BEATO PASCUAL
FORTUÑO ALMELA
1936 d.C.
8 de septiembre
Nació en Villarreal o Vila-Real, provincia de Castellón y
diócesis entonces de Tortosa y ahora de
Segorbe-Castellón. Fue bautizado al día siguiente con el
nombre de Pascual. A la edad de doce años ingresó
en el seminario menor franciscano de Balaguer (Lérida),
perteneciente a la Provincia franciscana de Cataluña, donde
comenzó el estudio de las humanidades, que terminó en el
seminario menor de Benissa (Alicante), perteneciente a la Provincia
franciscana de Valencia, al que se había pasado. Vistió
el hábito franciscano en la casa noviciado de Santo
Espíritu del Monte (Gilet-Valencia) en 1905, y allí mismo
hizo la profesión religiosa en 1906. Cursados los estudios de
Filosofía y Teología en el Estudiantado franciscano de
Onteniente (Valencia), recibió la ordenación sacerdotal
en 1913 en Teruel.
Tras su ordenación, los superiores lo destinaron al
seminario menor de Benissa como educador de los benjamines de la
Provincia, por quienes se desveló y de quienes se ganó el
aprecio y la confianza por su entrega y sus cualidades
pedagógicas. Cuatro años estuvo dedicado a este
ministerio, pues en 1917 fue destinado al servicio de la Custodia de
San Antonio, en Argentina, dependiente entonces de la Provincia
franciscana de Valencia; durante cinco años estuvo ejerciendo
con ejemplaridad el ministerio sacerdotal en la casa de Azul y en otras
a las que lo destinaron los superiores.
De regreso en su patria, se dedicó de nuevo a la
formación de los alumnos del seminario de Benissa. Estuvo luego
en el convento de Pego y durante algún tiempo fue morador del
convento de Segorbe. Ya establecida la II República en
España, en 1931 fue nombrado vicario del convento-noviciado de
Santo Espíritu del Monte, donde lo sorprendió la
persecución religiosa de 1936.
Estimado de todos, era un franciscano ejemplar, fiel a
sus deberes religiosos, y un pedagogo modelo que vivía lo que
enseñaba a los otros. No obstante su carácter
sanguíneo, sabía dominarse y siempre se manifestaba
amable y acogedor. En los años de ejercicio del ministerio
sacerdotal fue asiduo al confesonario y prudente director de almas.
Como predicador de la palabra de Dios, se preparaba con esmero y
tesón. Fue también director de ejercicios espirituales, y
muy solicitado por las religiosas para pláticas espirituales de
formación. Quienes convivieron con él destacan las
virtudes morales y religiosas de que estaba adornado, así como
su devoción al Santísimo Sacramento, a la Virgen
María, a la práctica del vía crucis, su vida de
oración, etc. Recalcan su sólida formación, su
delicada conciencia y su profunda vivencia religiosa, a la vez que su
afán de inculcar estas virtudes y devociones a sus alumnos con
el tacto de un buen pedagogo. Según el parecer de no pocos
testigos, aunque no hubiera sido mártir, debería haberse
incoado su proceso de beatificación.
El 18 de julio de 1936, desencadenada en España la
persecución religiosa, tuvo que dejar el monasterio de Santo
Espíritu, como sus hermanos de hábito, y refugiarse en
Vila-Real. Pasados los primeros días en casa de sus padres, para
mayor seguridad se trasladó con su familia a una masía o
casa de campo, donde permanecieron algo más de un mes. Ante la
inseguridad con que incluso allí vivían, se
refugió de nuevo en el pueblo, en casa de su hermana Rosario,
donde más tarde fue detenido. Según refieren los
testigos, era admirable la predisposición y preparación
del P. Pascual para el martirio. Solía repetir, con paz y
confianza: “Sea lo que Dios quiera”. “Que se cumpla la voluntad de
Dios”. “Estemos preparados para lo que el Señor quiera de
nosotros. Esto es lo único que nos interesa en la vida”. Es
singularmente elocuente el diálogo que mantuvo con su madre,
según cuenta una sobrina del mártir: “Cuando salió
del "maset" para esconderse en casa de su hermana Rosario, su anciana
madre, que le quería mucho, le dice llorando: "Adiós,
adiós, hijo mío, ya no te volveré a ver". A lo que
el P. Pascual contesta: "No llores, madre, pues, cuando me maten,
tendrás un hijo en el cielo. Tú me preguntas que a
dónde voy; me voy al cielo"”.
En Vila-Real, como por todas partes, irrumpió con
violencia la persecución religiosa: fueron asesinados muchos
sacerdotes y religiosos, quemados los templos, entre ellos el de San
Pascual, y los restos del Santo, que se conservaban con gran
veneración del pueblo. Según declaran los testigos, en
este ambiente de odio y persecución religiosa, el P. Pascual fue
detenido en casa de su hermana el día 7 de septiembre de 1936, y
encarcelado en el cuartel de la Guardia Civil. Aquel mismo día,
por la noche, fueron a llevarle la cena y un colchón sus
hermanos Joaquín y Rosario y la sirvienta de la familia
Dña. Trinidad Manzanet, últimos familiares que le vieron
y pudieron hablar brevemente con él, guardando un grato recuerdo
de su confianza en Dios y de su disposición para aceptar su
santa voluntad. Testigo de excepción del tiempo que estuvo en la
cárcel el P. Pascual y de los malos tratos que allí
recibió es don Julio Pascual, que se encontraba en la misma
cárcel cuando ingresó en ella nuestro mártir, y a
quien el beato hizo estas premoniciones: “A usted no le pasará
nada. Yo sé positivamente a dónde voy: estoy destinado al
martirio; diga a mis hermanos que voy conformado al martirio; que recen
mucho por estos pobres hombres”.
El P. Pascual Fortuño fue asesinado la madrugada
del día 8 de septiembre de 1936, en la carretera entre
Castellón y Benicásim. Había sido detenido la
víspera. Tenía entonces 50 años de edad, 31 de
hábito franciscano y 23 de sacerdocio. Refieren los testigos
que, una vez conducido al lugar de su fusilamiento y cuando trataban de
ejecutarlo, las balas rebotaban sobre su pecho y caían a tierra.
Ante este hecho, el mártir dijo a quienes disparaban contra
él: “Es inútil que disparéis; si queréis
matarme, tiene que ser con un arma blanca”. Por eso, le hundieron una
bayoneta o machete en el pecho. Sus ejecutores quedaron muy
impresionados y asustados: “Hemos hecho mal en matarlo -decían-;
era un santo. Si es verdad que hay santos, éste es uno de ellos”.