
estaba contento, porque podía seguir su vida de convento: celebraba
la eucaristía y predicaba a diario a las religiosas, rezaba su breviario,
ejercía el apostolado entre los ancianos y de vez en cuando salía
a la calle a ejercer el ministerio y hacer el bien por la ciudad. En una
de estas salidas corrió peligro de perder la vida en manos de los
milicianos. En el asilo estuvo hasta agosto de 1937, en que tuvo que irse
por haber quedado este en manos de un Comité de la CNT.
Cuando salió del Asilo se refugió en casa de Doña
Bienvenida Herráez, en la calle de San Miguel, donde le ofreció
un cuarto oscuro en el que además de vivir, confesaba a cuantos se
acercaban; allí estuvo hasta que, denunciado por la suegra de ésta
que tenía una enfermedad mental, tuvo que presentarse en el Gobierno
Civil a declarar. En el Gobierno Civil dieron orden de que fuera incluido
en la asistencia social. Ingresó en Beneficencia, pero, no pudiendo
aguantar las blasfemias y las burlas; salió de allí y vivió
como un mendigo por las calles de la ciudad.
Por las calles de Cuenca fue un auténtico Misionero;
vivía mendigando el pan. Atendía a enfermos, confesaba a unos
u otros. Celebraba la Eucaristía por las casas; siempre que se le
llamaba para administrar sacramentos acudía sin tardanza. Todo el
mundo sabía que era religioso. Muchos le conocían personalmente.
No se recataba de llevar al descubierto el breviario, el rosario y el crucifijo
a la vista de todos. Rezaba por los parques, vivía de la limosna.
Asistió en la hora de la muerte a la madre del Vicario General, D.
Trifón Beltrán, quien no tardará éste en pagarle
el favor.
Pero este tenor de vida no podía prolongarse mucho. Su
organismo de anciano no podía resistirlo. Por algún tiempo
iba a dormir en la llamada Posada de Ruperto, en la Puerta de Valencia, donde
dormía en la cuadra. Algunas familias piadosas de Cuenca le ofrecían
algo caliente, lo único que él admitía. Rehusó
cuantos ofrecimientos le hicieron de recogerlo familias amigas primero y
después sus cohermanos redentoristas. No quería comprometerlos
complicarle la vida a nadie y, además, así estaba más
libre para ejercer el apostolado. Rechazó también una oferta
para salir de Cuenca por no dejar abandonada y sin sacerdotes aquella ciudad
en la que había pasado un tiempo considerable de su vida. Pero cada
día se sentía más agotado y cansado ya de aquella vida
y resquebrajada su salud, llegó a pensar en la cárcel como
un beneficio.
En el libro de registro de la Prisión Provincial de Cuenca
(Causa General de Cuenca, Leg. 675, Exp. 2, Fol. 26, nº 1316) nos ofrece
el dato de que ingresó en la Cárcel con fecha de 6 de junio
de 1938. Ante la comida que les daban consistente sobre todo en lentejas,
solía decir con chiste: “a mí unas chuletillas me harían
muy bien”. Allí encontró un verdadero ángel tutelar
en la persona del joven Gabriel Lozano, sacristán de Rubielos; él
nos ha dejado en una carta lo que pudo contemplar:
“El año 1938, …, llegó el Padre Romero a la Prisión
de las Descalzas con una blusa oscura, el paraguas, una bolsa con ropa, una
manta, sus libros, dos o tres crucifijos, rosario grande y chico, y con los
ojos bañados en lágrimas, que corrían hasta el suelo;
en seguida me precipité para saludarle y consolarle en su profunda
amargura, y me correspondió al punto con una agradable sonrisa, tranquilizándose
mucho; le invité a mi departamento, con el fin de asistirle en cuanto
pudiera, pero como éramos cuarenta los que allí pernoctábamos,
dijo prefería un sitio aislado; y, en efecto, lo trasladé a
una habitación que nadie ocupaba; le preparé una cama en el
mullido suelo, un saco con paja, dos mantas y la suya, con la bolsa de ropa
para almohada, para que descansara y le ofrecí algún alimento;
dijo que sería mejor después; pero me fui a buscar un vaso
de leche y se la di y pasé la tarde con él para distraemos
y darle ánimos; y en este y otro ratos estuvimos hablando ... Como
la comida que daban en la cárcel le sentaba mal, tuve que pedir limosna
a señores muy pudientes, como don Julio Izquierdo, Jefe Ingeniero
de Montes; don Rafael Ripollés, Arquitecto de la casa Real; don Trifón
Beltrán, Vicario capitular; don Ramón Melgarejo, Marqués
de Melgarejo; don José Echevarría, don Felipe Quintero, médico
dentista, y otros, que les llevaban comida de fuera; pero como habían
sido despojados de todo, vivían de la caridad; pero para lo poquísimo
que tomaba el Padre Romero no faltó. Todo el día lo pasaba
en fervorosa oración, ya con el rosario, ya con el Kempis, que me
prestaba, ya con el rezo del breviario y con mucha meditación. También
oía algunas confesiones y daba muy buenos y provechosos consejos.
Yo de cuando en cuando le mullía la cama, lavaba, fregaba, etc. Fue
acometido de disentería; mucho padeció en estos días
y estas noches, pero sin dejar su profunda oración; y ya tuvo tal
debilidad, que los servicios se los hacía yo ... Un día o dos
pude asistirle; cuando volví era un cuadro triste y compasivo; lo
cubría una plaga de moscas en aquel ambiente infecto; su aspecto era
lo más alarmante y casi agónico: pude notar que hacía
algunas jaculatorias. Yo le pregunté:
- ¿Cómo se encuentra, Padre?
- Ya lo ves - me respondió.
Hice por levantarlo; con esfuerzo se puso en pie, y envuelto
en una manta y apoyado sobre mí, lo llevé a un cuarto solitario
donde lo lavé de pies a cabeza, lo mudé y vestí, y como
yo iba teniendo buena fama en la prisión, me dispuse a pedir utensilio
para el Padre: conseguí habitación decente, cama, colchón,
almohada, sábanas; después de acostado abrió los brazos
indicándome que me acercara y me dio un abrazo prolongado y fuerte
con repetidos ¡Dios se lo pague! ¡Dios se lo pague!
Salí por la prisión a pedir alimentos; me dieron
leche, huevos, azúcar, café y de todo; pidió el crucifijo
y el rosario; tomó alimento y rezando el rosario se durmió;
después tuve que quitar las sábanas y poner otras y parte de
la ropa interior; mejoró y llegó a levantarse para hacer sus
devociones; en estos días llegó la notificación de su
libertad y se puso muy contento diciendo que se iba; pero se la anularon,
causándole honda pena; pero de nada se quejaba; finalmente se le presentó
la enterocolitis ... Yo lavando de día y de noche; él no dejaba
el rosario y el crucifijo; ya no tomaba alimento; sólo repetía:
´¡Agua fresca! ¡Agua fresca! Jesús, José
y María!´. Como ya no podía quedar solo y yo estaba rendido,
le hizo compañía por las noches un Padre agustino de Zamora,
llamado Padre José; un paisano mío de Rubielos y don Trifón.
Viéndole tan grave, le dije yo: Padre, ¿se acuerda de Dios,
de la Virgen, de la otra vida y de la cuenta que hemos de dar a Dios? Y me
respondió, con los ojos fijos en el crucifijo que tenía en
las manos: ¡Cómo no; habiéndolo predicado toda la vida
a los demás! … entró en la agonía. Llamé a don
Trifón, que le leyó la recomendación del alma; le pusieron
dos inyecciones de aceite alcanforado ... Levantó los brazos y, conociendo
yo su deseo me acerqué a él; me abrazó fuertemente y
así expiró en breves momentos. Esto fue por la noche; le amortajamos
entre el Padre agustino, Luciano Checa y yo, y lo velamos. Al día
siguiente los señores antes mencionados me dijeron que encargase caja
por cuenta de ellos ... Cuando vinieron por el difunto me dieron permiso
para acompañarle hasta la vía pública.
El Hermano Lozano”
Según la partida de defunción “falleció
en la Prisión Provincial el día cuatro del actual [julio],
a las ocho horas y treinta minutos, a consecuencia de enteritis tuberculosa
según resulta de la certificación facultativa y reconocimiento
practicado” (Cf. Partida de Defunción Pedro Romero: Registro Civil
de Cuenca, Secc. 3ª, T. 44 Folio 300. Nº 599). Aunque no fue asesinado,
el desenlace de su vida fue reconocido por el Tribunal eclesiástico
como martirial y así lo ha confirmado el Congreso de Teólogos
celebrado en la Sagrada Congregación de las Causas de los Santos el
día 11 de junio de 2011.