VENERABLE PAULINA
MARÍA JARICOT
1862 d.C.
9 de enero
En cada parroquia
del mundo, el tercer domingo de octubre se celebra el Día de las
Misiones, una fecha para ofrecer oraciones, sacrificios y limosnas por
las misiones y los misioneros de todo el mundo. Hoy vamos a hablar de
la joven a la cual se le ocurrió esa idea.
La idea feliz nació de una simple charla con la
sirvienta de la casa. Un día llegó Paulina Jaricot de su
trabajo, cansada y con deseos de escuchar alguna narración que
le distrajera amenamente. Y se fue a la cocina a pedirle a la sirvienta
que le contara algo ameno y agradable. La buena mujer le
respondió: "si me ayuda a terminar este trabajito que estoy
haciendo, le contaré luego algo que le agradará mucho".
La muchacha le ayudó de buena gana, y terminando el oficio la
cocinera se quitó el delantal y abriendo una revista de misiones
se puso a leerle las aventuras de varios misioneros que en lejanas
tierras, en medio de terribles penurias económicas, y con
grandes peligros y dificultades, escribían narrando sus
hazañas, y pidiendo a los católicos que les ayudaran con
sus oraciones, limosnas y sacrificios, para poder continuar con
éxito su difícil labor misionera.
En ese momento pasó por la mente de Paulina una
idea luminosa: ¿por qué no reunir personas piadosas y
obtener que cada cual obsequie dinero y ofrezca algunas oraciones y
algún pequeño sacrifico por las misiones y los
misioneros, y enviar después todo esto a los que trabajan
evangelizando en tierras lejanas? Y se propuso empezar a llevar a cabo
esa mima semana tan bella idea.
Paulina había nacido en la ciudad de Lyon (Francia)
y desde muy niña había demostrado un gran espíritu
religioso. Su hermano mayor sentía inmensos deseos de ser
misionero y (quizás por falta de suficiente información)
le pintaban las misiones como algo terrorífico donde los
misioneros tenían que viajar por los ríos sobre el cuello
de terribles cocodrilos y por las selvas en los hombros de feroces
tigres. Esto la emocionaba a ella pero le quitaba todo deseo de irse de
misionera. Sin embargo sentía una gran inclinación a
ayudar a los misioneros de alguna manera, y pedía a Dios que la
iluminara. Y el Señor la iluminó por medio de una simple
lectura hecha por una sirvienta.
De pequeñita aprendió que un gran sacrificio
que sirve mucho para salvar almas es el vencer las propias
inclinaciones a la ira, a la gula y al orgullo y la pereza, y se
propuso ofrecer cada día a Nuestro Señor alguno de esos
pequeños sacrificios.
Cuando en 1814 el Papa Pío VII quedó libre
de la prisión en la que lo tenía Napoleón, el
pueblo entero salió en todas partes a aclamarlo triunfalmente en
su viaje hacia Roma. Paulina tuvo el gusto de que el Santo Padre al
pasar por frente a su casa la bendijera y le pusiera las manos sobre su
pequeña cabecita. Recuerdo bellísimo que nunca
olvidó.
De joven se hizo amiga de una muchacha sumamente vanidosa
y ésta la convenció de que debía dedicarse a la
coquetería. Por varios meses estuvo en fiestas y bailes y llena
de adornos, de coloretes y de joyas (pero nada de esto la
satisfacía). Su mamá rezaba por su hija para que no se
fuera a echar a perder ante tanta mundanidad. Y Dios la escuchó.
Un día en una fiesta social resbaló con sus
altas zapatillas por una escalera y sufrió un golpe
durísimo. Quedó muda y con grave peligro de enloquecerse.
Entonces la mamá le hizo este ofrecimiento a Dios:
"Señor: yo ya he vivido bastante. En cambio esta muchachita
está empezando a vivir. Si te parece bien, llévame a
mí a la eternidad, pero a ella devuélvele la salud y
consérvale la vida". Y Dios le aceptó esta
petición. La mamá se enfermó y murió, pero
Paulina recuperó el habla, y la salud física y mental y
se sintió llena de vida y de entusiasmo.
Poco después, un día entró a un
templo y oyó predicar a un santo sacerdote acerca de lo
pasajeros que son los goces de este mundo y de lo engañosas que
son las vanidades de la vida. Después del sermón fue a
confesarse con el predicador y éste le aconsejó: "Deje
las vanidades y lo que la lleva al orgullo y dedíquese a ganarse
el cielo con humildad y muchas buenas obras". Desde aquel día ya
nunca más Paulina vuelve a emplear lujosos adornos de vanidad,
ni a gastar dinero en lo que solamente lleva a aparecer y deslumbrar.
Sus vestidos son sumamente modestos, hasta el extremo que las antiguas
amigas le critican por ello. Ahora en vez de ir a bailes se va a
visitar enfermos pobres en los hospitales.
Y es entonces cuando nace la nueva obra llamada
Propagación de la fe. Son grupitos de 10 personas, las cuales se
comprometen a dar cada una alguna limosna para los misioneros, y
ofrecer oraciones y pequeños sacrificios por ellos. Paulina va
organizando numerosos grupos (llamados coros) entre sus amistades y las
gentes de su alrededor y pronto empiezan ya a recoger buenas ayudas
para enviar a lejanas tierras.
Su hermano, que se acaba de ordenar de sacerdote, propone
la idea de Paulina a otros sacerdotes en París y a muchos les
agrada y empiezan a fundar coros de Propagación de la Fe. La
idea se extendió rapidísimo por toda la nación y
las ayudas a los misioneros se aumentaron inmensamente. Casi nadie
sabía quién había sido la fundadora de este
movimiento, pero lo importante era ayudar a extender nuestra santa
religión.
Para poder conseguir más oraciones con menos
dificultad, Paulina formó grupitos de 15 personas, de las cuales
cada una se comprometía a rezar un misterio del rosario al
día por los misioneros. Así entre todos rezaban cada
día un rosario completo por las misiones. Fue una idea muy
provechosa.
Paulina se fue a Roma a contarle al Santo Padre Gregorio
XVI su idea de la Propagación de la Fe. El Sumo Pontífice
aprobó plenamente tan hermosa idea y se propuso recomendarla a
toda la Iglesia Universal.
Al volver a Francia fue a confesarse con el más
famoso confesor de ese tiempo, el Santo Cura de Ars. El santo le dijo
proféticamente: "Sus ideas misioneras son muy buenas, pero Dios
le va a pedir fuertes sacrificios, para que logren tener más
éxito". Esto se le cumplió a la letra, porque en adelante
los sufrimientos e incomprensiones que tuvo que sufrir nuestra santa
fueron enormes.
Al principio recogía ella misma las limosnas para
las misiones, pero varios avivados le robaron descaradamente. Entonces
se dio cuenta de que debía dejar esto a sacerdotes y laicos
especializados que no se dejaran estafar tan fácilmente.
Después recibió ayudas para fundar obras
sociales en favor de los obreros pobres, pero varios negociantes sin
escrúpulos la engañaron y se quedaron con ese dinero.
Paulina se dio cuenta de que Dios la llamaba a dedicarse a lo
espiritual, y que debía dejar la administración de lo
material a manos de expertos que supieran mucho de eso.
En 1862, después de haber perdonado generosamente a
todos los que la habían estafado y hecho sufrir, y contenta
porque su obra de la Propagación de la Fe estaba ya muy
extendida murió santamente y satisfecha de haber podido
contribuir eficazmente a favor de las misiones católicas.
Veinte años después, en 1882, el Papa León
XIII extendió la Obra de la Propagación de la Fe a todo
el mundo, y ahora cada año, el mes de octubre (y especialmente
en el tercer domingo de este mes) los católicos fervorosos
ofrecen oraciones, sacrificios y limosnas por las misiones y los
misioneros del mundo entero.