BEATO PEDRO RIVERA RIVERA
1936 d.C.
1 de septiembre



   Nació en Villacreces (Valladolid) el 3-9-1912, y en el bautismo le pusieron el nombre de Cándido que, al iniciar el noviciado franciscano, cambió por el de Pedro, el de Alcántara. Ingresó en la orden en Granollers, el 11-9-1925. Tomó el hábito y comenzó el noviciado en este mismo convento de Granollers, bajo la dirección del padre Ángel Salvador, guardián y maestro de novicios. Cursó la filosofía en Granollers (1928-30) y continuó los estudios eclesiásticos en Ósimo (Italia) (1930-33). En 1933 se trasladó a Roma, al Colegio Internacional de los Conventuales “San Buenaventura”, donde estudió cuarto de Teología, y obtuvo la licencia en 1935. También en Roma hizo la profesión solemne, y fue ordenado sacerdote el 21-4-1935.

   Terminada la licencia en Teología, vuelve a España el 29-7-1935. El 8-12-1935 es nombrado guardián del convento de Granollers, reconociéndosele, a pesar de su juventud, su talento, piedad y prudencia. En este ministerio permanece hasta iniciada la persecución religiosa que le llevaría al martirio. En carta al Ministro general de los franciscanos conventuales escribe sobre su guardianato: «Aunque sinceramente me reconozca incapaz de poder ser guía de esta comunidad que me confía con mis ejemplos y palabras, humildemente aceptaré sus disposiciones, confiando en que siendo éstas para mí la voluntad de Dios, su gracia no me abandonará jamás, y siendo ésta la voluntad de vuestra paternidad reverendísima no me faltará tampoco su bendición, la ayuda de sus fervientes oraciones y, sobre todo, sus santos y sabios consejos, advertencias y correcciones, para que primeramente pueda ser un bueno y santo religioso franciscano y, luego, pueda hacer el bien a los demás».

   La personalidad humana y espiritual del P. Rivera se deduce del saludo de despedida del Rector del Colegio Internacional de Roma: «Hoy deja nuestro Colegio, para regresar a su patria, el P. Pedro Rivera, joven de conducta ejemplarísima en todo y por todo». El P. Antonio Blasucci, compañero de estudios en el Colegio Internacional, dice de él: «La impresión más acentuada que guardo se refiere a su madurez humano-espiritual y la seriedad en el cumplimiento de los deberes colegiales. Era muy servicial y amable. Tenía dotes artísticas, especialmente para la pintura». Otros compañeros de curso del Colegio Romano le recuerdan como joven «siempre sereno, sonriente y ejemplar en todo». Aunque pequeño de estatura, el más pequeño del colegio —dice otro—, sin embargo, su oficio de viceprefecto del Colegio lo realizaba con desenvoltura y serenidad, siendo la admiración de los compañeros.

   El 19-7-1936 pasa la noche en casa de la familia Corbera-Palau, muy cerca del convento. Al día siguiente por la mañana regresó al convento; celebró la misa, pero se vio obligado a huir, hospedándose en casa de la familia Sacamás. Aquí estuvo unos tres días. Durante el día se escondía entre las viñas, mientras que por la noche se ponía a resguardo, siempre con el miedo en el cuerpo, porque se buscaba con insistencia y minuciosidad no sólo a sacerdotes y frailes sino también a laicos católicos, de tal manera que la primera víctima de estos días en Granollers fue el señor Puntas, un católico practicante.

   Fue hecho prisionero el 25-7-1936, en las primeras horas de la tarde; le ordenan salir de la casa y lo detienen fuera. Arrestado, lo conducen a la cárcel de Granollers. Allí se encuentra con los escolapios Jaime Castelltort Cuadreny y Ramón, el coadjutor de Llinars del Vallés, mosén Martí Puntas, y el de Granollers, mosén Juliá, y los franciscanos conventuales Pedro Melero y Lorenzo Castro. A los compañeros de prisión les decía: «Yo ya sé lo que tengo que hacer. Si tengo que morir, moriré gritando: “¡Viva Cristo Rey!”».

   Gracias a la amistad que unía a mosén Juliá con el jefe del Comité de Granollers, señor Roca, salvaron la vida todos los sacerdotes y religiosos que había en la cárcel, recibiendo un pase para salir de ella. Durante los tres días que duró la prisión, no recibieron ningún alimento de parte del encargado de la vigilancia, un hombre muy liberal, pero siempre respetuoso con los sacerdotes y religiosos encarcelados. La comida les llegaba de mano de algún bienhechor, como la señora Carbó, o los familiares de los otros sacerdotes.

   El P. Pedro, el 27-7-1936 por la mañana, con el salvoconducto en la mano y ya en la calle, se dirige a casa de Juan Llistuella, constructor de obras que trabajaba en el convento. Allí permaneció algunas semanas, sufriendo «por la muerte de sus hermanos». En la segunda mitad de agosto se traslada a Barcelona, a casa de una familia pariente del P. Castro y de su mismo pueblo. Le acompaña el Sr. Llistuella. Desde Barcelona escribe su última carta, el 19-8-1936, al P. Esteban Marcos, penitenciario en la Basílica de San Pedro del Vaticano, en la que le notifica «la muerte de Dionisio, Francisco, Vegas, y quizá también de Buenaventura, López, Cisneros, pues nada hemos podido saber de ellos».

   El 22-8-1936, denunciado, cayó en manos de uno de los muchos comités de Barcelona, tal vez el de la Telefónica. Cuando el Comité llega a la casa y pregunta expresamente por un religioso que allí tienen escondido, el P. Rivera, que oye la conversación, se presenta espontáneamente diciendo: «¡Soy yo, a vuestra disposición estoy!». Antes de abandonar la casa se dirigió a la propietaria del piso diciéndole: «Adiós, señora Gregoria, muchas gracias por todo; perdone por las molestias». Testigo del arresto fue Eulogio García, postulante en el seminario de Granollers y sobrino de la señora de la casa, Gregoria del Río. Cuando los del Comité entran en casa, refiere Eulogio, el P. Rivera se entrega voluntariamente. No le dijeron nada, ni le maltrataron. Cuando van a salir con el prisionero, uno del grupo se dirige a él con estas palabras: «Chaval, tus trece años te libran de correr la misma suerte que tu camarada». Por su parte, la Sra. Gregoria dice: «Tal como pude apreciar, el arresto del P. Rivera no daba señales de que fuese por motivos de venganza, «porque ni se conocían», sino porque era religioso. Con fecha del 24-8-1936, en un pro memoria del Procurador general de la Orden, se daba como ciertamente vivo al P. Pedro Rivera. Murió asesinado a finales de agosto o principios de septiembre de aquel año.

   No se conoce con certeza la forma de martirio que sufrió. Según afirman algunos, fue conducido a Montcada Bifurcación y/o lo tiraron vivo a un pozo, como hicieron con muchos, o lo fusilaron y enterraron en el cementerio de la misma localidad. Otros sostienen que lo mataron en la Arrabassada de Barcelona, y unos terceros aseguran que su cuerpo, no saben si vivo o muerto, fue entregado como pasto y comida a una piara de cerdos que la FAI había instalado en el convento de San Elías, donde se encontraba la famosa “checa”. No se ha podido saber nada más sobre la muerte de Pedro Rivera, ni se ha encontrado o identificado su cadáver. Es cierto, y ésta ha sido siempre la voz de la Provincia religiosa y de la gente que le conocía en Granollers y Barcelona, que fue asesinado por ser sacerdote y religioso. El Martirologio de la Diócesis de Barcelona dice sucintamente: «Fusilado en la Rabasada (Barcelona), el 6-9-1936». Fue beatificado por Juan Pablo II el 11-3-2001, junto con otros 232 mártires de la Guerra Civil.

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(Parroquia San Martín de Porres)