Luego
de tres
días de viaje, la caravana a la cual se incorporó la
carreta hizo un alto a 5 leguas de la actual ciudad de Luján, en
el paraje de Zelaya, para pernoctar en la estancia de Rosendo de
Trigueros.
Al día
siguiente, ya dispuestos a continuar la marcha, los bueyes no
consiguieron mover la carreta. Después de intentos fallidos, Se
cambiaron los bueyes y se bajó la carga, pero sin resultado. Los
bueyes rehusaban cruzar el río.
Conversando sobre
tan extraña novedad, se supone que el negro Manuel, un
pequeño esclavo que venía con la caravana, movido por la
gracia de Dios dijo:
“Señor,
saque del carretón uno de los cajones, y observemos si camina”.
Así
se hizo,
pero en vano.
“Cambien
los
cajones, veamos si hay en esto algún misterio”, replicó
Manuel.
Los bueyes
insinuaron moverse en cuanto se bajó esa caja del carro.
Entonces, pensando que todo estaba resuelto, la volvieron a subir. El
resultado: el carruaje volvió a quedarse como estacado al piso.
Cuando volvieron a bajar la caja, los bueyes se movieron sin dificultad
alguna.
Dijo
entonces el
negro Manuel:
“Esto indica que la
imagen de la Virgen encerrada en este cajón debe quedarse
aquí”. Abrieron el cajón y encontraron una imagen
pequeña (38 cm de altura) de arcilla cocida que representaba la
Inmaculada Concepción. Los creyentes interpretaron el hecho como
providencial, y entregaron la imagen para su custodia a don Rosendo de
Oramas, el dueño de la casa ubicada en la actual localidad de
Zelaya, del partido del Pilar, a algo más de 20 km del actual
emplazamiento del santuario. La segunda imagen, que representaba a
María con el niño en sus brazos, llegó a destino,
y en 1670 se le contruyó un santuario donde se la veneró
bajo la advocación de Nuestra Señora de la
Consolación.
Enterados
del hecho
en Buenos Aires, muchos vecinos acudieron a venerar la imagen y, al
crecer la concurrencia, don Rosendo le hizo construir una ermita donde
permaneció desde 1630 hasta 1674.
De hecho hoy existe
en aquel emplazamiento, conocido como “Lugar del milagro”, un convento
y una pequeña capilla de adobe y piso de tierra -que puede
visitarse- que recuerda a aquella ermita que se erigiera como primer
santuario. Se la llamó la “Virgen Estanciera” y la “Patroncita Morena”.
El negro Manuel,
que trabajaba en esa estancia fue testigo de toda esa maravilla. Viendo
sus patrones el intenso amor que demostraba a la Virgen, lo destinaron
al exclusivo cuidado de la imagen, lo que hizo hasta su muerte.
El negro
Manuel
nació en 1604 en Cabo Verde (ciudad hoy llamada Dakar), en
África, y en ese tiempo colonia portuguesa. A los 25
años, cuando Manuel gozaba de su plena libertad, fue apresado en
un reclutamiento de negros llevado a cabo a finales del año 1629
por mercaderes para ser vendido como esclavo en el Brasil. Llegó
al puerto de Pernambuco después de una travesía de 30
días. Al atracar la nave los negros fueron llevados a la plaza
pública, y allí puestos a la venta. Un capitán de
navío llamado Andrea Juan lo compró para su servicio.
Dotado de una clara inteligencia y de un corazón humilde,
aprendió muy pronto las verdades de la Fe y fue bautizado
quizás entre los días de Navidad y Año Nuevo, y a
los pocos días recibió la comunión. Como era de
corazón ingenuo y de alma pura e inocente, todas las cosas de la
religión le producían una gran impresión.
El negro Manuel
deja Brasil en enero de 1630 rumbo al Puerto de Santa María de
los Buenos Aires, en el barco del capitán Andrea Juan. El
llevaba en su barco dos imágenes de la Virgen María para
su amigo Antonio Farías de Sáa.
Presenció el
milagro en la estancia de don Rosendo, viendo su patrón el
intenso amor que demostraba a la Virgen lo dejó a las
órdenes de la Inmaculada. Se lo destinó al exclusivo
cuidado de la imagen, lo que hizo hasta su muerte. Se encargaba del
orden en la ermita y de los vestidos de la Virgen, dirigiendo los rezos
de los peregrinos.
La
tradición nos dice que Manuel, recibió el don de
curación con el sebo de las velas de la capilla y relataba a los
peregrinos los viajes de la Santa Virgen, que salía de noche
para dar consuelo a los afligidos. Con los años, don Rosendo
falleció y el lugar quedó casi abandonado, pero
éste hombre fue siempre fiel y continuó al servicio de la
Virgen.
Muy preocupada con
la «soledad de la Virgen» en ese paraje que hoy es Zelaya,
la señora Ana de Matos, viuda del capitán español
Marcos de Sequeira y propietaria de una estancia muy bien defendida
ubicada sobre la margen derecha del río Luján, no viendo
ningún interés por parte de las autoridades civiles y
eclesiásticas, le solicitó al administrador de la
estancia del fallecido don Rosendo la cesión de la imagen de la
Virgen de Luján. Ella le aseguró el cuidado y la
construcción de una capilla «digna y cómoda»,
facilitando la estadía de los peregrinos. Juan de Oramas, el
apoderado, aceptó la oferta y doña Ana de Matos le
pagó por la cesión de la imagen.
Feliz de haber
logrado su propósito, la instaló en su oratorio, pero a
la mañana siguiente, cuando se dirigió ahí para
rezar, descubrió con asombro y angustia que la Virgen no estaba
en su altar. Al buscarla se la encontró en el «Lugar del
Milagro».
Se creyó en
un principio que era el propio Manuel - a quien no habían
permitido en un principio acompañar a la Virgen - quien
llevaba a la «Patroncita Morena» a su antigua morada. Hasta
se lo llegó a estaquear en el piso para que no hurtara la
imagen. Sin embargo la imagen seguía «volviendo» a
su primer lugar.
Ello ocurrió
varias veces hasta que enterado del hecho, considerado milagroso por
los católicos, el obispo de Buenos Aires fray Cristóbal
de Mancha y Velazco, y el gobernador del Río de la Plata, don
José Martínez de Salazar, organizaron el traslado de la
imagen, acompañada por doña Ana y Manuel.
El Santuario de
Luján es de estilo gótico ojival del siglo XIX.
Está construido en piedra labrada y cuenta con dos torres de
más de 100 m de altura. El 8 de diciembre de 1930, el Papa
Pío XI, le otorgó oficialmente el título de
Basílica. Su festividad se
celebra el 8 de mayo. Ya que se trata de una imagen de la Inmaculada
Concepción, también se celebra el 8 de diciembre.
En
1886, el padre
Salvaire presentó al papa León XIII la petición
del episcopado y de los fieles del Río de la Plata para la
coronación de la Virgen. León XIII bendijo la corona y le
otorgó Oficio y Misa propios para su festividad, que
quedó establecida en el sábado anterior al IV domingo
después de Pascua. La coronación se realizó en
mayo de 1887.