BEATO PEDRO KIBE KASUI
4 de julio
1639 d.C.
Constan con
precisión los datos más importantes de la vida de este
mártir japonés, que encabeza la lista de los 188
mártires de la evangelización del Japón
beatificados junto con él en Nagasaki, el 24 de noviembre de
2008 por SS Benedicto XVI.
De joven era catequista y, con un grupo de catequistas
también japoneses, acompañó en el exilio a los
jesuitas hacia Macao, cuando estos fueron desterrados (1614). Debido a
las circunstancias del momento, y a la opinión de algunos
misioneros, no se permitía ordenar sacerdotes a jóvenes
japoneses. Los catequistas se fueron dispersando: algunos
volvieron al Japón para continuar como catequistas; cinco de
ellos ya han sido beatificados como mártires de Nagasaki; otros
marcharon a Manila para ingresar en los dominicos o en los
agustinos.
Pedro, que en 1606 había hecho el voto privado de
ingresar en la Compañía, por amor a su vocación y
junto con otros compañeros, todos aconsejados por algunos
superiores, emprendió el viaje a Roma, en medio de grandes
dificultades, siguiendo la ruta de la seda, por Persia, Goa,
Jerusalén. En Roma estudió teología, se
ordenó sacerdote y entró en la Compañía
como novicio. Continuó el noviciado en Portugal, donde hizo la
profesión religiosa. Reemprendió el viaje, con otros
veintitrés misioneros, hacia el Japón, viaje que
duró seis años, en medio de dificultades, enfermedades,
naufragios, para entrar en su patria el año 1630. Misionó
en la clandestinidad primero en Nagasaki, hasta 1633, y luego
pasó a las regiones del norte, Oshu y Dewa.
En 1638 fue apresado, con algunos de sus catequistas, en
el reino de Sendai y luego llevado a Edo (Tokio) donde fue interrogado
por el gran perseguidor, el shôgun Tokugawa Yemitsu, quien
cerraría las puertas del Japón al resto del mundo. Un
apóstata, padre Ferreira, intentó hacerles apostatar,
pero Pedro animó a todos a la perseverancia en la fe.
Después de diversos tormentos, fue martirizado en la "horca y
fosa" y quemado a fuego lento, en Edo, en julio de 1639, juntamente con
dos de sus catequistas, a quienes el padre Pedro exhortó a
perseverar en la fe, hasta que a él, para reducirlo al silencio,
le acabaron de matar; tenía cincuenta y dos años.