MILAGRO
EUCARÍSTICO DE SIENA
En el año 1730, el día antes
de la fiesta de la Asunción, los sacerdotes de todas las
iglesias consagraron Hostias adicionales previniendo la gran cantidad
de fieles que participarían en la Santa Misa al día
siguiente. Más tarde, unos ladrones entraron en la iglesia y
abrieron el Tabernáculo donde se encontraban las Hostias ya
Consagradas.
Tomaron el copón de oro y con el las Hostias. Al
día siguiente, los sacerdotes se dieron cuenta del robo.
Oración, reparación, ayuno y abstinencia se llevaron a
cabo en todo el pueblo durante tres días seguidos para rogar a
Dios que las Hostias aparecieran.
Milagrosamente, las encontraron en una caja donde se
colocan las limosnas. Con mucho cuidado las llevaron ante el Arzobispo.
Después de que las limpiaron y contaron fueron colocadas en un
relicario para ser veneradas y adoradas por los fieles. Pasaron
los años, y las Hostias no perdieron su color, sabor, olor, ni
textura. Desde entonces han sido sometidas a varias investigaciones y
se mantienen en perfecto estado y tan frescas como en 1730.
La Presencia Real de Nuestro Señor en la
Eucaristía es un signo de amor que Jesús nos dejo para
que lo recibiéramos con la mayor frecuencia posible. “Mi
carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come de
mi carne y bebe de mi sangre permanece en mí y yo en
él” (Juan 6,55-56).