NABOT EL
JETRAELITA
San Ambrosio de Milán
(1 Reyes 21)
Ambición y codicia de los ricos
1. La historia de
Nabot sucedió hace mucho tiempo, pero se renueva todos los
días. ¿Qué rico no ambiciona continuamente lo
ajeno? ¿Cuál no pretende arrebatar al pobre su
pequeña posesión e invadir la herencia de sus
antepasados? ¿Quién se contenta con lo suyo?
¿Qué rico hay al que no excite su codicia la
posesión vecina? Así, pues, no ha existido sólo un
Ajab, sino que, lo que es peor, todos los días nace de nuevo y
nunca se extingue su semilla en este siglo. Si muere uno, renacen
muchos; son más los que nacen para la rapiña que para la
dádiva. Ni es Nabot el único pobre asesinado; todos los
días se renueva su sacrificio, todos los días se mata al
pobre. Embargado por este miedo, el pobre abandona sus tierras y emigra
cargado con sus hijos, prenda de amor; le sigue su mujer llorosa, como
si acompañara a su marido a la tumba. Es menos deplorable para
ella asistir al entierro de los suyos; porque aunque perdiera la ayuda
de su marido, éste tendría un sepulcro, y aunque se
quedara sin hijos, no lloraría su destierro ni estaría
afligida por el hambre de su tierna prole.
2. ¿Hasta dónde pretendéis llevar, oh ricos,
vuestra codicia insensata? ¿Acaso sois los únicos
habitantes de la tierra? ¿Por qué expulsáis de sus
posesiones a los que tienen vuestra misma naturaleza y vindicáis
para vosotros solos la posesión de toda la tierra? En
común ha sido creada la tierra para todos, ricos y pobres;
¿por qué os arrogáis, oh ricos, el derecho
exclusivo del suelo? Nadie es rico por naturaleza, pues ésta
engendra igualmente pobres a todos. Nacemos desnudos y sin oro ni
plata. Desnudos vemos la luz del sol por primera vez, necesitados de
alimento, vestido y bebidas; desnudos recibe la tierra a los que
salieron de ella, y nadie puede encerrar con él en su sepulcro
los límites de sus posesiones. Un pedazo estrecho de tierra es
bastante a la hora de la muerte, lo mismo para el pobre que para el
rico, y la tierra, que no fue suficiente para calmar la ambición
del rico, lo cubre entonces totalmente. La naturaleza no distingue a
los hombres ni en su nacimiento ni en su muerte. Les engendra
igualmente a todos y del mismo modo les recibe en el seno del sepulcro.
¿Quién puede establecer clases entre los muertos? Excava
de nuevo los sepulcros, y si puedes, distingue al rico. Desenterrad
poco después una tumba y hablad si reconocéis al
necesitado. Acaso solamente se puedan distinguir en que con el rico se
pudren muchas mas cosas.
3. Los vestidos de seda y los ropajes entretejidos de oro, con los que
se amortajan los cuerpos de los ricos, son un daño para los
vivos y no ayuda para los difuntos. Te ungen, oh rico, y no dejas de
ser fétido. Pierdes la gracia ajena y no adquieres la tuya.
Dejas herederos que luchen entre sí con pleitos. Más que
un conjunto de bienes que se acepta voluntariamente les transmites un
depósito hereditario, y ellos temerán disminuir o violar
lo que se les ha dejado. Si son herederos sobrios, lo
conservarán; si lujuriosos, lo disiparán. Por
consiguiente, condenas a los herederos que son buenos a una perpetua
solicitud y dejas a los malos aquello con que pueden condenarse.
4. Pero acaso piensas que mientras vives abundas en todas las cosas.
¡Oh rico, no sabes cuán pobre eres y cuán
necesitado te haces porque te crees rico! Cuanto más tienes,
más deseas; y aunque lo adquieras todo, sin embargo,
serías todavía indigente. La avaricia se inflama, no se
extingue, con el lucro. Este proceso sigue la avaricia: cuanto
más media, tanto más se apresura pata alcanzar metas
desde donde sea más grande la caída final. El rico es
más tolerable cuanto menos tiene. En relación a su
hacienda, se contenta con poco; pero cuanto más aumenta su
patrimonio, más crece su codicia. No quiere ser bajo en anhelos
ni pobre en deseos. Junta así a la vez dos sentimientos
inconciliables: la esperanza ambiciosa de riquezas y no depone el apego
a la vida mísera. En fin, la Sagrada Escritura nos dice la
miseria de su pobreza, nos revela cuán abyectamente mendiga.
5. Había un rey en Israel, Ajab, y un pobre, Nabot. El primero
gozaba de las riquezas del reino; el segundo sólo poseía
un pequeño terreno. Nabot no ambicionó nunca las
posesiones del rico, pero el rey se sintió indigente porque no
poseía la viña del pobre, su vecino. ¿Quién
te parece más pobre: el uno, que estaba contento con lo suyo, o
el otro, que deseaba lo ajeno? Nabot se nos muestra pobre en hacienda,
y Ajab, pobre en el corazón. El deseo del rico no sabe ser
pobre. La hacienda más abundante no es suficiente para saciar el
corazón del avaro. Por eso hay divergencia entre el rico avaro,
que envidia las posesiones de los demás, y el pobre. Pero
consideremos ya las palabras de la Sagrada Escritura.
6. "Después de esto sucedió que Nabot de Jezrael
tenía una viña en Israel, junto al palacio de Ajab, rey
de Samaria. Ajab habló a Nabot diciéndole:
Cédeme tu viña para hacer un huerto de legumbres, pues
está muy cerca de mi casa. Yo te daré por ella otra
viña, y si esto no te conviene, te daré en dinero su
valor. Pero Nabot respondió: Guárdeme Dios de cederte la
heredad de mis padres. Ajab entonces se entristeció e
irritó, se acostó en su lecho, vuelto el rostro, y no
quiso comer."
7. Había expuesto más adelante la Sagrada Escritura que
Eliseo, aun siendo pobre, dejó sus bueyes y corrió tras
Elías, y luego volvió, mató sus bueyes y los
distribuyó entre el pueblo, y siguió a Elías. Para
condena de los ricos, que este rey representa, se expone esto
previamente, en cuanto que, a pesar de haber recibido beneficios de
Dios, como Ajab, a quien Dios concedió el reino y la lluvia por
la oración del profeta Elías, violan los mandamientos
divinos.
8. Pero oigamos que dijo: "Dame." ¿Qué palabra es
ésta sino de pobre? ¿Cuál es la voz con que se
implora la caridad pública sino "dame"? Dame, porque necesito;
dame, porque no poseo otro remedio de vida; dame, porque no tengo pan
para comer, ni bebida, ni alimento, ni vestido; dame, porque a ti te
dio el Señor bienes de donde debes repartir, y a mí, no;
dame, porque si no me das, nada tendré; dame, porque esta
escrito: "Dad limosna"(Luc. 11, 41). ¡Cuán abyecta y vil
esta palabra en este caso! No tiene el afecto de la humildad, sino el
incendio de la codicia. ¡En la misma expresión
cuánta desvergüenza! "Dame —dice— tu viña." Confiesa
que no es suya, de modo que reconoce la pide indebidamente.
9. "Y te daré —dice— por ella otra viña." El rico
desdeña lo suyo como vil y ambiciona lo que es ajeno como
preciosísimo.
10. "Si esto no te conviene, te daré en dinero su valor." Pronto
corrige su error, ofreciendo dinero por la viña. Nada quiere que
otro posea quien anhela abarcarlo todo con sus posesiones.
11. "Y tendré —dice— un huerto de hortalizas." Este era el
motivo de toda su locura y furor, que buscaba un huerto para viles
hortalizas. Vosotros, ricos, no tanto deseáis poseer lo que es
útil como quitar a los demás lo que tienen.
Cuidáis más de expoliar a los pobres que de vuestra
ventaja. Estimáis injuria vuestra si el pobre posee algo de lo
que juzgáis digno de la posesión del rico. Creéis
que es daño vuestro todo lo que es ajeno. ¿Por qué
os atraen tanto las riquezas de la naturaleza? El mundo ha sido creado
para todos y unos pocos ricos intentáis reservároslo.
Pues no sólo la posesión de la tierra, sino el mismo
cielo, el aire, el mar, lo reclaman para su uso unos pocos ricos. Este
espacio que tú encierras en tus amplias posesiones, ¿a
cuánta muchedumbre podría alimentar? ¿Acaso los
ángeles tienen divididos los espacios de los cielos, como
tú haces cuando divides la tierra con mojones?
12. Exclama el profeta: "Ay de los que juntan casa a casa y finca a
finca" (Is 5, 8). Les acusa de avaricia estéril. Los ricos huyen
de convivir con los hombres y por eso excluyen a sus vecinos. Pero no
pueden huir totalmente, porque cuando les han excluido, encuentran a
otros de nuevo, y cuando expulsan otra vez a estos es necesario que
tengan a otros por vecinos. Pues no es posible que vivan solos sobre la
tierra. Las aves se juntan con las aves y frecuentemente bandadas
ingentes cubren el cielo con su vuelo; los animales se unen a los
animales, y los peces, a los peces; ni buscan dañar, sino el
comercio de la vida cuando se acogen a la compañía de
otros y pretenden obtener protección por medio de la ayuda de
una sociedad más frecuente. Sólo tú, hombre,
excluyes al de tu misma naturaleza e incluyes a las fieras; construyes
albergues para las fieras y destruyes los de los hombres. Dejas entrar
el mar en tus predios para que no te falten monstruos y llevas hacia
adelante los límites de tus tierras para que no puedas tener
vecinos.
13. Escuchamos la voz del rico que pedía lo ajeno; oigamos ahora
la voz del pobre que defendía lo suyo: "Guárdeme Dios de
cederte la heredad de mis padres." Juzga que el dinero del rico es una
especie de infección para él, como si dijera: "Sea ese
dinero para perdición suya" (Hch 8, 20), yo no puedo vender la
heredad de mis padres. Aquí tienes un ejemplo que imitar, oh
rico, si lo entiendes bien: que no vendas tu campo por noche de
meretriz; que no transfieras tu derecho por atender los gastos de
banquetes y placeres; que no adjudiques tu casa para cubrir los riesgos
del juego, a fin de que no pierdas el derecho de la piedad hereditaria.
14. Oídas estas palabras, se turbó en su espíritu
el rey avaro: "Se acostó en su lecho, vuelto el rostro, y no
quiso comer." Lloran los ricos si no pueden arrebatar lo ajeno. No
pueden ocultar la fuerza de su tristeza si los pobres no ceden a sus
pretensiones. Desean dormir y encubren su rostro para no ver que hay en
la tierra algo que es posesión de otro, que hay en el mundo algo
que no es suyo, para no oír que el pobre tiene una
posesión al lado de la suya, para no escuchar al pobre que les
contradice. Las almas de estos ricos son aquellas a las que dice el
profeta: "Mujeres ricas, resurgid" (Is 32, 9).
15. "Y no comió —dice— su pan", porque deseaba lo ajeno. Los
ricos, en efecto, comen más que el suyo el pan ajeno, porque
viven del robo y forman su hacienda con el producto de la
rapiña. O acaso Ajab no comió su pan, queriendo
castigarse con la muerte, porque se le había negado algo.
16. Compara ahora los afectos del pobre. Nada tiene, pero no sabe
ayunar voluntariamente, a no ser para Dios y por necesidad. Ricos,
arrebatáis todo a los pobres y no les dejáis nada; sin
embargo, vuestra pena es mayor que la de ellos. Los pobres ayunan si no
tienen; vosotros, incluso cuando tenéis. Así, pues, os
irrogáis a vosotros mismos primero la pena que infligís a
los pobres. Sois vosotros los que sufrís por vuestra
pasión las tribulaciones de la pobreza mísera. Los
pobres, ciertamente, no tienen de qué vivir, pero vosotros ni
usáis vuestras riquezas, ni las dejáis usar a los
demás. Sacáis el oro de las venas de los metales, pero de
nuevo lo escondéis. ¡Cuántas vidas encerráis
con este oro!
17. ¿Para quién guardáis las riquezas? Se lee
sobre el rico avaro: "Atesora y no sabe para quién reúne
sus riquezas." El heredero ocioso espera; el descontentadizo protesta
porque tardáis en morir. Desdeña el aumento de su
herencia y tiene prisa de apoderarse de ella para su daño.
¿Qué desgracia mayor que ni siquiera merezcáis
agradecimiento de aquél para quien trabajáis? Por
él soportáis todos los días el hambre triste y
teméis dañarle en vuestra mesa; por él
ayunáis diariamente.
18. Conocí a un rico que cuando marchaba al campo solía
contar los panes más pequeños que llevaba de la ciudad,
de tal modo que por el número de panes se hubiera podido conocer
cuántos días había estado en el campo. No
quería abrir el granero cerrado para que no disminuyera lo que
guardaba. Destinaba un solo pan para cada día, que apenas era
suficiente para sustentarle. Averigüé también de
fuente fidedigna que cuando le ponían un huevo deploraba el
pollo que se perdía. Os escribo esto para que conozcáis
que la justicia de Dios es vengadora, la cual castiga por medio de
vuestro ayuno las lágrimas de los pobres.
19. ¡Qué obra de religión sería tu ayuno si
lo que no gastas en tu sustento lo dieras a los pobres! Más
tolerable era aquel rico de cuya mesa el pobre Lázaro,
hambriento, recogía las migajas que caían; pero
también sus banquetes comprendían la sangre de muchos
pobres, y sus vasos estaban empañados por la sangre de muchos
cogidos en su trampa.
20. ¡Cuántos mueren para que dispongáis de lo que
os deleita! ¡Cuán funesta es vuestra ansia y vuestra
lujuria! Este cae de techos elevados por preparar amplios
depósitos para vuestros granos. Aquél se precipita de la
copa más alta de los árboles, mientras busca las clases
de uva con las que preparar un vino digno de vuestros banquetes. Hay
quien ha perecido ahogado en el mar porque temías que faltaran
los peces o las ostras en tu mesa. Uno perece a causa del frío
invernal para cazar liebres o agarrar aves con red. Otro, ante tus
ojos, si acaso en algo te desagrada, es azotado hasta la muerte y su
sangre salpica hasta los mismos banquetes. En fin, rico era
aquél que mandó traer la cabeza del profeta pobre y no
encontró otro premio que ofrecer a la danzarina, a no ser
mandarle matar.
Padre que se ve obligado a vender a los hijos
21. Vi cómo un pobre era detenido porque se le obligaba a pagar
lo que no tenía; vi cómo era encarcelado porque
había faltado el vino en la mesa del poderoso; vi cómo
ponía en subasta a sus hijos para diferir en el tiempo la pena.
Con la esperanza de hallar a alguien que le ayudase en esta necesidad
vuelve el pobre a su alojamiento con los suyos y ve que no hay
esperanza, que nada les quedaba para comer; llora otra vez el hambre de
sus hijos y se duele de no haberlos vendido más bien a
aquél que hubiera podido alimentarlos. Reflexiona nuevamente y
toma la decisión de vender algún hijo. Sin embargo,
desgarraban su corazón dos sentimientos opuestos: el temor de la
miseria y la piedad paterna; el hambre exigía dinero; la
naturaleza le pedía cumplir su deber de padre. Dispuesto a morir
juntamente con sus hijos antes que tener que desprenderse de ellos,
muchas veces echó a andar y otras tantas se volvió
atrás. Sin embargo, acabó por vencer la necesidad, no el
amor; y la misma piedad cedió ante la necesidad. (...)
Lujo de las mujeres. Naturaleza de las riquezas
26. Las mujeres se complacen en las cadenas con tal que sean de oro. No
reparan en su peso, siempre que sean preciosas; no piensan que son
ligaduras si en ellas centellean las alhajas. También se
complacen en las heridas, con el fin de adornar de oro las orejas y
hacer pender de ellas las gemas. Las joyas son pesadas y los vestidos
ligeros no abrigan: sudan por las joyas que llevan y se hielan con los
vestidos de seda; sin embargo, les agrada el precio y lo que repugna a
la naturaleza lo recomienda la avaricia. Buscan con pasión
furiosa esmeraldas y jacintos, berilos, ágatas, topacios,
amatistas, jaspes; aunque se les pida la mitad de su hacienda, no temen
el dispendio con tal de satisfacer sus deseos. No niego que sea
agradable cierto fulgor de estas piedras, pero no dejan de ser piedras.
Ellas mismas, pulidas en contra de su naturaleza, al perder su
aspereza, nos advierten que debemos poner remedio antes a la dureza de
la mente que a la de las piedras.
27. ¿Qué médico puede añadir un día
a la vida de un hombre? ¿A quién redimieron sus riquezas
del infierno? ¿Qué enfermedad mitigó el dinero?
"No está la vida del hombre en la abundancia de sus riquezas"
(Luc 12, 15). "Nada aprovechan los tesoros a los injustos, pero la
justicia libra de la muerte"(Prov lO, 2). Oportunamente exclama el
profeta: "Si afluyen las riquezas, no queráis apegar el
corazón a ellas" (Sal 61, 11). Pues, ¿de qué me
sirven si no me pueden librar de la muerte? ¿Qué me
aprovechan si no las puedo llevar conmigo cuando me muera? En este
mundo se adquieren y aquí se dejan. Son un sueño, no un
patrimonio verdadero. De aquí que acertadamente el mismo profeta
diga de los ricos: "Durmieron su sueño todos los varones de las
riquezas y no encontraron nada en sus manos" (Sal 75, 6); es decir, se
hallaron con las manos vacías los ricos que nada dieron a los
pobres. No aliviaron en vida la miseria de alguien y no pudieron
encontrar, después de la muerte, nada que les sirviera de ayuda.
Inquietud e intranquilidad del rico
28. Considera el mismo nombre de rico. "Dite", llaman los paganos al
jefe de los infiernos, al árbitro de la muerte; también
el rico recibe el nombre de "dite", porque no sabe salir de la muerte:
reina sobre cosas muertas y tendrá su morada en el infierno.
¿Pues qué es el rico, a no ser un abismo insondable de
riquezas, un hambre y sed insaciables de oro? Cuanto más
atesora, tanto más se enciende su codicia. Por eso advierte el
profeta: "Quien ama el dinero no se ve harto de él" (Eccle 5,
9). Y poco después: "También esto es un triste mal, que
como vino, así haya de volverse y nada pueda llevarse de cuanto
trabajó, y sobre esto pasar todos los días de su vida en
tinieblas, en dolor, en ira y miseria" (ibíd 15, 6). Es
más tolerable la condición de los siervos que la suya.
Aquéllos sirven a los hombres; él, al pecado, porque
"quien peca —como dice el apóstol— esclavo es del pecado".
Siempre está apresado, siempre en cadenas, nunca libre de
grillos, porque siempre es responsable de crímenes.
¡Cuán mísera esclavitud servir al pecado!
29. El rico no conoce ni siquiera los dones de la misma naturaleza, ni
el reposo del sueño, ni el gusto del manjar sabroso, porque
nunca está libre de su esclavitud. "Dulce es el sueño del
esclavo, coma poco o mucho; pero al opulento no hay quien le deje
dormir." Le excita la codicia, le agita el cuidado de arrebatar lo
ajeno, le atormenta la envidia, le impacienta la tardanza, le perturba
la escasez de las cosechas, le hace solícito la abundancia. Por
eso, aquel rico, cuyas posesiones produjeron una cosecha abundante,
pensaba dentro de sí: "¿qué haré, pues no
tengo donde recoger mis frutos?"; y se dijo: "Esto haré:
destruiré mis graneros y los haré mayores; en ellos
guardaré todos los bienes que recolecte y diré a mi alma:
alma, posees bienes abundantes para muchos años; descansa, come,
bebe, ten banquetes" (Luc 12, 17-9). Pero Dios le dijo entonces:
"Necio, esta noche te pedirán tu alma; todo lo que has
acumulado, ¿para quién será?" (ibíd. 20).
Ni siquiera Dios deja dormir al rico. Lo llama mientras reflexiona, lo
despierta cuando duerme.
30. Pero es el mismo rico quien no se deja en paz a sí mismo,
porque le trae inquieto la abundancia de sus riquezas y, aun en tanta
prosperidad, pronuncia una frase de pobre. "¿Qué
haré?" ¿Acaso no es ésta voz de pobre, que no
tiene lo necesario para vivir? En la mayor miseria, el pobre dirige la
vista a su alrededor, escudriña su casa y nada encuentra que le
pueda servir de alimento. Considera que no hay nada más triste
que perecer de hambre y morir por falta de alimentos. Busca abreviar su
muerte con suplicio más tolerable. Empuña la espada,
cuelga el lazo, prepara el fuego, comprueba el veneno y, dudoso en la
elección de uno de estos medios, dice: "¿Qué
haré?" En fin, atraído por la suavidad de esta vida,
desea revocar su decisión si puede encontrar bienes para vivir.
Ve que todo está desnudo a su alrededor y vacío, y dice
otra vez: "¿Qué haré? ¿Dónde
encontraré alimento y vestidos? Quiero vivir si encuentro
cómo sostener mi vida. Pero, ¿con qué medios, con
qué ayuda?"
31. "¿Qué haré —dice— yo, que no tengo nada?"
También el rico exclama que no tiene. Esta expresión es
de pobre. Se lamenta de escasez aquél que recogió una
cosecha abundante. "No tengo —dice— dónde encerrar mi cosecha."
Parece como si dijera: "No tengo los frutos necesarios para vivir."
¿Es acaso feliz quien se ve angustiado en sus riquezas? En
realidad, es más desgraciado este rico con toda la abundancia de
sus bienes que el pobre en peligro de perecer de miseria. Pero el pobre
tiene excusa en su desgracia, sufre una injusticia, tiene a
quién culpar; el rico no tiene a quién achacar su miseria
fuera de sí.
Uso social de las riquezas
32. Y dijo el rico: "Esto haré: destruiré mis
graneros."Ni siquiera pasó por su imaginación decir:
"Abriré mis graneros para que entren quienes no pueden remediar
su hambre; vengan los necesitados, entren los pobres, llenen sus senos;
destruiré las paredes que excluyen al hambriento. ¿Por
qué voy a esconder lo que Dios hace abundar para comunicarlo?
¿Para qué voy a cerrar con cerrojos el trigo, con el cual
Dios ha llenado toda la extensión de los campos, donde nace y
crece sin custodia?"
33. La esperanza del avaro se desvanece. Los graneros viejos revientan
con la nueva cosecha. Pero ni aun así dice: "Tuve bienes y los
guardé en vano; he recolectado mucho más, ¿para
qué los voy a almacenar? He buscado ávidamente hacer
subir el precio y he perdido toda la ganancia que esperaba.
¿Cuántas vidas de los pobres pudo preservar el trigo de
los años anteriores? Ya no más guardaré estos
bienes hasta que suban los precios, pues se ha de estimar más la
gracia que el dinero. Imitaré a José en su pregón
de humanidad; clamaré con gran voz: Venid, pobres, comed de mi
pan, ensanchad vuestros senos, recibid el trigo." La abundancia del
rico, la fecundidad de toda la tierra, debe ser un bien de todos. Pero
tú no hablas así, sino que dices: "Destruiré mis
graneros." Con razón dices los destruyes, ya que no revierten en
el pobre agobiado. Tus graneros son receptáculos de iniquidad,
no instrumentos de la caridad. En verdad, destruye quien no sabe
edificar sabiamente. Destruye sus bienes todo rico que olvida lo
eterno. Destruye sus graneros porque no sabe repartir su trigo, sino
encerrarlo.
34. "Y los haré —dice— mayores." Infeliz, mejor sería que
distribuyeras entre los pobres lo que te vas a gastar en la
edificación. Al mismo tiempo que rechazas el beneficio de la
liberalidad sufres de grado el coste de la edificación.
35. Y añade: "Reuniré en él todos los frutos que
he recolectado y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes." El
avaro se siente arruinado por la abundancia de las cosechas, cuando
considera el bajo precio de los alimentos. La fecundidad es un bien
para todos, pero la mala cosecha sólo es ventajosa al avaro. Se
goza más de la enormidad de los precios que de la abundancia de
productos y prefiere tener algo solo que vender a todos.
Obsérvalo. Teme la superabundancia de trigo que, rebosando de
los hórreos, vaya a parar a manos de los pobres y sea
ocasión para los necesitados de adquirir algún bien. El
rico reclama para sí sólo el producto de las tierras, no
porque quiera usarlo él, sino para negarlo a los demás.
36. "Tienes —dice— muchos bienes." No sabe enumerar el avaro otros
bienes que los que son lucrativos. Pero le concedo que sean bienes las
riquezas. ¿Por qué, pues, os servís de lo que es
bueno para hacer el mal, cuando debierais hacer el bien con lo que es
malo? Escrito esta: "Haceos amigos de las riquezas de iniquidad" (Luc
16, 9). Por tanto, para aquellos que las saben usar son bienes, y para
los que no, males ciertamente. "Distribuyó, dio a los pobres, su
justicia permanece eternamente"(Sal 111, 3). Son bienes si las
distribuyes entre los pobres, y de este modo constituyes a Dios en
deudor tuyo de un préstamo de piedad. Son bienes si abres los
graneros de tu justicia y te haces pan de los pobres, vida de los
necesitados, ojos de los ciegos, padre de los niños
huérfanos.
37. Tienes posibilidad de hacerlo, ¿qué temes? Estoy de
acuerdo con tus palabras. Tienes muchos bienes guardados para muchos
años; luego podéis abundar en ellos no sólo
tú, sino todos los demás. Tienes en tus manos el
bienestar de todos, ¿por qué entonces destruyes tus
graneros? Yo te muestro dónde puedes guardar mejor tu trigo,
dónde puedes estar seguro que no te lo arrebatarán los
ladrones. Dalo a los pobres; en ellos no lo consume el gorgojo ni lo
corrompe el trascurso del tiempo. Tienes almacenes a tu
disposición: el seno de los necesitados, las casas de las
viudas, las bocas de los niños, donde se te pueda decir: "En las
bocas de los niños y lactantes hallaste perfecta alabanza" (Sal
8, 3). Estos son los graneros que duran eternamente; éstos son
los graneros a los cuales las cosechas futuras no pueden hacer
pequeños.
Porque, ¿qué harías nuevamente si
otra vez tuvieras una cosecha abundantísima el próximo
año? De nuevo tendrías que destruir los graneros que
piensas edificar este año y hacerlos mayores. Dios te concede la
prosperidad para vencer o condenar tu avaricia, a fin de que no puedas
tener excusa. Pero lo que El hizo nacer por tu medio para muchos te lo
reservas para ti solo, y ciertamente para ti mismo lo pierdes, pues
más ganarías tú mismo si lo repartieras entre los
demás. El fruto de estos dones revierte en los mismos que los
comunican, y la gracia de la liberalidad la recibe el liberal. Puesto
que está escrito: "Sembrad para la justicia" (Os 10, 12),
sé agricultor espiritual, siembra lo que te sea provechoso. Si
la tierra te devuelve frutos superiores a la simiente que recibe,
cuanto más el premio de la misericordia te devolverá
multiplicado lo que dieres.
Muerte, riquezas y comunicación
38. En fin, hombre cualquiera que seas, ¿no sabes que el
día de la muerte puede adelantarse a la cosecha, pero que la
misericordia excluye de la muerte al que la ha merecido? Ya
están presentes quienes requieren tu alma, y tú
todavía difieres el fruto de tus buenas obras. ¿Crees que
aún te queda largo tiempo de vida para cambiar? "Necio, esta
noche te pedirán tu alma" (Luc 12, 20). Dice bien "esta noche",
pues de noche será exigida el alma del avaro: empieza en
tinieblas y permanece en ellas. Para el avaro siempre es noche, y
día para el justo. De éste se dijo: "En verdad, en verdad
te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Luc 23,
34). "El necio cambia como la luna" (Eccle 27, 12). "Pero los justos
resplandecerán como el sol en el reino de su Padre" (Mt 13, 43).
Con razón es acusado de necedad quien coloca su esperanza en
comer y beber. Y por eso les urge el tiempo de la muerte, según
la frase de los que sirven a la gula: "Comamos y bebamos, mañana
moriremos" (Is 22, 13). Se le llama necio acertadamente, porque
proporciona lo corporal a su alma e ignora para quién guarda las
cosas a las que sirve.
39. Por tanto, se le dice: "Los bienes que allegaste, ¿para
quién serán?" (Luc 12, 20). ¿Por qué todos
los días mides, cuentas y pones sello a tu dinero? ¿Por
qué pesas diariamente el oro y la plata? ¡Cuánto
más te valdría ser dispensador liberal que guarda
solícito! ¡Cuánto más te aprovecharía
para la gracia que tuvieras selladas tus muchas balanzas en un saco!
Pues el dinero lo dejamos en este mundo, pero la gracia de las buenas
obras nos acompañará como mérito en el Juicio
final.
40. Pero quizá repliques lo que vosotros los ricos soléis
decir generalmente: "Que no debemos socorrer al que Dios maldice y
quiere que sufra necesidad." Pero no han sido malditos los pobres, ya
que de ellos está escrito: "Bienaventurados los pobres de
espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt 5, 3).
No del pobre, sino del rico dice la Escritura: "El que recibe usura del
trigo será maldito" (Prov 11, 26). Tú no debes, por otra
parte, considerar los méritos de cada uno. Pertenece a la
misericordia no juzgar los méritos, sino ayudar en las
necesidades: socorrer al pobre. No examinar la justicia. Pues
está escrito: "Bienaventurado quien entiende en el necesitado y
el pobre" (Sal 40, 2). ¿Quién es el que entiende? Quien
le compadece, quien advierte que es participante de su misma
naturaleza, quien sabe que Dios hizo al rico y al pobre, quien cree que
santifica sus frutos si destina alguna parte de ellos para los pobres.
Por consiguiente, cuando tengas de dónde hacer bien, no te
retrases diciendo: "Mañana daré", a fin de que no pierdas
la prosperidad que te permite dar. Es peligroso diferir el socorro a
otro. Puede suceder que, mientras dilatas tu ayuda, muera el
necesitado. Apresúrate más que la muerte, no sea que
mañana te domine la avaricia y desistas de tus promesas.
Jezabel es figura de la avaricia
41. Pero, ¿por qué decirte que no demores la liberalidad?
Ojalá no te apresures para la rapiña, ni arrebates lo que
ambicionas, ni exijas lo que no es tuyo, ni te apoderes de lo que te
niegan; ojalá soportes pacientemente la negativa y no escuches
la voz de aquella Jezabel, que es la avaricia, que te dice con cierto
dejo de vanidad: "Yo te proporcionaré la viña que deseas.
Estás triste porque quieres observar, como medida de la
justicia, no apoderarte de lo ajeno. Yo tengo mis derechos y mis leyes;
acusaré falsamente al pobre para robarle y le quitaré la
vida, si es preciso, para arrebatarle su posesión."
42. ¿Qué otra cosa se quiere describir en esta historia a
no ser la avaricia del rico, que es un torrente que todo lo arrolla y
destroza? Jezabel representa esta avaricia, y no hay una sola, sino
muchas, ni es solamente de una época, sino de todos los tiempos.
Ella dice a todos, como la Jezabel de la historia dijo a su marido,
Ajab: "Levántate, come y vuelve en ti; yo te daré la
viña de Nabot de Jezrael."
43. Y escribió ella unas cartas en nombre de Ajab y las
selló con el sello de éste y se las mandó a los
ancianos y a los magistrados que vivían con Nabot. He
aquí lo que escribió en las cartas: "Promulgad un ayuno y
traed a Nabot delante del pueblo y preparad dos malvados que depongan
contra él diciendo: Tú has maldecido a Dios y al rey; y
sacadle luego y lapidadle hasta que muera."
Falso e inútil ayuno de los ricos. Su hipocresía
44. ¡Cuán vivamente expresa la Sagrada Escritura el modo
de obrar de los ricos! Se entristecen si no pueden robar lo ajeno:
dejan de comer, ayunan, no para reparar sus pecados, sino para preparar
el crimen. Y tal vez les ves venir a la iglesia oficiosos, humildes,
asiduos, para obtener que se lleve a efecto su delito. Pero les dice
Dios: "El ayuno que me agrada no es encorvar la cabeza Como junco y
acostarse en saco y ceniza. No llaméis a este ayuno aceptable.
¿Sabéis qué ayuno quiero yo? —dice el
Señor—. Romper todas las ataduras de la injusticia, deshacer los
vínculos opresores, dejar ir libres a los oprimidos y quebrantar
todo yugo inicuo; que partas tu pan con el hambriento, que acojas en tu
casa al pobre sin techo, que si ves al desnudo le vistas y no
desprecies a tus hermanos. Entonces brillará tu luz como la
aurora y se dejará ver pronto tu salud y te precederá la
justicia y la gloria de Dios te rodeará; entonces
llamarás al Señor y te oirá. Aún no hahreis
acabado de hablar y te dirá: Aquí estoy" (Is 58, 5-9).
45. ¿Oyes, rico, lo que dice el Señor? Y tú vienes
a la iglesia, no para distribuir algo al pobre, sino para
quitárselo; ayunas, no para que el gasto de tu comida vaya en
beneficio de los pobres, sino para apoderarte incluso de sus despojos.
¿Qué pretendes con el libro, las cartas, el sello, las
anotaciones y el vínculo de la ley? ¿No has oído?
"Rompe todas las ligaduras de la injusticia, deshaz los vínculos
opresores, deja ir a los oprimidos y quebranta todo yugo inicuo.
Tú me ofreces las tablas en que está escrita la ley, yo
te opongo la ley de Dios; tú escribes con tinta, yo te repito
los oráculos de los profetas, escritos bajo inspiración
de Dios; tú preparas falsos testimonios, yo pido ci testimonio
de la conciencia, de cuyo juicio no puedes huir ni librarte, cuyo
testimonio no podrás recusar en el día en que Dios
revelará las obras ocultas de los hombres. Tú dices:
"Destruiré mis graneros" (Luc 12, 18); pero Dios dice:
"Despréndete más bien de lo que encierra el granero, dalo
a los pobres, que aprovechen estos recursos los necesitados." Tú
dices: "Los haré mayores y reuniré en ellos mis cosechas
por grandes que sean." Pero el Señor te dice: "Parte tu pan con
el hambriento." Tú dices: "Quitaré a los pobres su
casa."Pero el Señor te dice: "Recibe en tu casa a los
necesitados que no tienen techo." ¿Cómo quieres, rico,
que Dios te oiga, cuando tú no piensas que debes escuchar a
Dios? Si no se acepta la arbitrariedad del rico, se inventa una causa y
se estima injuria a Dios la negativa a la petición del rico.
46. "Nabot ha maldecido —dice— a Dios y al rey." Equipara a las
personas para que parezca igual la ofensa. "Maldijo —dice— a Dios y al
rey." Se buscaron dos testigos inicuos. También por dos testigos
fue apetecida Susana, y dos testigos encontró también la
Sinagoga que depusieron contra Jesús falsamente, y con dos
testimonios es asesinado el pobre. "Luego sacaron a Nabot fuera de la
ciudad y le lapidaron." ¡Si al menos hubiese podido morir entre
los suyos! Pero el rico quiere quitar al pobre hasta la sepultura.
47. "Y sucedió que como oyese Ajab la muerte de Nabot,
rasgó sus vestiduras y se vistió de cilicio. Y
después de esto se levantó y descendió a la
viña de Nabot de Jezrael para tomar posesión de ella."
Los ricos, si no obtienen lo que desean, para hacer daño se
airan y calumnian. Después fingen pesar; sin embargo, tristes y
como afligidos, no de corazón, sino de rostro, marchan al lugar
de la rapiña a tomar posesión inicua del fruto de su
agresión.
48. Este hecho conmueve a la justicia divina, que condena al avaro con
merecida severidad. "Mataste —se le dice— y te adueñaste de la
heredad. Por eso en el lugar en el que los perros lamieron la sangre de
Nabot lamerán también la tuya propia y las meretrices se
lavarán en ella." ¡Cuán justa y cuán severa
sentencia, que la muerte acerba que el rey causó la sufriera
él mismo con todo su horror! Dios ve al pobre insepulto y
establece que quede también sin sepultura el rico; Él
quiere que pague, también muerto, sus iniquidades, porque no
tuvo piedad ni siquiera de un muerto. El cadáver del rey,
empapado en la sangre de sus heridas, muestra, con este género
de muerte violenta, la crueldad de su vida. Cuando sufrió esta
muerte el pobre fue inculpado el rico; cuando la recibió el rico
fue vengada la muerte del pobre.
49. ¿Y qué significa que las meretrices se lavaran en su
sangre, sino la perfidia propia de las prostitutas en que cayó
el rey con su egoísmo salvaje, o la lujuria cruenta de
él, que fue tan lujurioso hasta desear las hortalizas y tan
sanguinario que por ellas mató a Nabot? Digna pena castiga al
avaro y a la avaricia. En fin, también a Jezabel la devoraron
los perros y las aves del cielo para dar a entender qué fin
espera al rico en su sepultura. Huye, pues, rico, de las muertes de
esta clase. Pero huirás de ellas si huyes de estos
crímenes. No quieras ser otro Ajab, de modo que ambiciones la
posesión del vecino. No cohabite contigo Jezabel, aquella
avaricia feroz, pues te persuadirá para que mates, no
refrenará tu codicia, sino la excitará; te hará
más desgraciado aunque logres alcanzar lo que desea, te
hará desnudo aunque seas rico.
Riqueza y pobreza
50. El que abunda en todo se cree el más pobre, porque estima
que le falta todo lo que es poseído por otros. De todo el mundo
carece aquél a quien para saciar su codicia no le basta el mundo
entero; pero el fiel posee todas las riquezas de la tierra. Quien
considerando su conciencia teme ser capturado, huye de todos los
hombres. Por eso, según la historia, Ajab dijo a Elías,
pero, según el sentido oculto, el rico al pobre: "Me hallaste,
enemigo mío." ¡Qué conciencia más
mísera que se duele de ser descubierta!
51. Y le dijo Elías: "Te hallé porque hiciste mal ante
los ojos del Señor." Se trataba de un rey, Ajab, rey de Samaria,
y de Elías, pobre, que carecía de pan y hubiese muerto de
hambre, a no haber sido sustentado por los cuervos. Mas tan abyecta era
la conciencia del rey pecador, que ni siquiera el fasto del poder real
le podía dar dignidad. Por eso como persona vil e indigna dijo:
"Me encontraste, enemigo mío." Descubriste en mí las
cosas que creía ocultas, nada se te esconde de mi
espíritu: me hallaste, te son patentes mis pecados, soy cautivo
tuyo. El pecador es descubierto cuando su iniquidad es proclamada; pero
el justo dice: "Me probaste con el fuego y no hallaste en mí
iniquidad" (Sal XVI, 3). Adán fue descubierto cuando se
escondía; pero nadie ha encontrado la sepultura de
Moisés. Fue hallado Ajab, pero no Elías. Y la
sabiduría de Dios dice: "Me buscarán los malos y no me
encontrarán" (Prov 1, 28). Por eso, según el Evangelio,
también buscaban a Jesús y no le encontraban (Joan VII,
21). Es la culpa, pues, la que descubre a su autor. Por lo cual
Elías dijo a Ajab: "Hallé que hiciste mal en la presencia
de Dios", porque el Señor entrega a los reos de culpa, pero a
los inocentes no les abandona al poder de sus enemigos. En fin,
Saúl buscaba a David y no podía encontrarle; pero David,
que no le buscaba, encontró al rey Saúl, porque se lo
entregó Dios a su arbitrio. La riqueza, pues, nos hace esclavos;
la pobreza, libres.
Difusión de las riquezas, comunicación y justicia
52. Vosotros, ricos, sois esclavos, y vuestra esclavitud es miserable
porque servís al error, a la concupiscencia y a la avaricia que
nunca se sacia. La avaricia es como un abismo sin fondo que hunde cada
vez más lo que agarra, y como un pozo que, cuando rebosa, se
llena de cieno y cae la tierra alrededor, infectándose
más y más. También os conviene sacar una
enseñanza de este ejemplo. En efecto, si de un pozo no se extrae
nada, fácilmente se corrompe el agua por la inactividad y la
hondura; por lo contrario, el sacarla frecuentemente hace al agua
límpida y potable. Así sucede con un conjunto de
riquezas, montón de polvo si no se utiliza, se hace precioso por
el uso y permanece inútil si se mantiene guardado. Extrae, pues,
algo de este pozo. El agua apaga el fuego ardiente y la limosna borra
los pecados; pero el agua estancada pronto cría gusanos. No
permanezca inmóvil tu tesoro, a fin de que no te rodee
continuamente el fuego. Y te rodeará si no empleas tu tesoro en
obras de misericordia. Considera, rico!, en qué incendio estas
metido. Tu voz es la de aquél que decía: "Padre
Abrahán, di a Lázaro que moje el extremo de su dedo en
agua y humedezca mi lengua" (Le XVI, 24).
53. A ti mismo te aprovecha lo que dieres al necesitado; para ti mismo
aumenta lo que disminuye tu hacienda. Te alimenta a ti el pan que
dieres al pobre, porque quien se compadece del pobre se sustenta a
sí mismo de los frutos de su humanidad. La misericordia se
siembra en la tierra y germina en ci cielo. Se planta en el pobre y se
multiplica delante de Dios. "No digas —te ordena el Señor—
mañana daré" (Prov III, 28). Quien no sufre que tú
digas "Mañana daré", ¿con-lo podrá soportar
que contestes "No daré"? No le das al pobre de lo tuyo, sino que
le devuelves lo suyo. Pues lo que es común y ha sido dado para
el uso de todos, lo usurpas tú solo. La tierra es de todos, no
sólo de los ricos; pero son muchos menos los que gozan de ella
que los que gozan. Pagas, pues, un débito, no das gratuitamente
lo que no debes. "Presta atención, sin enojarte, al pobre, y
paga tu deuda, y respóndele con benignidad y mansedumbre" (Eccle
IV, 8).
Igualdad del rico y el pobre. El oro prueba al hombre
54. ¿Por qué, pues, rico!, eres soberbio? ¿Por
qué dices al pobre: "No me toques"? ¿Acaso no has sido
concebido y has nacido como él? ¿Por qué te jactas
de la nobleza de tu progenie? Soléis examinar también el
origen de vuestros perros, como el de los ricos, e igualmente la
nobleza de vuestros caballos, como la de los cónsules.
Aquél fue engendrado por tal padre y nació de tal madre;
aquél se gloria de tal abuelo; el otro se envanece de su
bisabuelo. Pero todo esto de nada sirve al caballo que corre: no se da
la palma de la victoria a la nobleza de origen, sino a la velocidad del
caballo. ¡Más sujeta está al deshonor una vida en
la cual se pone a prueba también la nobleza de origen! Ten
cuidado, rico, no deshonres en ti los méritos de tus mayores,
para que no se les pueda decir: "¿Por qué elegisteis a
tal heredero?" No consiste el mérito del heredero en los
artesonados dorados ni en las mesas de pórfido. Este
mérito no es de los hombres, sino de las minas, en las cuales
los hombres son castigados. Son los pobres quienes excavan el oro, a
quienes después se les niega. Pasan fatigas para buscar y
descubrir lo que después nunca podrán poseer.
55. Me admiro, ricos, de que creáis poder envaneceros tanto en
el oro, pues es más materia de tropiezo que don recomendable.
"Piedra de escándalo es el oro, ¡y ay de los que van tras
él! Bienaventurado es el rico que es hallado sin mancha y no
corre tras el oro ni espera en los tesoros" (Eccl XXI, 8). Pero como si
no existiese sobre la tierra un tal hombre, quiere
representárselo: "Quién es éste —dice— y le
alabaremos": hizo algo digno de gran admiración, que debemos
reconocer como desusado. Quien en las riquezas ha sido probado es
verdaderamente perfecto y digno de gloria. "Porque pudo pecar y no
pecó; hacer mal y no lo hizo" (ibíd., 18). El oro, en el
cual hay tanto peligro de pecado, no es, pues, para vosotros motivo de
gracia, sino de castigo.
Inmunidad de los ricos. Uso recto de la riqueza
56. ¿Os enorgullece acaso la amplitud de vuestros palacios, la
cual más bien os debiera afligir, porque aunque pudieran
albergar a todo el pueblo os aíslan de los clamores de los
pobres? Si bien de nada os serviría oírlos, ya que, una
vez oídos, nada hacéis. Vuestros mismos palacios
deberían ser motivo de vergüenza para vosotros, porque,
edificando, queréis superar vuestras riquezas y, sin embargo, no
las vencéis. Vosotros revestís vuestras paredes y
desnudáis a los hombres. El pobre desnudo gime ante tu puerta, y
ni le miras siquiera. Es un hombre desnudo quien te implora y tú
sólo te preocupas de los mármoles con que
recubrirás tus pavimentos. El pobre te pide dinero y no lo
obtiene; es un hombre que busca pan y tus caballos tascan el oro bajo
sus dientes. Te gozas en los adornos preciosos, mientras otros no
tienen qué comer. ¡Qué juicio más severo te
estás preparando, oh rico! El pueblo tiene hambre y tú
cierras los graneros; el pueblo implora y tú exhibes tus joyas.
¡Desgraciado quien tiene facultades para librar a tantas vidas de
la muerte y no quiere! Las vidas de todo un pueblo habrían
podido salvar las piedras de tu anillo.
57 Escucha qué modo de hablar conviene al rico: "Libré al
pobre de la mano del poderoso y ayudé al huérfano que no
tenía quien mirara por él. Caía sobre mí la
bendición del miserable y la boca de la viuda me glorificaba.
Vestíame de justicia; era ojo para los ciegos y pies para el
cojo" (Job XXIX, 13-6). Y continúa un poco después: "No
se quedaba fuera de mi casa el extranjero y abría mi puerta al
viandante. Si pequé imprudente, no oculté mi culpa ni
temí a la multitud de la plebe, de modo que no la reconociera
ante los presentes. Si consentí que el enfermo saliera de las
puertas de mi casa, vacío. Si tuve algún depósito
de deudor y no lo devolví sin retraso, aun sin
recuperación de la deuda" (Job XXXI, 32-4).
Mas, ¿por qué repetir que él
confesó que lloraba con los que lloraban y se dolía
cuando veía a un hombre necesitado y a sí mismo lleno de
bienes? Entonces se sentía más desdichado, cuando
veía que él poseía y los demás estaban en
la indigencia. Si esto dijo aquel que nunca hizo llorar a las viudas,
ni comió su pan solo, sin dar parte de él al
huérfano, al cual desde su juventud cuidó, aumentó
y educó con el afecto de un padre; que nunca menospreció
al desnudo, que enterró al muerto, que calentó a los
enfermos con los vellones de sus ovejas, que no oprimió al
huérfano, que nunca se deleitó en las riquezas ni se
congratuló en la caída de sus enemigos; si quien esto
hizo se vio necesitado teniendo tan grandes riquezas y nada sacó
de tan gran patrimonio, excepto el fruto de la misericordia,
¿qué puedes esperar tú, que no sabes usar tu
patrimonio, que en tantas riquezas llevas una vida miserable, porque a
nadie socorres ni ayudas?
58. Tú, que entierras el oro, eres, por tanto, guardia de tu
hacienda, no señor de ella; eres administrador de él, no
árbitro. Pero donde está tu tesoro allí
está tu corazón. Por eso con el oro entierras tu
corazón. Vende más bien el oro y compra la
salvación; vende la piedra preciosa y compra el reino de los
cielos; vende tu campo y asegúrate la vida eterna. Te propongo
la verdad, atestiguada por las palabras del Señor: "Si quieres
ser perfecto —dice—, ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y
tendrás un tesoro en el cielo (Mt XIX, 21). Procura no
entristecerte al oír estas palabras para que no se te diga como
a aquel joven rico: "Cuán difícilmente entrarán en
el reino de los cielos los que tienen dinero" (Mc X, 32). Cuando leas
estas palabras considera más bien que la muerte te puede
arrebatar todo lo que posees y que puede quitártelo quien
está sobre ti, porque aspiras a cosas pequeñas en lugar
de grandes, a caducas en vez de eternas, a tesoros de dinero en lugar
de tesoros de gracia. Aquéllos se corrompen, éstos son
eternos.
59. Considera que no posees tú solo estos tesoros; los posee
también la carcoma y el orín que consume al dinero. Estos
son los compañeros que te proporciona la avaricia. Mira, por el
contrario, a quienes te ofrecen la generosidad como deudores: "Muchos
serán los labios de los justos que te bendigan como
espléndido en pan, y los que darán testimonio de tu
bondad" (Eccl XXXI, 28). La generosidad hace deudor tuyo a Dios Padre,
quien por toda dádiva con que se socorre al pobre paga usura,
como deudor de buen crédito. Hazte deudor al Hijo de Dios, que
dice: "Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de
beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me cubristeis"
(Mt XXVI, 35-6). Declara que se le entrega a Él mismo lo que se
haga a uno de sus pequeños sobre la tierra.
Verdadera riqueza y posesión. Dominio divino
60. Tú, hombre, no sabes atesorar riquezas. Si quieres ser rico,
sé pobre en este mundo para que seas rico en Dios. Es rico en
Dios quien es rico en la fe; es rico en Dios quien es rico en
misericordia; es rico en Dios quien es rico en simplicidad; es rico en
Dios quien es rico en sabiduría y en ciencia. Hay quienes son
ricos en la pobreza, y quienes son pobres en la riqueza. Son ricos los
pobres cuya extrema pobreza abundó en la riqueza de su
simplicidad; pero los ricos padecieron necesidad y tuvieron hambre.
Pues no en vano está escrito: "Los pobres serán
antepuestos a los ricos y los siervos darán prestado a sus
propios señores" (Prov XVII, 2), porque los ricos y los
señores siembran lo malo y superfluo, de lo cual no recogen
frutos, sino espinas. Por eso los ricos serán súbditos de
los pobres y los siervos prestarán a sus dueños en lo
espiritual, como aquel rico que suplicaba al pobre Lázaro le
diera una gota de agua. Puedes hacer tú también,
¡oh rico!, que se cumpla el sentido de esta sentencia: da con
largueza al pobre y prestarás a Dios, pues quien es liberal con
el pobre da prestado a Dios.
63. Declara expresamente el Profeta quiénes son todos
éstos al decir: "Todos los varones de riquezas" (Sal LXXV, 6);
todos, dice, no exceptúa a ninguno. Y acertadamente les da el
nombre de varones de riquezas, no riquezas de varones para dar a
entender que no son poseedores de sus riquezas, sino al revés,
poseídos por ellas. La posesión debe ser del poseedor, no
el poseedor de la posesión. Pues todo el que no usa de su
patrimonio como poseedor, que no sabe dar con largueza y repartir a los
pobres, es siervo de su hacienda, no señor de ella, porque
guarda las riquezas ajenas como criado y no usa de ellas como
señor.
Por tanto, en este sentido decimos que el hombre es de las
riquezas, no las riquezas del hombre. El entendimiento es bueno para
los que usan de él; pero quien no entiende no puede reclamar la
gracia del entendimiento y por eso le adormece el sueño de la
ebriedad. De este modo, los varones duermen su sueño; es decir,
el suyo, no el de Cristo. Y porque no duermen el sueño de Cristo
no poseen su paz, ni resucitarán con El, que dijo: "Yo
dormí, reposé y resucité porque el Señor me
acogió" (Sal III, 6).
67. Dirigiéndose a vosotros, el Profeta os dice:
"Orad y convertíos al Señor, nuestro Dios" (Sal LXXV,
12); es decir, no queráis desentenderos, el tiempo apremia, orad
por vuestros pecados, devolved por los beneficios recibidos los bienes
que tenéis. De El recibisteis lo que ofrecéis: de El
mismo es lo que le pagáis. "Dones míos —dice— (1
Crón XXIX, 14) y dádivas mías son todo esto que me
ofrecéis; yo os lo di y doné." En fin, el Profeta dice:
"No necesitáis de mis bienes" (Sal XV, 2); por tanto, te ofrezco
lo tuyo, porque no tengo nada que no me hayas dado. La fe es la que
ofrece los dones; la humildad, la que los hace agradables. Abel
ofreció a Dios con fe muchas hostias, y las ofrendas de Abel
agradaron a Dios más que los dones de Caín, porque su fe
era superior. ¿Por qué razón, en efecto, agrada a
Dios la ofrenda del pobre más que la del rico? Porque el pobre
es más rico en fe y sobriedad, y aun cuando sea pobre, de
él es de quien se dice: "Te ofrecen presentes reales" (Sal
LXVII, 30).
El Señor Jesús no se compadece en los que le
hacen ofrendas vestidos de púrpura, sino en los que dominan sus
propios movimientos, a la sensualidad del cuerpo con la fuerza del
espíritu. Por tanto, orad, ricos. No poseéis en vuestras
obras lo que agrada a Dios. Orad por vuestros pecados y crímenes
y restituid los dones a Dios nuestro Señor. Restituidle en el
pobre, pagadle en el necesitado, prestadle en el indigente, pues no
podéis aplacarle por vuestros delitos de otra forma. A quien
teméis como vengador, hacedle deudor. "Yo no recibiré
becerros de tu casa, ni machos cabríos de tus rebaños,
porque son mías todas las bestias de los bosques" (Sal XLIX,
9-10). Lo que me ofrecieres, mío es, porque todo el universo es
mío. No os exijo lo que es mío, sino lo que me
podéis ofrecer vuestro, el afecto de devoción y de fe. No
me deleito en el deseo de sacrificios: únicamente, ¡oh
hombre!, "ofrece a Dios sacrificios de alabanza y cumple tus votos al
Altísimo" (ibíd., 14)12.
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(Parroquia San Martín de Porres)