BEATA PAULA MONTALDI
1514 d.C.
18 de agosto
Nació en Volta Mantovana, en el castillo de Montaldi. De
sólo quince años, en 1458, ingresó en el
monasterio de las Hermanas Clarisas, de Santa Lucía en Mantua,
donde por largos años fue abadesa. La Pasión de
Jesús era el objeto más familiar de sus conversaciones,
como también de sus meditaciones y contemplaciones. Fue
devotísima de la Eucaristía. Llevó una vida muy
austera, llevaba cilicio, se flagelaba y ayunaba, siempre feliz en las
humillaciones, en el trabajo y en las fatigas.
Para con sus cohermanas se mostró llena de caridad
y pronta a todas sus necesidades. Bajo su dirección el
monasterio de Santa Lucía fue floreciente por las numerosas
vocaciones y por la vida seráfica que allí se llevaba.
Agradecida al Señor por los favores que le había
concedido, solía repetir esta oración: “Dios mío,
te amo con todo mi corazón, con un amor sin medida y por toda mi
vida no cesaré de cantar tus alabanzas”. En 56 años de
vida religiosa nunca dio un disgusto a sus cohermanas. Como superiora
prudente, procuró también el bien material de su
comunidad, convencida de que habrá perfecta observancia de la
regla cuando no falte lo necesario para la vida. En el jardín
hizo excavar un pozo, llamado “Pozo de la Beata Paula”, cuya agua
abundante posee virtudes curativas.
Su confianza en Dios era grande. A menudo repetía
la expresión de san Pablo: “¡Sé de quién me
he fiado!”. Su alma a veces era arrebatada en dulces éxtasis, a
veces se oyeron coros angélicos que cantaban junto al
tabernáculo. Escribió varios opúsculos
especialmente sobre el nombre de Jesús, que lamentablemente se
han perdido.
Un día mientras oraba en éxtasis ante un
crucifijo situado en lo alto de una escalera, el demonio la
atacó y la arrojó por tierra pavorosamente. Fue recogida
por las cohermanas y recostada sobre un jergón. Eran los
últimos días y las últimas pruebas. Exhausta por
las vigilias prolongadas, por el riguroso ayuno y otras ásperas
penitencias, asistida por su confesor y sus cohermanas, apretando
contra su corazón el crucifijo, repitió nuevamente su
jaculatoria predilecta: “Pasión de Cristo, Sangre de Cristo,
misericordia de mí”. Y serenamente expiró. Tenía
71 años, de los cuales transcurrió en el monasterio 56.
Aprobó su culto Pío IX el 6 de septiembre de 1876.